«Casa en llamas», de Dani de la Orden

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Radiografía de una familia de la burguesía catalana rodada con mucho oficio y mala baba haciendo concesiones constantes al humor. Historia ya vista mil veces en distintas cinematografías pero que no nos importa volver a ver gracias a unos actores que se mueven como peces en el agua a las órdenes, perdonen la redundancia, de Dani de la Orden (Barcelona, 1989), joven y talentoso director conocido por Barcelona, noche de verano y Barcelona, noche de invierno que tiene una larga trayectoria de filmes rodados a sus espaldas.

En realidad, Casa en llamas es una representación teatral en un escenario único (una casa familiar de Cadaqués que va a ser vendida y reúne a una familia nostálgica de otros tiempos felices; una cala recóndita adonde iban a bañarse esa familia) y con un elenco actoral de primer orden.

Montse (Emma Vilarasau) lleva años bregando como madre de familia y ama de casa perfecta sin que ninguno de sus allegados se lo agradezca y decide reunir a sus hijos, al hipersensible y algo cursi David (Enric Auger) que compone insufribles canciones de amor,  y a su nueva y fugaz, como todas, novia Marta (Macarena García), su hija Julia (María Rodríguez Soto) y sus niñas pequeñas, que pasa por un bache con su marido (José Pérez Ocaña) y sus propias hijas que le resultan un estorbo, y su ex marido Carlos (Alberto San Juan) que acude a la cita con su nueva novia Blanca (Clara Segura) de profesión psicóloga. La reunión familiar sirve para avivar tensiones larvadas en las que todos disparan contra todos y el mito de familia unida y feliz salta por los aires por una larga lista de agravios que afloran en las reuniones familiares.

Dani de la Orden consigue insertar momentos hilarantes (el ataque de lumbalgia que sufre Carlos y lo deja inmovilizado al pie de su coche) con otros dramáticos (los hijos de Julia que supuestamente desaparecen en el mar) y que el teatro filmado que es la película no sea lastre cinematográfico sino todo lo contrario.

Casa en llamas, que no es un título gratuito, es un vehículo para el lucimiento actoral de Emma Vilarasau, una de las grandes actrices catalanas, y Alberto San Juan que le da una réplica excelente. Sonrisas y lágrimas en un combinado perfecto para pasar una buena tarde de verano y reflexión sobre las disfunciones familiares con las que el espectador medio sintoniza porque las ha vivido.

 

 

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