«Here», de Robert Zemeckis
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Treinta años después de Forrest Gump (1994), Robert Zemeckis (Chicago, 1952), un brillante aunque menospreciado director norteamericano adicto a las fantasías cinematográficas, nos obsequia con Here, la sorprendente historia de su país contada a través de un espacio único que va cambiando con el paso de los tiempos. Primero es una zona selvática recorrida por dinosaurios, muchos años después un campamento de nativos americanos y luego una serie de edificios acordes con la evolución de los años, y los personajes que por ese lugar, Here, Aquí, pasan, desde indígenas a gente notoria como William Franklin, el hijo de Benjamín Franklin, John Harter y su esposa Pauline, que construyen la casa en ese solar, Leo, el inventor del sillón reclinable, y su esposa la pin up Stella Beckman, familias, hijos, matrimonios que se separan, maridos que enviudan, la vida, en definitiva, que tiene lugar en ese único espacio en el que, sin que la cámara se mueva, entran y salen todos esos personajes, calidoscopio con los que Robert Zemeckis resume la historia de Estados Unidos, un planteamiento originalísimo que hay que valorar.
En Here Robert Zemeckis hace uso de algunos recursos cinematográficos en desuso, como la pantalla partida, y otros muy novedosos ligados a la IA, para adaptar la novela gráfica de Richard McGuire en la que se inspira, así es que es también una excusa para experimentar con nuevos recursos tecnológicos y se desafía a sí mismo anulando cualquier movimiento de cámara. El director de Forrest Gump vuelve a sorprendernos con un Tom Hanks, su actor fetiche con el que también trabajó en Náufrago, adolescente gracias a la diabólica IA que hace esos milagros, como podría resucitar a Marilyn Monroe. La película utiliza una nueva tecnología de IA generativa llamada Metaphysic Live para intercambiar rostros y reducir la edad de los actores en tiempo real mientras actúan, prodigios de estos tiempos. La acompaña Robin Wright, la coprotagonista de Forrest Gump, también rejuvenecida, y la pareja que se convierte en el epicentro de la historia moderna de su país desde 1945 a nuestros días.
El film de Zemeckis, sin caer en la sensiblería, tiene algún momento emotivo como cuando un anciano Robert Young (Tom Hanks) consigue que su mujer Margaret (Robin Wright), aquejada por el Alzheimer —en anteriores secuencias se intuye que su cabeza se deteriora— recupere los recuerdos en la habitación vacía de la que fue su casa, en donde vivieron, se amaron, tuvieron sus hijos y fueron inmensamente felices, broche de oro de esa historia de amor a su país que nos ofrece una director injustamente menospreciado con una mirada nostálgica. Déjense llevar por la magia del cine.