La Gimpera

JOSÉ LUIS MUÑOZ

Brilló como una estrella cuando irrumpieron en el universo de las pasarelas las modelos anoréxicas Jeanne Shrimpton, alias la Gamba, y Twiggy, ambas inglesas, que lucían las minifaldas de Mary Quant sobre piernas de alfiler. Fue, ahora que se habla tanto de eso, el hecho diferencial catalán: rubia, esbelta, sofisticada, aspecto de extranjera, guapa a rabiar y con poderío. Modelo fotográfico femenino por excelencia, descubierta por el objetivo de Oriol Maspons, con Leopoldo Pomés llegó a la cima y su rostro, que devoraba las cámaras, fue muchas veces portada de revistas y objeto de reportajes hasta el punto de convertirse en la imagen corporativa de la discoteca Bocaccio, lo más in de esa Barcelona de las luces que ella iluminaba.

Dicen que Alfred Hitchcock, el obseso por las rubias glaciales, estuvo a punto de ficharla para una de sus películas. No cuajó lo del mago del suspense, pero a cambio fue icono de la Escuela de Barcelona y de sus extravagantes películas, y gracias a eso la conocí en la fiesta que la revista Cinemanía montó en la ciudad de Barcelona con motivo de un amplio reportaje sobre esas creaciones cinematográficas epatantes made in Catalunya que buscaban diferenciarse del cine mesetario de Saura, Camús, Picazo, Egea y compañía y entroncaban con la nouvelle vague francesa. Participó en algunas rarezas como Fata Morgana y Las crueles de Vicente Aranda, Aoom y El extraño caso del doctor Fausto de Gonzalo Suárez, y cayó en las garras del destape y del espagueti western de las que nadie se libraba por entonces. No sé qué le pasó a Jorge Grau que no le dio el protagonismo de Tuset Street (ella estaba, pero la eclipsaba Sara Montiel) cuando esa calle era el reducto de los revolucionarios de salón de la gauche divine que teorizaban sobre vanguardias culturales y políticas mientras Barcelona ardía con las manifestaciones del 69, porque el 68 llegó con un año de retraso, como todo.

No interpretó ninguna película con Hitchcock (la quería, si no me equivoco, para la peor de su filmografía: Topaz) pero fue la madre de las niñas Ana Torrent e Isabel Tellería, enamorada de un maquis y esposa del apicultor Fernando Fernán Gómez en esa joya cinematográfica que fue El espíritu de la colmena.

De su vida privada, hay que decir que, después de un matrimonio, estuvo casada con el actor estadounidense Craig Hill, rostro habitual en un sinfín de espagueti westerns que se rodaron en Almería, y que perdió a uno de sus tres hijos, Joan, en dramáticas circunstancias.

Con la Gimpera desaparece uno de los iconos de una época en la que fuimos libres para soñar. Bridemos por ella con una capa de cava en un imaginario Bocassio.

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