Masaan, un cuento de la India sobre la esperanza

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Por Ana María Caballero Botica

La existencia humana se suele mover entre los opuestos: vida-muerte, razón-fe, tradición-modernidad… En medio existen múltiples circunstancias que pueden desencadenar el caos o incluso ordenarlo y hacer que éste dé sentido a nuestra vida. Con esta premisa, el director indio Neeraj Ghaywan realiza en su primera película, Masaan, un retrato sobre la India actual y la dificultad para encontrar su equilibrio entre la inexorable evolución que imponen los tiempos modernos y el mantenimiento de ciertas tradiciones milenarias que, a ojos occidentales, resultan cuanto menos incongruentes.

Masaan arranca con el arresto de Devi (Richa Chadda) y su novio Piyush, una pareja de jóvenes que se encuentran en un hotel para acostarse sin estar casados. A la perplejidad inicial que supone este hecho en los tiempos y sociedades en los que vivimos – ahí radica una de las denuncias del filme – Masaan parte de esta escena para presentar a unos personajes y sus respectivas realidades en dos tramas que se irán entretejiendo a lo largo del filme de forma muy certera. Por un lado, el padre de Devi tendrá que comprar el silencio del acto “deshonroso” de su hija a la policía si no quiere que ella vaya a la cárcel. Por otro, se sucede otra historia de amor entre dos jóvenes pertenecientes a dos castas distintas: Shaalu (Shweta Tripahi), de clase privilegiada, y Deepak (Vicky Kaushal), un chico que lucha por salir del ghat – los crematorios de los difuntos a orillas del Ganges – para no terminar condenado a una vida rodeado de cenizas.

Así se construye Masaan, un yin yang de realidades paralelas y personajes espejo que terminarán por encontrarse en un punto de sus caminos vitales. Y lo hace alejándose de ese cine made in Bollywood para acercarse a un cine de denuncia y drama social sin caer en el histrionismo de números musicales – sello de identidad de la cinematografía de esas latitudes – ni en personajes caricaturescos. Más al contrario, Ghaywan nos descubre a unos protagonistas en estado de gracia que llenan de humanidad y credibilidad a sus personajes y nos trae una historia que no renuncia a algo tan habitual en el cine de su país como es esa exaltación vitalista a través del color y la importancia de la música en medio de tanta miseria ambiental y humana.

 

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Porque Masaan es ante todo un canto a la vida y un relato en forma de cuento donde los actos morales de algunos de sus personajes no pueden ser juzgados sin el conocimiento profundo de unas circunstancias que nosotros, como ciudadanos de ese llamado “primer mundo”, no tenemos que vivir en primera persona. Ghaywan nos advierte y alecciona precisamente con esa filosofía ancestral de su tierra: Bajo las aguas turbias de ese gran río de la India que es el Ganges, a veces hay que tocar el fondo, impulsarse y salir a la superficie, a ese rayo de esperanza al que podemos aferrarnos a tiempo para volver a empezar.

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