Días de vino y prosa – Todo puede cambiar en un momento

Por Mariano Fisac

Una de las consecuencias de juntar letras públicamente de manera habitual, es que se reciben multitud de convocatorias y notas de prensa. Aparte de eventos gastronómicos y presentación de productos de toda índole, gran parte de ellas vienen referidas a nuevos vinos o últimas añadas de otros ya conocidos.

 

No tengo por costumbre publicarlas, entre otras cosas porque no soy prensa, aunque procuro leerlas con detenimiento cuando el tiempo acompaña, y es curioso ver como junto con los gustos y las tendencias del público, con el tiempo cambia también el lenguaje y la forma de vender las virtudes de un vino. No hace mucho, eran las guías y ciertos gurús los que determinaban la tendencia de esos gustos, pero puede que la cosa esté cambiando.

 

Una de las notas de prensa que me llegaba hace unos días llamaba la atención por confirmar una trayectoria que vengo observando desde hace tiempo en otras muchas bodegas, presentaba la nueva añada 2010 de un Ribera del Duero destacando su gran frescura.

 

Hasta hace poco, a nadie se le hubiera ocurrido algo así para vender un Ribera, muy pocos lo demandaban y el resto ya lo dábamos por imposible. Además, hay que trabajar de forma muy diferente a lo que suele hacerse en esta zona para obtener tal resultado, pero al menos hasta que cate el vino, teniendo en cuenta el buen nombre de quienes lo hacen, me lo creeré. No es esta la cuestión.

Poco después recibo una nota similar, esta vez sobre el Crianza de todo un clásico de Rioja del que se predica un profundo carácter atlántico.

 

Resulta sorprendente ver cómo han cambiado las cosas. Aun recuerdo hace no mucho, cuatro o cinco años atrás, no más, que cuando se presentaban vinos de perfil similar, al menos a priori, prefería hablarse de colores brillantes, concentración, maderas ígneas y, sobre todo, mucho cuerpo. Lo que yo llamo vinos para constructores, a los que deseo la misma suerte.

 

Es evidente que algo ha cambiado, y no se trata de las guías que todos conocemos, que siguen puntuando y premiando con generosidad la concentración y el “roble cremoso” que a muchos nos espanta.

 

Y es que, de unos años a hoy, sin duda fruto de abrir nuestra mente y nuestras fronteras, probar vinos fuera de España (aunque mi subconsciente piense especialmente en Borgoña), conocer variedades autóctonas olvidadas -especialmente del noroeste-, conocer los vinos de productores locos, enamorados de su tierra y de sus cepas, y darnos cuenta de que lo importante no está en las barricas, sino en la cepa y su entorno, que el raspón es más importante que el tostado de la barrica y que la vida de un vino no está tanto en su cuerpo o en sus subidos tonos, como en su acidez y, por ende, su frescura, esa frescura que nos aporta vinos de sed, que son los que nos gustan, porque nos gusta beber (no solo catar) y estos nos piden otra copa.

 

Evidentemente esto no lo ha inventado un servidor. Diría que es un movimiento, casi de resistencia con todas esas guías e ideas preconcebidas, las mismas que hace veinte años decían que el mejor blanco es un buen tinto, y que vengo observando desde hace unos años. Si ese movimiento existe, me enorgullece formar parte de él, desde el primer día en que hablé de un vino en mi blog, por cierto, un tinto de Rías Baixas con 12% de alcohol, traslúcido y con una acidez brutal. Son muchos los blogueros, foreros y aficionados que llevan tiempo hablando de esto, más que yo, porque uno es tan solo un granito de arena más.

 

Dicho esto, resulta agradable, y sobre todo esperanzador, ver que el mercado del vino español haga un guiño a todos los que estamos deseando decir cosas buenas de lo que, de alguna forma, también es nuestro, pero que en muchas ocasiones (especialmente en las clásicas zonas vinícolas y desde las grandes bodegas) se nos antoja tan difícil. También nosotros tenemos que mejorar, evolucionar. Probar, probar, probar, y seguir probando hasta que sepamos extraer sin dudas lo mejor que se le puede pedir a un vino: autenticidad, y que vayan siendo más los vinos auténticos, los que dicen de dónde vienen, y nosotros sigamos aprendiendo con ellos y, sobre todo, disfrutando.

 

Ojalá sea así. Todo puede cambiar en un momento.

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