Premios de papel

 

Soñar es el juego.

 

Por Lilián Pallares

 

LilianPallares-1Durante años Hollywood nos ha vendido la idea de que los alienígenas con sus enormes cabezas verdes invadirán la tierra con el único fin de acabar con nuestra especie. Pero pensándolo bien, ¿debemos temerles cuando somos nosotros los que acabamos con el planeta? ¿cómo podemos juzgar lo que no conocemos? Sin embargo hay otras “formas de vida” (por llamarlas de alguna manera) propias de esta dimensión que nos chupan la energía, la cabeza y el alma y que diariamente conviven entre nosotros, pasando de mano en mano, circulando a velocidades impensables; son formas que poseen el poder de la ubicuidad y del ilusionismo, de la misma manera que llegan se van y su regreso nos cuesta el triple de esfuerzo.

No cabe duda, estamos asediados por ellos, por los billetes, y los hay de todo tipo, formas  y tamaños: los de avión, tren, metro, papel moneda, el billete bancario, el domiciliado, el militar, el provisional, el de necesidad, el de prisiones, los del monopoly, los falsos, los originales, los que se rompen y ya no se pueden pegar. Todos estos billetes tienen algo en común, son un simple trozo de papel que representan un determinado valor.  ¿Acaso poseer el billete es poseer el poder?                                  No obstante, en esta antología del billete el que más llama mi atención quizá porque es el que contiene las grandes expectativas y promesas de la humanidad es el de la lotería, la encarnación materialista del azar en su máxima expresión, gran factoría de los sueños que reparte una lluvia de millones por el planeta.

Es asombroso presenciar como los seguidores de las apuestas, quienes depositan sus ilusiones en esta aleatoria combinación de números, son capaces de aguantar interminables filas para comprar sus décimos y luego guardarlos como si fueran otro órgano vital de sus cuerpos, ¿todo para qué? para recibir, si la suerte los acompaña, más y más papel.  Hace unos días, mientras compraba en la carnicería del barrio mi  acostumbrado par de filetes, advertí como una señora mayor atesoraba entre las monedas de su cartera un viejo y arrugado billete de lotería, todo un objeto de colección. En la conversación le confesaba al carnicero que a ella le costaba muchísimo desprenderse de el, que tirarlo significaría el fin de su esperanza por una vida mejor.

 

foto Premios de papelFoto Charles Oslen

 

Me da la sensación de que para muchos ganar la lotería supondría la solución absoluta a sus problemas, la trascendencia total, el culmen de la felicidad. “Cuando me toque el gordo dejaré de trabajar, compraré una casa, invertiré en un negocio, viajaré por el mundo, haré por fin lo que me de la gana…” Frases que uno suele escuchar en boca de los devotos de este juego cuyo mayor esfuerzo consiste en tener suerte.  Y esto los dueños del negocio lo saben perfectamente, entonces aprovechan la navidad, época en la que estamos más abiertos a fantasear, para lanzar sus campañas y solemnes spots publicitarios. La estrategia consiste en que sea muy  fácil adquirir el ansiado billete, el ticket de entrada a nuestros espejismos, pero no todos tendremos el privilegio de gozarlo.

Cada navidad tus sueños juegan a la lotería, “lo que toca” en estas fiestas “es jugar a la lotería”, la suerte es de todos, que la suerte te acompañe, hay muchas navidades pero todas están aquí, ¿jugamos?, Tu ilusión nos permite ver y que la ilusión continúe, 1 de cada 3 quiere tocarte. Déjate… Si, déjate llevar por el romanticismo de esos slogans, déjate llevar lo más lejos de ti.  Estamos ante la institucionalización del dinero como premio, la feria del billete fácil, la confusión entre el valor y el precio de las cosas, el sueño insatisfecho.

¿Qué pasaría si el premio gordo de la lotería en vez millones y millones de billetes, fuera contemplar una puesta de sol en el lugar más hermoso del planeta? Entonces ya no haría falta apostar a ningún número ni ser de otra galaxia para tener la suerte de ganarlo todos los días.

 

 

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