EL CONGOST DE MONT REBEI

     CONGOST DE MONT REBEI / MONTFALCÓ


Una excursión que no olvidarás

 

 

Estas son las escalinatas clavadas en la pared, desnuda y recta, que mira por encima del hombro al el río Noguera Ribagorzana. Forman parte de la ruta que une Viacamp y el albergue de Montfalcó, en Huesca y el aparcamiento y punto de información de La Marieta, ya en Cataluña, cerca de Puente de Montañana. En medio, el  Congost de Mont Rebei. Acceso por la carretera Nacional 230 entre Lleida y Viella

La calificación de espectacular que se le concede a esta ruta no pasa de simple piropo. Es más, mucho más. Hay que recorrerla sin prisas, con el sosiego propio de un día de vacaciones sabiendo que el siguiente es fiesta. Aunque si digo que la distancia entre el punto de salida y llegada es de unos 3 kms piensen que exagero. Olvídense del reloj y disfrutarán más. Dos cosas son importantes antes de emprender el viaje.

-No hay puntos de aprovisionamiento de agua ni comida.

-El recorrido no es circular, hay que regresar por el mismo camino o pedir un taxi (unos 100 euros) que les lleve por la carretera.

¿Época? Primavera u otoño son las favoritas para evitar el exceso de calor o el frío. En cualquiera de ellas, una excursión que tardará en borrarse de la memoria. Es posible que tengan problemas quienes sufren de vértigo, pues las alturas del Congost pueden llegar hasta los 500 metros en caída vertical y aunque existen pasamanos para agarrarse en todos los tramos, es conveniente saberlo. Luego, allá cada cual.

El punto de partida es opcional. Quienes lo hagan desde Cataluña pueden dejar el coche en el aparcamiento y quienes lo hagan desde Huesca tienen la oportunidad de alojarse en el albergue de Montfalcó. Yo lo hice desde Puente de Montañana pensando en dejarme la guinda para el final, pero recorre uno el congost y ya no sabe cuál es el plato principal y cuál es el postre.

Tras un primer tramo de entrenamiento –sin despreciar las panorámicas sobre la cola del embalse de Canyelles y el paisaje que se mira en sus aguas- llegamos al puente colgante de la Masana. Sin problemas para niños si hacen lo que los demás, caminar asidos a la baranda. Poco después comienza el congost y su paso a través de un sendero excavado en la roca. Impresiona la altura sobre el fondo del río. A lo largo de los tramos más problemáticos hay una sirga de hierro para agarrarse a ella. También han colocado bancos de madera o piedra para descansar o echar una mirada al paisaje y miles de fotos: el lugar lo merece. Camino de sube y baja, a veces con piedras. No es complicado, pero tampoco apto para cualquiera. Para los más expertos y atrevidos, la cueva de Colomera escalando una vía ferrata.

Si han salido temprano no se sorprendan de la presencia de un zorro. Lo llaman Félix y por las mañanas, como todo hijo de vecino, desayuna. A tal menester sale al sendero. Tú le regalas unos frutos secos o un bocata y él se presta para una foto de naturaleza que ya hubiera querido Rodríguez de la Fuente.

Segundo puente colgante que hay que cruzar; ahora para llegar a la ribera aragonesa. No olviden la panorámica. Si el tiempo acompaña, verán los kayacs surcando las aguas del embalse e incluso grupos de bañistas que descansan a la orilla del agua. Al final del puente hay un sendero que baja hasta allí. En medio de los farallones que acunan el agua del embalse, el vuelo aquietado de las  águilas y los alimoches. En ocasiones, el quebrantahuesos.

“El alma se serena

y viste de hermosura y luz no usada…”

Fray Luis de León también hubiera dedicado estos versos al congost, no solo a la música del maestro Salinas.

Aragón comienza exigente, con un sendero empinado y resbaladizo que quita el resuello y pone algunas dudas, que hasta ese momento todo había sido relativamente fácil. Tras coronar el repecho, el espectáculo de las escaleras clavadas en la pared, el vacío absoluto bajo los zapatos y un pequeño nudo en la garganta. No pasa nada, lo sabemos, pero impresiona a cualquier no profesional de la escalada o seguidor de las cabras montesas. El río, verde, un poco más allá. Uno, medroso, busca si algún árbol podría amortiguar la posible caída. Mejor no lo piensen, caminen sin mirar al suelo, con los ojos en la distancia y disfruten del paisaje. Lo dicho, un lujo, un espectáculo de los que se agarran a la retina y tardan años en desasirse.

Hay dos tramos de pasarelas. La primera alcanza los 40 metros de altura; la segunda, se queda en 25. La altura crea un nudo en la garganta al caminar sobre la pasarela, colgada a media pared y con el pantano al fondo. Relajen el cuerpo, déjense impresionar. Bajen despacio y no pierdan de vista la pared de rocas, que hay algún saliente con ganas de tocarte la cabeza.. ¿Se han olvidado de la foto? A disfrutar.

Ahora toca subir entre los pinos el último repecho. Llegamos a la fuente donde poder recomponer el ánimo y el cuerpo. Un chorro mínimo de agua, pero suficiente para saciar la sed y comer el bocadillo en los bancos dispuestos para tal uso. A 600 metros, el refugio de Montfalcó, por si prefieren pasar allí la noche. De lo contrario, vuelta por el mismo camino. Yo recomendaría esta segunda opción con independencia del punto de salida. Por una razón simple: dos miradas valen más que una. Aun sabiendo que no son suficientes, que es necesario volver otra vez.

 

Antonio Tejedor García

 

 

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