La cítara palpitante. XXIX Festival de Música Antigua y Sacra de Badajoz
El programa que nos regalaron el tenor sevillano Francisco Fernández-Rueda y el tiorbista asturiano Daniel Zapico navegó por el Seicento italiano, donde la música instrumental comienza a florecer desde su opacamiento por parte de la polifonía renacentista. Se trata de un periodo de crecimiento donde se enriquecen los modos griegos, se explora la tonalidad o se fijan los tamaños, las formas y normas de los instrumentos. No sería hasta la siguiente centuria cuando; con la escala temperada; el instrumento llegue a su verdadero cenit hasta la aparición de la ópera.
Zapico ataca el instrumento con pericia y versatilidad, obteniendo un notable volumen. Un instrumento complicado, donde los armónicos de las cuerdas graves se disparan dejando resonancias y solicita una gran presión a la hora de pulsar, hundiendo con fuerza la cuerda para sacar sonido.
El color del instrumento misturó pulcramente con la textura de la voz del tenor, de cálido sonido y expresividad, obteniendo una atmósfera sonora compleja y delicada en las ornamentaciones. La base armónica obtenida por el tiorbista, de magna solidez, solicita una capacidad ejecutoria plena de sensibilidad (y precisión)
El concierto fue un hermoso viaje por lo mejor del Seicento. Desde los madrigales monteverdianos, hasta el virtuosismo y la ornamentación que Giovanni Girolamo Kapsberger desarrolló para la cuerda pulsada, pasando por uno de los padres de la ópera, Francesco Cavalli.
La selección de obras bebía directamente del recitado en el canto. De la primacía de la palabra sobre lo musical. Del verbo sobre la notación. De los afectos y los acentos sobre el acorde. De ese modo navegaron entre los madrigales con bella proyección vocal por parte del tenor (audible incluso de espaldas o desde lo alto de uno de los ventanales de la iglesia) sin abandonar la faceta dramática para expresar lo musical.
Los espectadores pudieron audicionar la pieza más famosa de Giovanni Girolamo, la Toccata arpeggiata, una delicia en la que el interprete puede acometer lúdicamente el ritmo y el tempo a su antojo en una catarata de arpegios. En Nigra Sum, Monteverdi compuso, apartándose de los cánones anteriores, e incorporando un acompañamiento musical importante para hacer del canto una expresión de sentimientos. Es más un estilo operístico que el modelo seguido por los primeros motetes solistas. El tenor desarrolló los cambios de textura y el carácter que solicita la obra, que se mueve en un registro muy limitado. Brilló, con certera afinación, en el airoso “Possente Spirto “de la ópera L´Orfeo, una pieza estrófica con ritornellos, consiguiendo la tensión necesaria entre el instrumento y las líneas vocales, plenas de anhelo en su profundo lamento y el grave registro que requiere esta hipnótica aria del Orfeo, la primera de la historia de la ópera. El Passacaglia de Kapsberger se ejecutó una gozosa libertad y flexibilidad, con un estimulante fraseo e intensa emotividad.
El aria de despedida de Eneas, en la obra La Didone sirvió para transmitir certeras (y medidas) ornamentaciones.
Uno de los libros más famosos de Kapsberger (y de los más importantes en música para laúd) permitió al tiorbista desgranar una catarata de sonidos cristalinos, nítidos, límpidos, plenos de color, que sirvieron al modo transicional entre algunas obras con soberbia nitidez. Siempre sorprende ese juego con los graves en medio de la sutileza de los agudos.
Un señero concierto que, en el campo emocional, estuvo a la altura de lo musical.