“Bombshell, la historia de Hedy Lamarr”, de Alexandra Dean

JOSÉ LUIS MUÑOZ

La austriaca Hedwig Eva María Kiesler (se convirtió en Hedy Lamarr en su travesía hacia Estados Unidos por obra y gracia del séquito de Louis B. Mayer, el jefazo de la Metro al que ni el nombre ni el apellido le gustaban) adquirió fama escandalosa por ser uno de los primeros desnudos del cine en el film Éxtasis (1933) del checo Gustav Machaty, en el que, además, fingía un orgasmo, una escena erótica de diez minutos que le valió ser señalada por la Liga de la Decencia, que el Papa Pio XI se rasgara las vestiduras y sus padres se avergonzaran de ella.

La renacida Hedy Lamarr, glamurosa, emigrada a Estados Unidos no era rubia sino morena. Sus genes judíos le hicieron cruzar el charco antes de que Adolf Hitler investigara su ADN, y huyó de Alemania dejando a un marido Friedrich Mandl, entretenido en destruir todas las copias de la película maldita de su mujer sin conseguirlo, que fabricaba municiones para el Tercer Reich. Así es que, con Louis B. Mayer, con quien se hizo la encontradiza en ese viaje por mar transoceánico y renegoció muy al alza su cachet pactado en tierra firme (apareció exquisitamente vestida en el comedor del barco para hacerse notar ante el magnate del Séptimo Arte), empezó a hacer cine, pero nunca, a pesar de su belleza sencillamente extraordinaria y ese halo escandaloso que la persiguió hasta la tumba, brilló por sus actuaciones salvo en Argel de John Cromwell y Sanson y Dalila con el pétreo Victor Mature, uno de los peores actores de Hollywood. No rodó muchas películas, la verdad sea dicha, porque lo suyo era otra actividad mucho menos glamurosa y secreta: la ciencia.

En este esplendido documental de Alexandra Dean, en el que aparece Hedy Lamarr en numerosas entrevistas, la actriz morena de rasgos exóticos (en una película infame apareció tiznada de arriba abajo como si fuera de raza negra), se saca el sambenito de mujer objeto al que sucumbieron muchas de sus colegas. A la austriaca, que nunca olvidó de dónde venía y sentía nostalgia por su infancia en el país alpino antes de que Hitler lo invadiera, lo que le iban eran los inventos y no el cine, así es que entre película y película cogía su bloc de notas, hacia croquis, cálculos matemáticos, utilizaba sus conocimientos de física y química (de algo le había servido su breve matrimonio con el filonazi de su marido alemán) y diseñaba extraños artilugios que enviaba a la industria armamentística durante la Segunda Guerra Mundial para ayudar a ganar la guerra a su país de adopción. Inventó un torpedo guiado por ondas de radio que, desde el submarino desde el que se lanzaba, podía dirigirse contra el blanco aunque ese se moviera con rapidez para evitarlo. No la hicieron mucho caso, se lamenta, no la tomaron en serio hasta mucho más tarde, pero lo cierto es que la escandalosa intérprete de Éxtasis ideó loa precursores nada menos del GPS, Wifi, Bluetooth, aunque no recibiera por ello compensación económica alguna.

Diane Kruger, Mel Brooks o Peter Bodganovich, además de los hijos de Hedy Lamarr, que hablan de las particularidades de una madre que les dedicaba menos tiempo del que necesitaban, aparecen por la pantalla de este documental que retrata una vida fascinante y rebelde. Se casó un montón de veces, cuatro en Estados Unidos, con músicos y magnates del petróleo, y en sus últimos tiempos cayó en las garras de la cirugía estética que convirtió su rostro en una máscara patética de lo que había sido.

La vienesa, de vida intensa e independiente, feminista en tiempos de la mujer florero, fue una científica disfrazada de actriz glamurosa. Cada vez que se conecte a wifi o se deje guiar por el GPS piense en ella. El documental está disponible en Filmin y en CaixaForum Streaming. No tiene desperdicio.

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