«Lo que arde», de Óliver Laxe

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Sorprendente minimalismo el de este filme de Óliver Laxe (París, 1982) de quien recuerdo la fascinante Mimosas y Todos vosotros sois capitanes, sus únicos y premiados filmes precedentes. Lo que arde transcurre en la Galicia profunda, pero muy lejos de los escenarios áridos y brutales de As bestas.

Amador Coro (Amador Arias), sale de la cárcel tras una condena por incendiario y regresa a su pueblo, a la casa de su anciana madre Benedicta (Benedicta Coro). Allí reemprende su rutina cuidando las vacas y viviendo bajo el mismo techo que la anciana, aunque no crucen muchas palabras. El único incidente digno de mención es que una vaca se mete en un barrizal y Amador precisa de la ayuda de la veterinaria Elena (Elena Fernández) para rescatarla. Amador no se mezcla con los demás aldeanos, rechaza tomarse una copa con ellos cuando se lo proponen. Con la veterinaria cruza alguna mirada, nada más. Pero cuando se produce un incendio forestal, todos lo culpan a él.

De cómo un guion simple, unas interpretaciones naturales, porque en realidad el realizador echa mano de actores no profesionales, como en Mimosas, para que se comporten en pantalla tal como lo harían en su vida cotidiana, se convierte en una película a ratos hipnótica, es mérito de este director extraño capaz de embrujarnos con sus imágenes que parecen más de documental que de ficción, incluido la lucha de los bomberos contra ese incendio forestal que presumo real.

Lo que arde es un haiku cinematográfico. Los protagonistas son los árboles, los montes, esa vida rural que poco a poco se va desvaneciendo. Óliver Laxe retrata la belleza de ese paisaje envuelto por la bruma, de esos árboles segados por una máquina taladora (por un momento lo relaciono con El barbero de Siberia de Nikita Mijalkov) y ese incendio que devora laderas. Podría incluir algún elemento dramático, algún accidente letal que altere esa aparente calma del agro gallego, el conflicto consustancia necesario para el hecho narrativo, tanto en literatura como en cine. No lo hace. El único estallido se produce cuando uno de los lugareños le lanza un puñetazo a Amador al que acusa de haber provocado el incendio y Benedicta, su madre, lo levanta del suelo. Y con esos escasos elementos, se construye una película. Asombroso.

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