“Insomnes”, de Violeida Sánchez Socarrás

JOSÉ LUIS MUÑOZ

No es habitual encontrar en una novela negra tanta crudeza en los detalles sobre desmembramientos de cadáveres como en este sorpresivo relato llamada Insomnes, pero dada a la profesión de su autora se entiende. Violeida Sánchez Socarrás (Artemisa, Cuba, 1969) es médico y trabajó como profesora universitaria en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana hasta el 2002 que decidió emigrar a España en donde combina su labor como médico de cabecera con la docencia universitaria, y eso quiere decir que de anatomía humana va sobrada: Junto a la cabeza, estaban los brazos que parecían haber sido arrancados del tronco con brusquedad tirando de ellos hasta que la carne se desprendió en colgajos. El tronco parecía intacto con los pechos robustos y limpios. Los muslos y las piernas habían caído en el extremo opuesto a la cabeza, descansaban sobre una superficie verde sembrada de piñas silvestres.

Pero lo que es menos habitual es que la autora, que tiene en su haber dos  novelas policiales, Añoranza y Flagelos, y el compendio de relatos Soy inmigrante y ¿qué? sobre su experiencia migrante, todas autopublicadas, tenga tal pericia narrativa y literaria como para montar una excelente novela criminal que gira en torno a la psicopatía y tiene mucho que ver con el estamento médico: el asesino en serie lo es, y la mujer que quiere tratar de encontrar una explicación a esa conducta atroz y se pone en contacto con él, también.

La doctora Amaral San José, una psiquiatra que investiga los trastornos del sueño, se pone en contacto con  Simón, un colega de profesión encerrado en la cárcel que ha confesado cuatro asesinatos y lleva años sin poder dormir. A lo largo de sus entrevistas, el asesino en serie le habla de sus recuerdos de infancia que parecen haberlo predestinado hacia su afición por descuartizar —Movió las manos y los dedos compulsivamente rasgando las hojas de papel con los rotuladores, emborronando cuartillas tras cuartilla, dibujándolos a todos una y otra vez, sin brazos, sin piernas, sin cabeza, sin boca, sin manos.—, con aparente tranquilidad, y sin demostrar arrepentimiento, le detalla sus hazañas —Diez años hacía desde la muerte de Estela. Su cabeza olía a plástico. Ocho años desde Joao. Ardió en segundos sin chistar. Dos años desde Sabina. De ella no han conseguido encontrar ni un dedo. Dos días desde Freddy, que espera en la nevera que bajen las temperaturas para encender el fuego de la chimenea, pensó.—, y comparte con la psiquiatra su espantoso modus operando sin mostrar la menor empatía por sus víctimas, y por supuesto nulo arrepentimiento por todas las atrocidades cometidas: Matar a Freddy le resultó incómodo. Fue un acto impulsivo, imprevisto y desagradable. Asimismo, le fastidiaba pensar en él a todas horas y estaba molesto porque era incapaz de hallar el momento adecuado para deshacerse de la cabeza.

La escritora cubana maneja el lenguaje literario con una soltura envidiable y no se detiene a la hora de explicitar los más sórdidos detalles como si fuera Breat Easton Ellis, el autor de American Psycho, y Simón se diera la mano con el ejecutivo sanguinario de la novela del norteamericano: Esperaba que por fin bajarán las temperaturas, encender el fuego y deshacerse de Freddy. Olvidarlo, sacarlo de la nevera y de su cabeza. A Freddy, una de sus víctimas más llamativas, lo llamaban así en el barrio en donde desaparece porque se disfrazaba de ese personaje icónico del terror cinematográfico para asustar al vecindario. El asustado fue él cuando cayó en las garras del siniestro doctor.

Simón, el médico asesino y psicópata, tiene rasgos de Hannibal Lecter, es tan encantador como el monstruoso y sofisticado asesino que salió de la imaginación de Thomas Harris: Los brazos y el tronco de Joao estuvieron mucho tiempo en la nevera. Creyó que las bajas temperaturas mantendrían alejadas las ratas, las moscas y las hormigas, pero se equivocó. Cuando por fin pudo escabullirse del caos de urgencias y encontró la forma de llegar a su casa, en el sótano era un zoológico maloliente. Ser sanguinario no le impide ser, al mismo tiempo, amable y educado.

Violeida Sánchez Socarrás crea atmósferas —Apartó con las manos los arbustos y el crujir de las ramas le trajo de vuelta el recuerdo de Joao. Imaginó el camino que conducía al lago. Recordó el sendero estrecho que salía de él, serpenteando entre los pequeños montículos de tierra.—, no renuncia a ciertos rasgos humorísticos — Alguien tendría que decirle a este señor que tiene unas arterias tan gordas y grasientas, como su barriga, un corazón tan perezoso como su perra y un hígado tan grande como su inconsciencia.— y perfila de forma magnífica a su monstruo que termina culpando a la sociedad de sus desmanes: Si me hubieran descubierto cuando maté por primera vez, no habrían muerto tantas personas. A sus ojos, y ahí la autora es maestra en introducir al lector en un juego perverso, los cadáveres que tanto horror causan son simple materia biológica que se descompondría: Estaban muertos. Los muertos solo son cuerpos. Eran carne, huesos, sangre.

La autora trata de explicar el comportamiento criminal y psicópata de su protagonista a través de las vivencias de su niñez y el recuerdo de un adolescente que se convirtió en un adulto resentido, temeroso y distante. Insomnes es el relato de cómo y por qué un niño de nueve años que dibuja cuerpos humanos incompletos, que no podía dormir y que soñaba con ser médico, acabó en la cárcel por haber descuartizado a cuatro personas. Por desgracia, aunque son minoría, los encargados de salvarnos la vida y curarnos a veces comenten deliberados desmanes: los denominados ángeles de la muerte.

En sus pesquisas, la doctora Amaral, que duda que tras la conducta psicopática de su especial paciente se halle el insomnio que padece — Está claro que el insomnio es una putada tanto o más que la esquizofrenia, pero ni todos los locos matan, ni por dejar de dormir vas por ahí, descuartizando a la gente.—es ayudada por el policía jubilado Mateus Brito — El alcohol, las comilonas, los cigarrillos y el estrés suponían el cuarenta por ciento del trabajo policial.—, contacta con los familiares de las víctimas y con las personas que trataron a Simón que es descubierto no cuando asesina a humanos sino cuando quiere desprenderse del gato de una vecina que le incordia: Impulsado por aquel recuerdo, metió al gato en una bolsa, cerró la boca de plástico e hizo un nudo. El bulto se movió por la alfombra varios pasos cuando lo dejó en el suelo. El gato estaba luchando por salvarse. Sus movimientos le recordaron a Estela, a Joao, a Freddy y a Sabina. Una nota de humor negro.

Violeida Sánchez Socarrás ofrece al lector un menú literario escalofriante a base de cabezas, extremidades y troncos y lo hace sin descuidar una prosa excelente y aderezar el relato con un ritmo trepidante. Toda una sorpresa agradable, a pesar de los descuartizamientos, gracias al ojo clínico de Cosecha Negra, la colección en la que aparece este relato negro negrísimo. ¿Quién decía que las escritoras son menos sanguinarias que lo escritores?

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.