Los peligros del tabaco

Por Sebastián González Mazas
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Juan García era un tío de lo más aburrido. Estudiante ejemplar, obediente, religioso, aborrecía  el fútbol y el deporte en general, no tenía tatuajes ni piercings, no bebía, no se drogaba y no pensaba practicar el sexo hasta el matrimonio.

Y todo iba según el plan previsto hasta que una imponente rubia de pronunciado escote y tacones de aguja se cruzó en su camino

Parara de autobuses, 19.45 de la tarde. Juan espera la llegada del bus que le lleve a casa. Una  imponente rubia de pronunciado escote y tacones de aguja también anda por allí pero no tiene ganas de ir a casa. Tiene ganas de fumar. Por esa razón aborda a Juan.

– Hola ¿Tienes fuego?

– No, no fumo. Lo siento.

– Más lo siento yo.

– Si quieres puedo conseguirte un mechero.

– ¿De verdad harías eso por mí?

– Sí, claro, a mi me encanta ayudar a los demás.

– Qué tierno. No sabía que aún quedaban personas así.

– Aunque no lo creas, el mundo está lleno de personas que darían su vida por el prójimo.

–  Significa eso que llegado el caso ¿Darías tu vida por mí?

– No tengas duda. Por ti y por toda la humanidad.

– ¿Y qué pides a cambio?

– ¿A cambio? No entiendo la pregunta

– No me digas que todo lo que haces es por puro altruismo, que no te mueven fines materiales.

– No, claro que no. Yo actúo siempre según mi conciencia.

– Mmm. Interesante. Me gustan las personas como tú. Contribuyen a crear un mundo mejor.

– Espera un momento, que voy a por el mechero.

 

Juan García entra en el estanco de enfrente, compra un mechero y se lo da a la imponente rubia ávida de fumar. Conmovida por el gesto de Juan, la rubia se lo agradece entregándole lo mejor de si misma en la habitación de un hotel.

A la semana siguiente Juan ocupó la portada de toda la prensa nacional por haber matado a un hombre a cuchilladas. El hombre se llamaba Casimiro y, casualmente, era el marido de la imponente rubia de pronunciado escote y tacones de aguja.

 

 

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