«Hölderlin, una novela», de Peter Härtling
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Fue Friedrich Hölderlin (Lauffen an Neckar, 1770 / Tubinga, 1843) uno de los mayores poetas en lengua alemana y paradigma del hombre romántico y desdichado que arrastró toda su existencia una precaria salud mental que se fue deteriorando, material literario, su vida y su relación con su obra, lo suficientemente atractivo para que el escritor germano Peter Härtling (Chemnitz, 1933 / Rüsselsheim 2017), un periodista que fue codirector de la revista Der Monat y dirigió la editorial S. Fisher de Frankfurt, decidiera novelar su vida en esta biografía que ha editado Piel de Zapa.
Retrata el escritor al poeta inmaduro —Da la impresión de que algo luce bajo su piel. Todavía es un niño. Pero un niño serio del que se espera que se comporte como un adulto—y hipersensible: Sus amigos le consideraban demasiado sensible, demasiado vulnerable, alguien a quien hay que proteger. Para los demás no era más que un estudiante soberbio, apegado a sus privilegios.
Peter Härtling, con una prosa cuidada y exquisita que parece contemporánea del propio biografiado, nos va desgranando en las ocho partes que componen Hölderlin, una novela, la vida del poeta que primero ejerció de viajero bohemio —Pero que pronto se convierte en un viajero experimentado, ducho en el arte de alquilar caballos, de alojarse en los albergues, de regatear el precio de un coche de caballos, de calcular en secreto cuánto dinero le queda —testigo directo de la miseria, que lo llevó a tener una visión social de la humanidad— Tengo que hablar del frío. Del miedo a pasar frío, de las ratas, de los maestros, del cansancio profundo, tengo que hablar de unos niños que se arrastran fuera de la cama a las cinco de la madrugada, apartando las sábanas endurecidas por el frío— que para ganarse la vida hubo de ser preceptor de familias pudientes: Hölderlin notó, sin embargo, que la inteligencia del niño no era muy viva. Tampoco tenía voluntad de aprender. No estaba nada claro si el niño era tonto o solo lo aparentaba.
Un poeta, Hölderlin, ninguneado por algunos de sus contemporáneos como amargamente se queja —Waiblinder recuerda que ya viejo y enfermo, Hölderlin todavía se salía de sus casillas al oír el nombre de Goethe. Su desprecio amable le había herido para siempre—, amigo personal de Hegel y admirador de la revolución francesa —Pero mamá, no se trata de una fiebre, asistimos a un levantamiento y a un levantamiento que es necesario para la humanidad. Si usted cree, querida madre, que la gente tiene libertad, se equivoca, pues la mayoría no tiene ningún derecho y se encuentra maniatada en poder de los déspotas— pero que desconfía del ser humano para llevar a cabo esos ideales de progreso: ¿Está usted seguro de que el hombre, la humanidad, están suficientemente maduros para la libertad, que han aprendido ya lo que es la libertad? El autor de Hyperion, al mismo tiempo que abrazaba los ideales revolucionarios franceses, se mostraba crítico con quienes los lideraban: Los hombres de acción le decepcionaron, sin lugar a dudas. Sus juicios sobre Marat y Robespierre son producto de un corazón herido. Pero su juicio no condena la causa.
