«Megalopolis», de Francis Ford Coppola

JOSÉ LUIS MUÑOZ

En la primera secuencia el protagonista está a punto de precipitarse al vacío desde el edificio Chrysler, pero detiene el tiempo y vuelve a recuperar el equilibrio. Una metáfora que puede aplicarse a su director Francis Ford Coppola que no detiene el tiempo y se precipita al vacío más absoluto.

¿Dónde está ese director italoamericano enorme del que salió la trilogía de El padrino, Drácula de Bram Stoker, la mejor versión jamás rodada sobre el vampiro, Apocalipse now, una de las mejores películas bélicas de todos los tiempos? Uno va al cine, aguanta con estoicismo las más de dos horas de proyección y se pregunta si el realizador de Rumble fish, otra de sus películas notables, se vendió su bodega o se la bebió para alumbrar semejante despropósito.

Ya, al inicio del film, Francis Ford Coppola nos advierte de que se trata de una fábula. Podría creer el espectador iluso que se trata de la caída del imperio americano por el burdo símil de que los personajes toman nombres de prohombres de la Roma imperial: Cesar Catilina (Adan Driver), el visionario arquitecto, una especie de Albert Speer,  que quiere alumbrar una nueva América a base de convertir Nueva York en la ciudad del futuro; Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), su amante; el alcalde Cícero (Giancarlo Esposito), padre de la anterior; Hamilton Crassus III (Jon Voight), Fundai Romaine (Laurence Fishburne), el chófer de Cesar Catilina, Clodio Pulsher (Shia LaBeouf), etc., o que es una enloquecida distopía, o que se trata de una tomadura de pelo del director para hacernos pasar un buen rato, y no, nada de eso, porque aparte de que la película no tiene ni pies ni cabeza, el guion es inexistente (eso se lo podía permitir Federico Fellini) y los personajes son mero cartón piedra que recitan citas rimbombantes y absolutamente ridículas, lo que caracteriza a Megalopolis, el proyecto que Francis Ford Coppola llevaba acariciando desde cuarenta años atrás y se convierte en su testamento cinematográfico, es absolutamente aburrida además de infame.

Resulta imposible engancharse a una película que, salvo sus delirios cromáticos, que ya le vienen de Corazonada,  y esa escena romántica entre Julia Cicero y Cesar Catilina suspendidos en el vacío sobre una viga, clonando la mítica foto de los obreros del Empire State Building, camina por la nada absoluta.

Confieso que en mis tiempos me quedé muy sorprendido cuando a un director que había realizado un musical sencillamente ñoño, El valle del arco iris, y una película anodina y prescindible como Llueve sobre mi corazón, le dieran un proyecto de la envergadura de El padrino. Es más, el director italoamericano reniega de sus mejores películas, Apocalipse now, entre ellas, y alaba sus más infames como Tetro que rodó en España, con lo que creo que este testamento, que no habla de la decadencia del imperio americano sino de la del propio director, figurará también entre una de sus favoritas. Megalopolis agota todos los calificativos. La caída del imperio americano es la caída de Francis Ford Coppola.

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