“Horizon: una saga americana”, de Kevin Costner

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Me apetece romper una lanza por una película incompleta (hay que tener en cuenta que es un cuarto de un megaproyecto de un megalómano) de uno de los actores / directores más denostados por los críticos no se sabe bien por qué razones, quizá por su independencia del sistema.

Kevin Costner, que ya nos había ofrecido un par de westerns notables, Bailando con lobos y Open Range, implicado personalmente en la fallida Yellowstone, ese western serial moderno que dejaba muy buen sabor de boca en los capítulos que pudimos ver, y actor en notables películas de Lawrence Kasdan como Wyatt Earp y Silverado, es un enamorado de un género que la industria norteamericana ha abandonado. Si tenemos en cuenta que Horizon: una saga americana es el prólogo de cuatro historias que transcurren en paralelo y hablan de la épica de la colonización del Oeste americano, el aperitivo es suficiente apetitoso desde mi modesto punto de vista como para seguir con la segunda, tercera y cuarta parte de este fresco histórico que quiere recuperar la grandeza de los westerns clásicos y en el que la estrella de Hollywood ha invertido todas sus energías y toda su fortuna como ha hecho Francis Ford Coppola en su último film que está teniendo serias dificultades para llegar a las salas, porque tanto la saga del Oeste como el experimento del director de El padrino deben verse en pantalla grande, mientras más grande mejor, para recuperar ese espacio que los sátrapas de Hollywood han dejado en manos de ese cine basura de palomitas y vaso gigante de Coca-Cola de los superhéroes, engendros cinematográficos sin guion ni actores, que todo lo fían a atronadores efectos especiales. Así es que Kevin Costner, cabalgado en solitario por las praderas del western, me merece todos los respetos como un Don Quijote que va contracorriente. Quizá también por eso se le lapide.

Un asentamiento de colonos en un espacio de los apaches que termina con un ataque salvaje de los mismos y deja pocos títeres con cabeza; una mujer que escapa de su marido maltratador y borracho con su hijo pequeño, después de tirotearlo en su cabaña, y huye a un lugar lejano perseguido por sus familiares; una larga caravana de carretas que se adentra en una zona desértica y hostil; un vaquero de vueltas de todo que debe cargar con una joven prostituta y un niño, son algunos de los tramos narrativos que abre el director de Bailando con lobos sin cerrar ninguno de ellos, historias ambientadas en cuatro puntos distintos de esa inmensa geografía, Colorado, Utha, Wyoming y Montana, que es Estados Unidos cuando era un territorio virgen que los colonos pisaban sin tener en cuenta que había otros propietarios: los nativos que exterminaron.

Este Kevin Costner director recupera la épica de los viejos westerns clásicos de antaño, se mira más en John Ford y en Howard Hawks, salvando las distancias, que en el realismo sucio hiperbólico del espagueti westerns de Sergio Leone y compañía o en los oscuros de Clint Eastwood que bebieron de su etapa almeriense. Hay belleza y épica en una puesta en escena suntuosa en donde no faltan los elementos arquetípicos del género norteamericano por antonomasia: las cabalgadas por las llanuras, los tiroteos en los saloones, los forajidos (ese odioso Jamie Campbell)  a los que el espectador desea despache el vaquero, la violencia, los cazadores de cabelleras, las incursiones de los apaches, y todo esto en un escenario grandioso que Kevin Costner realza con una fotografía que mima los detalles y una banda sonora eficaz que subraya cada fotograma.

Se le puede achacar a Kevin Costner, que se reserva uno de los mejores personajes de su película, el del vaquero analfabeto de gatillo fácil y pasado limpio Hayes Ellison, que no aporte nada nuevo al género, que sus secuencias ya las hayamos visto en otros westerns clásicos. ¿Y qué? ¿Hay que innovar en un género tan genuinamente americano como es el western?

Quizá, como pieza incompleta que es, como parte de un prólogo grandioso que sitúa al espectador en esos cuatro ejes narrativos, le falta emoción al conjunto y poner en antecedentes al espectador en algunos aspectos. Los soldados del fuerte comandado por el coronel Houghton (Danny Huston) marchan a combatir a los secesionistas sin que haya una explicación previa de por qué se produce ese conflicto y cuándo se ha declarado la guerra entre Norte y Sur. El ataque de los cazadores de cabelleras contra el poblado apache es confuso y está muy torpemente narrado. El asedio de la casa incendiada en donde resisten al ataque de los apaches James Kittredge (Tim Guinee) y su hijo queda a medias, parece una escena inacabada. El personaje estúpido de Hugh Proctor (Tom Payne) y su no menos estúpida pareja Juliette Chesney (Ella Hunt), unos cursis que viajan en la caravana de carretas son directamente prescindibles. Al esbozo de historia de amor entre la viuda Kittredge (Sienna Miller) y el teniente Gephardt (Sam Worthington) le falta ardor.  Pero el conjunto es de una belleza enorme, engancha al espectador en sus tres horas de duración y le hace apetecer esa segunda, tercera y cuarta parte que completen el fresco.

Entre tiroteos, puñetazos, tipos desalmados, apaches crueles, hombres blancos racistas y casas en llamas, destacaría una de las escenas más tiernas de la película: la prostituta (la modelo australiana Abbey Lee Kershaw) regalándole un polvo al rudo vaquero Hayes Ellison (Kevin Costner) antes de desaparecer para siempre de su vida.

El western es un género que ha dado un sinfín de obras maestras, todas las películas de John Ford, sin excepción, algunas de Howard Hawks, joyas como Solo ante el peligro de Fred Zinneman, la épica y grandiosa La puerta del cielo de Michael Cimino, un proyecto tan enloquecido por su ambición como el de Kevin Costner, lapidado por la crítica y que acabó con la carrera del director de El cazador, los westerns de Lawrence Kasdan y Clint Eastwood, El renacido de Alejandro González Iñárritu, el ambientado en tiempos actuales Comancheria de David Mackenzie…, la lista es sencillamente interminable, y Kevin Costner reivindica el género cuando la industria de su país lo ha abandonado por completo y empeña vida y fortuna en ello. Solo por ese tesón y la belleza del conjunto, Horizon: una saga americana, merece todos mis respetos a pesar de sus carencias.

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