Amante por un día, de Philippe Garrel

Los Garrel, como los Redgrave. Hay que empezar por ahí, por la saga. Una familia enferma de cinefilia. Philippe Garrel (París, 1948), el patriarca, lleva haciendo cine desde 1964, es un devoto de la nouvelle vague y del mayo de 68. Louis Garrel, su hijo, hizo de sesentayochero en Soñadores de Bernardo Bertolucci, la película que mejor refleja el carácter transgresor de una revuelta que cumple ahora cincuenta años y que, tal como están las cosas, habría que reeditar con más radicalidad si cabe. En Amante por un día, un complejo y, a la vez, sencillo melodrama amoroso algo esquemático, aparece un nuevo rostro de la dinastía: Esther Garrel. Y padre e hijos son clónicos. En cuerpo y alma.

Cincuenta años de mayo del 68 y Amante por un día es deudora, a conciencia, de ese movimiento socio cultural que sacudió Europa y produjo un tsunami que llegó a Berkeley. Y de la nouvelle vague. Es como si Eric Rohmer hubiera resucitado con sus cuentos morales en uno sobre el amor libre y los celos. Pero el que esto escribe prefiere al director de Le genou de Claire que a Philippe Garrel. El director se sirve del blanco y negro y una textura fotográfica antigua, deliberadamente. Podría ser una historia sesentayochesca perfectamente aunque aparecezcan esos teléfonos móviles desubicados que una de las protagonistas femeninas utiliza para hacer una foto de la portada de una revista erótica y nada más. Apenas se utilizan esos artilugios, como si los tres protagonistas tuvieran fobia a ellos. Las casas, la decoración, los platos apilados en el fregadero, en desorden, como los libros en estanterías modestas; un cierto caos que recuerda una de las habituales comunas de la época cuya decoración era una bofetada a la sociedad de consumo. El ambiente urbano de calles singularmente vacías por las que apenas circulan personas ni coches. Una tremenda nostalgia por un tiempo pasado. Pero escaso debate ideológico salvo una discusión sobre la guerra de Argelia, lejana ahora pero muy próxima al Mayo 68. Ni Bakunin, ni Trotsky, ni Stalin, ni Mao.

A Jeanne (Esther Garrel) la deja su novio y busca refugio en el sofá del apartamento de su padre Giles (Eric Caravaca), profesor de universidad que vive con una de sus jóvenes alumnas, Ariane (Louise Chevillotte), que tiene la edad de su hija. Estoy tranquila, le dice Jeanne a Ariane cuando desayuna con ella, porque no eres más guapa que mi madre. Me ligué a tu padre, me costó porque me rehuía, le dice la amante a la hija okupa. Tensiones erótico familiares en ese pequeño apartamento que deben compartir la hija despechada, que llora constantemente y amaga con tirarse al vacío por un desengaño amoroso, y una amante muy liberal que no blinda ningún pacto de fidelidad con su profesor. Amor libre y celos, como consecuencia. A pesar de la progresía (mayo del 68) el profesor se enerva cuando sorprende a Ariane haciendo el amor en los lavabos universitarios con un joven de su edad (al inicio de la película el profesor Giles se encierra con su alumna Ariane en los lavabos de profesores para hacer el amor, también). Reminiscencia de Mayo 68 lo de los lavabos: se follaba a todas horas (La virginidad es un cáncer), con quien se podía y en los lugares más incómodos, y públicos, a ser posible: transgresión como arma de subversión de las normas. ¿Has follado sin amor, por el solo placer sexual? le pregunta la amante de su padre a su hija.

Reivindicación del sexo por el sexo, otro de los principios erótico revolucionarios del movimiento. Ariane, rostro renacentista, cuerpo grande y pleno, de modelo, cara pecosa,  está tocada, está loca. Se quita el sujetador (aquí hay un desajuste: las chicas del Mayo 68 abominaron de esa prenda opresora), desliza las bragas por sus piernas en largos planos. Ella alardea de una desnudez liberadora mientras Giles no se quita jamás el pijama. Ariane se deja llevar libremente por el instinto y lo que le pide el cuerpo. Folla con jóvenes y promete no hacerlo más para no herir a su amante. Escribe ante su ocasional amante dormido al que acaba de conocer, en un espejo, antes de dejarlo y abrir la puerta de la calle silenciosamente: Esto no sucederá jamás. Pero sucede. Giles, más convencional, sucumbe a los celos (ligera bofetada cuando ella llega al apartamento después de haber estado con otro). Jeanne recompone su relación rota con su novio. El fin no es un fin porque Philip Garrel deja su historia inconclusa.

Esquema erótico sentimental y paterno filial en Amante por un día muy similar a los postulados de los ideólogos del Mayo 68, incluida esa laminación de los celos por posesivos, contra los que lucha el personaje del maduro profesor anteponiendo razón a pasión. Relaciones amoroso festivas intergeneracionales entre ese profesor, padre, y su alumna. Philippe Garrel sigue fiel a los postulados estéticos, morales e ideológicos de la nouvelle vague que se fusionó con el Mayo del 68 en esas jornadas históricas en que el mundo parecía dominado por esa rabia creativa de una juventud que descubría playas levantando y lanzando adoquines al mismo tiempo que tomaba conciencia de su cuerpo y lo que podía hacer con él para satisfacerse, y el espectador tiene la sensación (la voz en off femenina también tiene su peso, matiza los procesos del melodrama, guía al espectador por el laberinto sentimental) de estar viendo una película de Jean Luc Godard, el último superviviente, en la Cinematheque Francaise antes de que estalle todo y Henry Langlois sea cesado por el ministro de cultura André Malraux, el comunista que se volvió gaullista y prendió una de las mechas del Mayo 68.  Amante por un día es un regreso al pasado del cine francés. No es un pastiche. Philippe Garrel vive en la nouvelle vague y rueda en ella.

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