El arte de molestar

Por Javier Vayá

Articulo-015-715x1024Uno piensa que ya ha visto y oído de todo cuando de pronto una noticia le obliga a caer en su error. Una noticia de esas que se cuentan en el telediario del mediodía como algo insólito y anecdótico pero que esconde un trasfondo tan perverso que hace que a uno se le agote la poca fe que le quedaba en el género humano. En este caso me refiero a la noticia de esa pianista que se enfrenta a siete años de cárcel por tocar el piano en su casa, uno se asusta creyendo que se trata de un paso más en la cacería del gobierno del PP hacía todo tipo de cultura, pero resulta que no, que la pianista había molestado con su Mozart y su Bach de modo tan cruel a su vecina que esta alega daños irreversibles tanto físicos como psicológicos. Anonadado se queda uno.

Y es que ya digo, puede parecer un suceso curioso a simple vista, algo jocoso que comentar con los amigos y familiares, pero el hecho oculta unas conclusiones cuanto menos preocupantes. La primera, obviamente, es que deberíamos plantearnos en qué clase de sociedad vivimos en la que tocar el piano puede costarnos más años de cárcel que a los que se enfrentan los principales acusados de uno de los mayores casos de corrupción de la historia, el famoso caso Malaya del que quienes robaron dinero público a manos llenas han salido con miserables condenas de dos a tres años la mayoría. Ya sabe, no apunte a sus hijos a clases extraescolares de música, danza o guitarra española que corren el riesgo de dar con sus huesos en la cárcel, mejor que aprendan pronto el amor por lo ajeno, pero un amor desmesurado que les haga robar millones, no nimiedades para comer que eso sí que está mal visto y bien penado.

Por otro lado hemos creado una sociedad en la que todo nos molesta, pero nos molesta porque hemos llegado a un nivel de egoísmo y falta de empatía colosal. Nos molesta el ruido de los tacones de la vecina de arriba que tiene que salir ya vestida hacia su trabajo a las 6:30 de la mañana para no dar una excusa a su jefe para despedirla, nos molesta el ruido de los chavales del Pub de abajo sin acordarnos de las memorables noches de parranda que pasamos en el mismo local antes de casarnos, tener hijos y comprarnos un piso justo arriba, nos molestan los músicos callejeros que visten de color y vida nuestras calles, los mendigos que piden o rebuscan entre los contenedores por la amenaza futura que Pianistasuponen, nos molesta el llanto del niño pequeño de al lado sin acordarnos de lo que nos reíamos de los pulmones del nuestro ahora crecido que quizá venga de una noche de fiesta en la que no ha dejado dormir a la vecina de arriba que mañana saldrá con prisas, sin tiempo de calzarse los tacones en el coche despertando al pequeño que llorará molestando al del tercero.

 Nos molestan las efusivas muestras de placer de las invitadas nocturnas del soltero del segundo b, quizá porque nos obligan a preguntarnos cuándo fue la última vez que nuestra mujer tuvo un orgasmo así, nos molestan las manifestaciones que cortan el tráfico para reivindicar sus derechos olvidando cuando nosotros hicimos lo mismo para celebrar los títulos de la selección de todos, nos molesta el ruido de las fiestas populares cuando trabajamos pero queremos que todos nos comprendan y celebren el día en que salimos de procesión, nos molesta el orgullo Gay pero no la visita del Papa, nos molestan las serenatas con tunos y mariachis, pero no el Ángelus cantado en la puerta de la iglesia bajo nuestra ventana un domingo a las cinco de la mañana, nos molestan las verbenas veraniegas si no tenemos vacaciones, los conciertos si no conseguimos entrada o el músico no es de nuestro gusto.

Todo nos molesta, todo nos desagrada, siempre que sea el otro el que lo hace. No existe ya aquello de hoy por ti y mañana por mí ni el ponerse en el lugar de otro que no sea uno mismo. Volviendo al tema de la pianista y la vecina vejada a base de oberturas y sonatas se me ocurre que siguiendo la lógica de quien aceptó a trámite tan disparatada demanda y ahora que se acercan las navidades tal vez deberían denunciar los empleados de centros comerciales a quienes programan durante 24 horas esos machacones y horripilantes Villancicos y pedir para ellos la pena de muerte. Una idea descabellada, ¿verdad?

 

 

 

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