Los peligros del tabaco
Juan García era un tío de lo más aburrido. Estudiante ejemplar, obediente, religioso, aborrecía el fútbol y el deporte en general, no tenía tatuajes ni piercings, no bebía, no se drogaba y no pensaba practicar el sexo hasta el matrimonio.
Y todo iba según el plan previsto hasta que una imponente rubia de pronunciado escote y tacones de aguja se cruzó en su camino
Parara de autobuses, 19.45 de la tarde. Juan espera la llegada del bus que le lleve a casa. Una imponente rubia de pronunciado escote y tacones de aguja también anda por allí pero no tiene ganas de ir a casa. Tiene ganas de fumar. Por esa razón aborda a Juan.
– Hola ¿Tienes fuego?
– No, no fumo. Lo siento.
– Más lo siento yo.
– Si quieres puedo conseguirte un mechero.
– ¿De verdad harías eso por mí?
– Sí, claro, a mi me encanta ayudar a los demás.
– Qué tierno. No sabía que aún quedaban personas así.
– Aunque no lo creas, el mundo está lleno de personas que darían su vida por el prójimo.
– Significa eso que llegado el caso ¿Darías tu vida por mí?
– No tengas duda. Por ti y por toda la humanidad.
– ¿Y qué pides a cambio?
– ¿A cambio? No entiendo la pregunta
– No me digas que todo lo que haces es por puro altruismo, que no te mueven fines materiales.
– No, claro que no. Yo actúo siempre según mi conciencia.
– Mmm. Interesante. Me gustan las personas como tú. Contribuyen a crear un mundo mejor.
– Espera un momento, que voy a por el mechero.
Juan García entra en el estanco de enfrente, compra un mechero y se lo da a la imponente rubia ávida de fumar. Conmovida por el gesto de Juan, la rubia se lo agradece entregándole lo mejor de si misma en la habitación de un hotel.
A la semana siguiente Juan ocupó la portada de toda la prensa nacional por haber matado a un hombre a cuchilladas. El hombre se llamaba Casimiro y, casualmente, era el marido de la imponente rubia de pronunciado escote y tacones de aguja.