Las Furias. Miguel del Arco. 2016

 

Las Erinias (o Furias) eran las personificaciones femeninas de la venganza en la mitología helénica, encargadas de castigar los crímenes durante la vida. Su especialidad era expiar las transgresiones o asesinatos contra  la familia, sin aceptar atenuantes. Estas cordiales deidades son las encargadas de abrir el prólogo de la primera película de Miguel del Arco, en un claro referente metateatral, para dar paso a la épica de una familia de intensa patología y relaciones enfermizas. Este paso desde las tablas hasta el objetivo, llega tras muchos años en que el dramaturgo madrileño ha sacado adelante éxitos como Antígona (2015), Misántropo (2013)  o Juicio a una Zorra (2011) y ha dirigido cortometrajes. Para “Las Furias”, el director se ha rodeado de un elenco cercano, en el que confiaba. Ya había dirigido a Gonzalo de Castro en la hilarante actualización de “El inspector” de Gogol y en “Deseo”, también con Emma Suárez. A Machi, en la citada “Juicio a una Zorra”, un brillante monólogo que reescribe la historia de Helena de Troya y a Bárbara Lennie en la exitosa adaptación de “El Misántropo”. El elenco es brillante y contundente. No podía ser de otra manera para la arriesgada pirueta narrativa, en continuo equilibrio con el exceso, que propone la productora Kamikaze (profético nombre) para desatar a estas hijas, nacidas del miembro castrado de Urano.

 

El peso del hilo narrativo cae sobre la nieta (Macarena Sanz) en un difícil rol contrapunteado por un enorme José Sacristán, antiguo actor afectado de Alzéimer, pero que puede recordar los textos que interpretó. La reunión familiar de los Ponte Alegre (cínico apellido) deviene descenso a los infiernos. Se convierte en autoflagelación y pervertida catarsis que bebe de la tragedia clásica, pero capaz de convivir con  instantes de humor  y frescura narrativa. De hecho Del Arco desliza la  tragedia, con nombres clásicos para sus protagonistas: Casandra, Héctor y Aquiles, hacia un arriesgado epílogo que puede descolocar al espectador, después de los cambios de tono en narración.

Los miembros del clan familiar aparecen como figuras tóxicas, estridentes, arrastrando sombras y peajes en su infortunado reencuentro a modo de tragedia helénica donde tan sólo falta el coro. Hay mucho más de influencia teatral, de tragedia antigua (no por ello menos actual), de drama shakesperiano, que de las disecciones sociales de Sam Mendes, los arrebatadores diálogos de Woody Allen, o de la visión soterrada y la violencia oculta de la condición humana de P. T. Anderson. “Las Furias” está más cerca del espíritu helénico o de “La Señorita Julia”, que de de la “Celebración” de Vintenberg. Pero no estamos ante teatro filmado, pese a los diálogos, imposibles en otra familia que no tuviera relación directa con las tablas. No cabe duda de se trata de un proyecto atípico, arriesgado, un guión que mixtura el esperpento, lo trágico y lo cómico para desembocar en una catarsis final que no dejará indiferente. Un lugar donde la vida y la muerte se dan la mano.

Lo mejor: El irrepetible elenco. El riesgo de toda obra anti-mainstream e inclasificable.

Lo peor. Que el exceso de patologías y el lugar común, abrumen al espectador.

Un final que puede desarmar. La interpretación de Macarena Sanz en el límite del exceso.

 

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