EL GEREMI, EL ARTE MODERNO Y LAS ROTONDAS

Por Rafael Caunedo.

El alcalde había dejado bien claro durante la campaña que quería cambiarle el aire al pueblo. Si era reelegido en las elecciones, había prometido atraer al turismo y ensombrecer a todas las poblaciones de los alrededores con mejoras de todo tipo. Contagiado por el frenesí electoral, se había animado incluso a confirmar la ampliación de la grada del campo de fútbol para que contara con un total de asientos que ni en veinte años se llenarían si tenemos en cuenta las estadísticas de población. Aconsejado por la familia Fresnedillo, propietaria de los viveros del mismo nombre, se había dejado seducir por la rebaja en el precio y prometió la plantación de árboles de sombra en todas las aceras, lo que se tomó a mofa por parte del pueblo al no existir éstas salvo en la calle principal y en la plaza. La limpieza del río también quedaba dentro de sus propuestas, y en su programa figuraba la construcción en su ribera de un parque infantil y dos piscinas, una de ellas para saltos de trampolín.

Una tras otra iba desgranando cada idea casa por casa, bar por bar, conversando con los vecinos allá donde se los encontrara. Un día, mientras dormitaba con un documental de La2 sobre el MOMA, se le ocurrió que debía dar al pueblo un toque artístico. Fue una revelación, o un sueño, nunca lo supo, pero el caso es que le dio muy fuerte. La propuesta fue muy mal aceptada por los vecinos al considerar un dispendio el gasto en arte. ¿Y eso para qué vale? Pero cabezón como nadie, el alcalde, pensando en su legado después de la reelección, quiso ofrecer al pueblo una rotonda. Cualquier pueblo que se precie tiene una rotonda menos el nuestro. A última hora, casi dos días antes de las elecciones, soltó lo de la rotonda en un mitin en el ayuntamiento. Aquello sonaba a modernidad, a siglo XXI. Una rotonda era como ser ya de primera división. Aquella idea fue lo que le hizo ganar las elecciones por quinta vez.

El problema le llegó al alcalde cuando tuvo que decidir la escultura que iba a poner en la rotonda. El concejal de cultura, que sólo entendía de presupuestos para la feria y las fiestas de la Virgen, fue incapaz de aportar una sola idea que no tuviera que ver con toros o toreros. Su pasión le había llevado incluso a montar un museo taurino en el pueblo que para poder visitarlo hay que llamar por teléfono para que lo abran, total para ver unas cuantas cabezas disecadas y un par de banderillas despeluchadas que dicen las utilizó Manolete.

Buscó entonces el alcalde por su cuenta motivos que sirvieran para adecentar la rotonda. Fue él mismo, influenciado por aquella revelación del MOMA, el que propuso una “obra de arte moderna”. Tuvo que explicar en qué iba a consistir la escultura, y ante la imposibilidad de hacerse comprender, mostró una fotografía de lo que quería. Se fijó, nada más y nada menos, que en una obra de Richard Serra. Vale, dijo, yo tampoco lo entiendo pero es grande y rellena mucho. En un ‘brain storming’ con el herrero, después de un par de moscateles en la taberna, diseñaron algo parecido. Visto sobre el papel, la obra era indefinible, pero el herrero, crecido e investido de artista, creyó tenerlo claro. El resultado fue un adefesio de chapa oxidada cuyo anclaje nunca estuvo bien asentado y que al tercer día de tormenta se cayó.

Es lo que tiene ‘arte moderno’, decían los del pueblo. El herrero, humillado, estuvo tres semanas sin salir del taller. El alcalde, viendo la degradación de su rotonda, tuvo que recurrir a un cantero que vivía en otro pueblo. Lo hizo a escondidas para no tener que reconocer a las fuerzas vivas que su rotonda dependía de un tercero. El caso es que el cantero artista propuso un homenaje al pastor. Fue el alcalde el que le dijo que él quería arte moderno, y que el homenaje al pastor estaba muy visto. Tras ‘tiras y aflojas’, el alcalde accedió a la obra propuesta, que básicamente consistía en un señor con boina partiendo una hogaza de pan mientras mira el horizonte sentado en una piedra.

La escultura se instaló en la rotonda con éxito, aunque no con el agrado de todo el mundo. A Geremi, un grafitero odiado por media comarca que tenía su ‘firma’ plasmada en todos los corrales, no le gustaba el pastor, así que una mañana el pobre hombre apareció hecho un cristo. Ante tal humillación, el alcalde encargó su limpieza a una empresa de la capital. Una vez realizado el trabajo, y viendo el montante que constaba en la factura, el alcalde deseó que nunca más hubiera que recurrir a ellos. No fue el caso. Geremi, que no destacaba por su inteligencia, se cebó esta vez con mayor esmero.

La rotonda fue durante unos días un homenaje al feismo. La hiedra pronto empezó a querer disimularlo invadiendo la escultura con la parsimonia de quien sabe que siempre vence. Un mes después, al pastor sólo se le ve la boina. Es una rotonda que parece abandonada, un gasto absurdo, una manera idiota de tirar el dinero público. Hoy, cuando he pasado por allí he pensado la cantidad de estupideces como ésa que veo por las calles. No sé si llamar al Geremi para que redecore algunas.

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