«Jojo Rabbit»: ¡Hail, Waititi!


Queda claro, tras ver «Jojo Rabbit», que su director y guionista (y también interprete del Hitler de esta peculiar función de máscaras), el neozelandés Taika Waititi, no es capaz de renunciar a su personalísima impronta, sin importar el título que se quiera proponer o la temática que aborde. Ya sea esa película de culto en la que se convirtió desde su estreno «Lo que hacemos en las sombras» (desopilante a la par que falso documental sobre el mundo de los vampiros), o regalándonos ese inesperado festín de sorpresas que fue «Thor: Raganarok» (donde el humor hacia añicos las solemnidad propia de un género alambicado y maniatado), Waititi posee un ritmo irresistible, un aproximación muy singular que película tras película están conformando una coherencia de estilo cada vez más ajustada. Y brillante.
«Jojo Rabbit» cuenta la historia del pequeño Johanes, un niño de diez años que vive en la Alemania nazi, y que tiene de compañero imaginario ni más ni menos que al mismísimo Hitler. Serán las hilarantes conversaciones entre los dos las que irán articulando el relato, aunque no como único elemento fantástico de la historia, toda ella llena de simulacros, de cartas falsas, o de adopción de disfraces, dentro de un carnaval de identidades en un país ya sin identidad, a punto de perder la guerra y destapar el horror detrás de las fachadas. Puede que la película se resienta en algún momento al no estar a la altura de la primera parte. Un arranque así no se puede mantener. Pero ni siquiera en los momentos en los que la obra se adentra en sombras menos amables, se abandona la pincelada triste que acaba dibujando una sonrisa. Quizás corra el riesgo de parecer finalmente inofensiva por no señalar la vigencia de ciertas heridas o subrayar su oculto carácter de denuncia. Pero aquí donde se hurga es en la farsa, en la sátira, y esa puede resultar tan hiriente como la acusación directa (algo que ya demostraron genios como Lubitsch o Chaplin).
La imagen de Hitler cenando una cabeza de unicornio es concluyente.
«Ríete de los reyes o te harán llorar», escribió Sondheim.
Y hoy en día, las figuras fascistas se alzan por todos lados.

Faltan elogios para el gran artífice de este festival de artificios, el debutante Roman Griffin Davis, que no tiene un solo plano donde no deslumbre su talento. Scarlett Johansson (menudo año, no filma proyecto que no la plante directamente en las quinielas de todos los premios) y Sam Rockwell lo secundan, en un reparto plagado de aciertos (no se puede dejar de mencionar a Archie Yates, el leal y real amigo de Jojo, con el que comparte muchos de los mejores momentos de la película).
Este año los Oscars se pueden jactar de tener títulos realmente grandes en la máxima categoría.
«Jojo Rabbit» es uno de ellas.
Realmente se lo merece.
Todos nos la merecemos.

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