“El mayordomo inglés”, de Gilles Legardinier
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Lo peor que le puede pasar a una comedia es que no consiga hacer sonreír al espectador y eso es lo que sucede desde el minuto uno en la película de Gilles Legardinier (París, 1965), escritor de novelas juveniles que aquí se estrena como director de cine, y lo malo del caso es que el argumento, un hombre de negocios británico llamado Andrew Blake (John Malkovich) que desaparece apara refugiarse en un remoto castillo francés en donde hace muchos años nació el amor por su reciente fallecida esposa y en donde, por un equívoco del ama de llaves Odíle (Émilie Dequenne), entrará a trabajar como mayordomo, podría haber dado más de sí sino fuera por la torpeza de su director a la hora de ir armando sus torpes gags y la mala dirección de sus actores.
La pretendida comedia que quiere ser El mayordomo inglés podría ser una reflexión de cómo se afrontan las ausencias de los seres queridos —la propietaria del castillo, Nathalie Beauvillier (Fanny Ardant), al borde de la ruina y que se plantea convertir el castillo en alojamiento de lujo, también ha perdido a su marido y lo tiene enterrado en el jardín junto a su amante— , pero se reduce a una serie de situaciones sin gracia —el punto culminante cuando el mayordomo de marras y el guarda de la finca Magnier (Philippe Bass) asaltan la casa de Manon (Eugénie Anselin) para recuperar una joya empeñada por Nathalie— que conducen a un final feliz absolutamente cursi y sonrojante.
Lo mejor de la película es el magnífico castillo francés en donde se ha rodado, la presencia de una Fanny Ardant que a sus 75 años está sencillamente esplendida y un gatazo muy simpático y fotogénico, y lo más doloroso comprobar como quien fuera un actor extraordinario que nos conmovió en Las amistades peligrosas y en El cielo protector lleva muchos años sin interpretar un buen papel y sea relegado al papel de payaso sin gracia desesperado por encender una sonrisa en el espectador, cosa que no consigue.