El poeta romántico alemán tampoco tuvo mucha suerte en su relación con las mujeres a pesar de su apostura: Eran unos sueños que Hölderlin se prohibía a sí mismo. La estrechaba entre sus brazos. A veces ella estaba desnuda, apretando su cuerpo fuerte y robusto contra el suyo. Se despertaba a menudo sobresaltado, y, vigilando el sueño de sus compañeros, se satisfacía a sí mismo. Su timidez y falta de experiencia quedan muy bien reflejadas en la novela de Peter Härtling en este episodio: Bailaron. Diga algo, le decía Elise. No se quede usted callado. Al acabar la pieza le arrastró fuera del salón de baile. Venga, le dijo, no quiero seguir viendo a toda esta gente. Salieron a un pasillo estrecho, lleno de trastos viejos. De repente, Elise le atrajo hacia sí, le besó en las mejillas y en los labios, y apretándose contra su cuerpo, le dijo: No sé por qué lo tengo que hacer todo yo. Fritz, no sé por qué no me estrechas entre tus brazos. Entre sus escarceos eróticos amorosos destaca la comodidad que encuentra en su relación con una de sus amantes: Con Wilhelmine no hablaba del porvenir. Necesito tiempo, decía, Necesito tiempo para mí. Su cuerpo le era familiar, se maravillaba de poderla amar sin temor de poder decir: ven, vamos a la cama. El amor no era una cosa de rutina, pero constituía una realidad cotidiana. O su relación tormentosa con Louise: Cuando piense en ella, cuando despierta en su memoria el recuerdo de su presencia, de sus caricias, de sus abrazos, de sus besos, cuando busca su cuerpo con sus palabras, al mismo tiempo también la está temiendo. Y con Susette, otra de sus amantes: Cuando él va a ver a su Susette, está en un estado de tensión tal que tiene temblores. Ella lo estrecha entre sus brazos, él la besa en el rostro, en el cuello, los brazos, se hacen promesas de amor eterno, se quejan de la brevedad de sus vidas, trazan planes de futuro que luego desechan.
Peter Härtling describe a la perfección el galanteo amoroso del poeta, preciso y detallado, lleno de exquisita sutileza y sensibilidad: No sé cómo empezaron las cosas, si se confesaron ya su amor en este refugio veraniego, si paladearon ya su creciente y mutuo interés y la creciente tensión también sin expresarla con palabras. Son detalles sin importancia, ya sabemos lo que es esto, que les conmueven o les hacen sufrir. El roce ligero de su hombro contra el brazo al pasear, el sonido de una sonrisa que de repente suena de otra manera, el que ella le llame involuntariamente mi querido, el que, al finalizar la lectura, la mano de ella se demore en la suya.
Acertadas sus descripciones físicas detalladas del poeta las que hace el autor de Hölderlin, una novela: Esos ojos extrañamente juntos, debajo de las cejas muy altas, como de perpetua sorpresa; ojos de introvertido, de persona fácilmente vulnerable; la nariz, muy larga, delimita en ese rostro dos campos llenos de vida que le confieren los ojos y la boca, y una zona inexpresiva; en este retrato, la boca se ve pequeña, con un labio superior corto. Por lo demás, la boca es sensual y apetitosa. Pero la barbilla, partida por un hoyuelo, es blanda.
En el declive de su vida, el poeta regresa al campo: Toma conciencia de la nieve, de los bosques, de los estrechos caminos resbaladizos, de la gente cuya pobreza intuye y con la que se va identificando más y más. Va perdiendo noción de sus sensaciones, duerme, aunque siempre atento, en las cabañas de los pastores, en las granjas, en pequeñas fondas de pueblo. Y es entonces cuando experimenta frecuentes ataques de ira irracional: Sin pronunciar palabras, se lanza escaleras arriba a su habitación, abre la ventana, rompe a gritar con un grito que Johanna no olvidará hasta el resto de sus días, se martilla el pecho a puñetazos, se estira los cabellos, grita, coge una silla que estrella contra la pared, luego la tira por la ventana, después tira la jofaina, la garrafa de agua, la estantería.
Peter Härtling subraya el trágico destino del autor de Hyperion, su deterioro físico —Su visita me ha dejado muy abatido: descuida su aspecto hasta el punto de provocar asco y, a pesar de que cuando habla no recuerda realmente a un loco, su comportamiento parece perfectamente adecuado al de los que están en ese estado— y mental que le sumergiría en una depresiva melancolía que le mantuvo alejado del mundo real los últimos años de su vida, recluido en la casa de un carpintero de Tübingen.
Novela espléndida, de enorme dramatismo, la de Peter Härtling que nos acerca a la vertiente más humana de uno de los mayores poetas en lengua alemana alejándose de hacer una hagiografía edulcorada y optando por ceñirse a la realidad de una vida marcada por la tragedia, la infelicidad y la depresión.