«La extraña soledad de Hilary Koolin», de Luis Aleixandre Giménez
JOSÉ LUIS MUÑOZ
No es un recién llegado el castellonense Luis Aleixandre Giménez (Villarreal, 1964), ingeniero técnico industrial, miembro de la asociación literaria Tirant lo Groc de Vila-real y de la asociación de escritores de la provincia de Castellón, en las lides narrativas. Ya había publicado con anterioridad Veinte días desenfocado, Letras cautivas, Días de fútbol, Mil ramos de flores no son suficientes, Dios no baja a los infiernos, finalista del Premio Planeta 2019, Hombres malos, finalista del Sed de Mal, y había obtenido el premio Fantastic 2017 de microrrelatos, el Premio Hugo 2019 y el Premio Vila-real 2022 a la excelencia literaria concedido por su Ayuntamiento. Además, había coordinado la serie Tormo, investigador privado, un descacharrante experimento literario entre el género negro y el humor con el que La extraña soledad de Hilary Koolin, premiada con el BMB del presente año, tiene algún que otro punto en común: una protagonista senil — Presionó con los dedos su frente y las mejillas, y observó, con satisfacción comedida, que aún tenía la piel tersa en esas zonas. Pero la papada ya era otra cosa; comenzaba a flojear y a formar arrugas blandas y longitudinales que recorrían su cuello. —ávida de sexo y carne joven.
Hilary Koolin —Así pues, Alfonsina Quílez Laborda pasó a llamarse Hilary Koolin, y su primera novela bajo seudónimo fue un éxito arrollador en el mercado nacional— es una sexagenaria escritora de novelas comerciales, llena de manías y fobias, con ciertos rasgos de Patricia Highsmith, gato incluido —Como toda respuesta el felino restregó su costado en la pierna de la escritora y esta lo cogió. Se sentó en la mecedora y lo puso en su regazo. Mala Sombra se dejó acariciar—, que vive sola en la Sierra de Madrid y es presionada por su editorial —La pasta me la trae floja, os la podéis meter por el culo. Además, si es así como lo queréis, me llevaré mis obras a otra editorial: más de una la recibirá con los brazos abiertos— para que cambie de registro y su próxima obra sea una novela de género negro. La inspiración le viene de forma azarosa cuando se da de alta en una página de citas, se encuentra con un joven estríper de despedida de solteras llamado Eric Sansano que le pone el cuerpo a tono y a partir de ahí su vida da un giro de 180 grados y su propia existencia se convertirá en una trama de género negro.
El tema central de la novela de Luis Aleixandre Giménez es la soledad — Todo eso me hace pensar que sufres de un mal atemporal y cruel que te afecta desde hace tiempo; la soledad—, indeseada cuando no se escoge: En ese momento hay tanto silencio en la casa que empieza a dolerme. Y veo oscuridades por todas partes. Son sombras que se mueven alrededor de mí y que detienen su movimiento en cuanto me giro para observarlas.
Se declara Hilary Koolin, y con ella su padre literario Luis Aleixandre Giménez que recoge este inicio de novela—“No era un hijo de puta; era un nieto de puta. El muy cabrón tenía pedigrí”. Así empezaba la novela—, admiradora confesa de Carlos Pérez Merinero, escritor de culto donde los haya, autor maldito y adalid de lo políticamente incorrecto que difícilmente encontraría editorial ahora (su hermano David ha recogido el legado y lo está haciendo): La admiración por un escritor que tuvo la osadía y el arrojo de narrar una trama como lo hizo Pérez Merinero. Pensó que, si hoy día escribiera de esa forma, sería crucificada por las hordas feministas más recalcitrantes en menos que canta un gallo.
Recorre la novela un humor negro, que es una seña de identidad de su autor, en las descripciones físicas —Cogió una teta con cada mano y la subió a la posición que ocupaban cuando tenía veinte años. Luego las soltó y cayeron flácidas sobre el inicio de la tripa. ¡Puta gravedad! — y hay, a lo largo de ella, cargas de profundidad contra lo políticamente correcto que infesta el mundo de la literatura, contra ciertas actitudes talibanas: Y ese detalle reaccionario la excitaba, porque podría ser ella quien cabreara a las feministas de pacotilla, a los católicos y apostólicos más reluctantes ante el actual libertinaje sexual, o a los puristas de un estilo literario cuidado; y, por supuesto también a Julio, su editor.
Está repleta la narración de guiños al mundo literario —Algunos socios quieren deshacerse de ti, así que piensa en eso cada vez que abras la boca para escupir sapos y culebras sobre lo que hago o dejo de hacer— y a la estrecha relación entre vida y literatura y como esta última complementa a la primera, acude en su ayuda: Hilary aplicó cada para sí uno de los trucos que solía utilizar en sus novelas cuando uno de los personajes se hacía de rogar ante los lloriqueos de su amante.
Luis Aleixandre Giménez escribe bien —Soñó que el mar era blanco, como la nata y sus olas lácteas no resonaban al batir contra las rocas transparentes del acantilado. Su cuerpo flotaba a la deriva arrastrado por la corriente oceánica que la llevaba cada vez más lejos de la costa, hacia un cuadrante oscuro en el que de forma intermitente se podían ver latigazos de luz que indicaban la existencia de una feroz tormenta— y tiene un dominio absoluto de los diálogos que ocupan buena parte de la novela y en boca de su protagonista femenina son absolutamente viperinos. En este sentido es especialmente encomiable la relación inacabable de exabruptos que salen por la boca de la cascarrabias escritora, uno de los mejores hallazgos de la novela.
La soledad de Hilary Koolin es también un aviso ante lo que puede suceder cuando las cosas no se hacen cuando tocan, cuando se quiere recuperar la juventud perdida a base de todo tipo de excesos: Tenía unas ganas locas de llegar a casa, de caer en los brazos de su amante y de meterse en la nariz una nueva raya de cocaína. El ordenado y aburrido mundo de esta escritora solitaria y excéntrica salta por los aires y se trastoca su existencia por la irrupción en su vida de su joven compañía: Eric Sansano veía con sus propios ojos la degradación en la que se sumía ella misma. No cesaba de hacerse rayas y el consumo incesante le pasaba factura. Dormía poco, se mostraba inquieta a todas horas y su irritabilidad parecía no tener fin. A la escritora, su joven amante le crea una dependencia emocional: No estoy acostumbrada a recibir ese tipo de atenciones y he de admitir que me gusta.
Un final absolutamente tarantiniano pone fin a esta novela original y divertida que está cargada de muy mala baba y nada reñida con el humor, negro, por supuesto.