“La habitación de al lado”, de Pedro Almodóvar
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Hay quien dice, sobre todo en España, que el manchego es uno de los directores más sobrevalorados del mundo. Lo cierto es que a Pedro Almodóvar lo adoran más fuera de su país (Oscar incluido más León de Oro en Venecia) que en el suyo en donde no son pocos los que cuestionan su valía. Pero nadie le puede negar al director de Todo sobre mi nadre que haya sabido, a lo largo de una más que dilatada carrera, crear un estilo propio y reconocible a primera vista, unas señas de identidad que se han ido estilizando película a película desde la salvaje y cutre Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón hasta ahora. Al director manchego, que nació directamente de la movida madrileña, se le tiene que reconocer la osadía de haber maridado el melodrama clásico de Douglas Sirk con el más desopilante folletín mexicano con resultados no siempre positivos. Si revisamos algunas de las películas más emblemáticas de Almodóvar, como Mujeres al borde de un ataque de nervios, podemos llevarnos una seria decepción porque el suyo es cine que no resiste el paso del tiempo.
Ahora, tras el cortometraje La voz humana con Tilda Swinton y el mediometraje Extraña forma de vida, el western gay interpretado por Ethan Hawke y Pedro Pascal, adapta la novela Cuál es tu tormento de Sigrid Nunez para hablar de cómo la eutanasia une a dos antiguas amigas que dejaron de relacionarse. Martha (Tilda Swinton) es una reportera de guerra aquejada de cáncer terminal. Ingrid (Julianne Moore) es una novelista de autoficción de éxito que se entera, en una de las presentaciones de su último libro, del precario estado de salud de su amiga. Cuando esta, que lleva años alejada de su única hija, le pide que la acompañe en sus últimos días en una casa aislada, ambas aprovechan ese espacio de tiempo robado a la muerte para recordar vivencias del pasado compartidas, como su relación con Damian Cunningham (John Turturro) que fue pareja de ambas, por ejemplo, y hablar del sentido de la vida y el derecho a tener una muerte digna.
No acaban de encajar en La habitación de al lado los forzados flash backs —la casa en llamas, visualmente muy atractiva; el episodio de la guerra de Irak; el soldado Fred (Alex Hegh Andersen) que sufre shock postraumático tras la guerra de Vietnam—, no encajan tampoco los diálogos sobrecargados de las dos protagonistas femeninas, en demasía cultos y forzados, y reina sobre el conjunto una solemne y fría impostación sobre un tema que podría haber dado mucho de sí emocionalmente hablando. Es como si el director, constantemente, estuviera frenando para no sumergirse en el melodrama al que el argumento invita, mantuviera una distancia de seguridad con lo narrado. Mientras la veía no podía evitar comparaciones con Magnolia de Paul Thomas Anderson, en donde brillaba una Julianne Moore sublime, o Las horas, en donde Ed Harris se negaba a tener una degradante agonía, Million Dolar Baby de Clint Eastwood o la misma Mar adentro de Alejandro Amenabar, todas ellas relacionadas con la eutanasia.
Hay algunas pinceladas del Almodóvar transgresor que no pueden faltar, aunque aquí no haya travestidos —la relación homosexual entre el monje carmelita Bernardo (Raúl Arévalo) y el reportero Martín (Juan Diego Botto) —, persiste su decantación por el cromatismo de la puesta en escena marca de la casa (la decoración de esa espectacular casa pecera de El Escorial es tan forzada en sus combinaciones de colores como las interpretaciones de sus actrices), es muy interesante y valiente el tema que trata, sobre todo de cara a Estados Unidos —ese policía integrista y ultrarreligioso Flannery (Alessandro Nivola) que interroga a Ingrid como si fuera una asesina— pero no transmite ni la más leve emoción a lo largo de sus 106 minutos salvo en ese homenaje cinéfilo, muy merecido, que el director de Volver, una de sus mejores películas, dedica al John Huston de Los muertos, su epitafio, la extraordinaria versión de uno de los relatos de Dublineses de James Joyce, que Martha e Ingrid ven en el plasma de la casa. De Douglas Sirk esa nevada final cuando Ingrid invita a la hija (Tilda Swinton con peluca morena) de Martha y ambas se tienden en las tumbonas (Edward Hopper) de esa casa mágica entre pinos digna de la mejor revista de decoración. Mucha referencia para tan poca sustancia.