«Shayda», de Noora Niasari
JOSÉ LUIS MUÑOZ
El cine iraní en el exilio, cada vez más abundante debido a la represión que sufre el país, está tomando el relevo últimamente al cine algo conformista y monotemático (las tensiones familiares), hijo tardío del surrealismo italiano, a que nos tenía acostumbrado la cinematografía oficial de ese país oriental encabezada por el ya difunto Abbas Kiarostami, Asghar Farhadi o Jafar Panahi, tolerados por el régimen de los ayatolás y vendidos al exterior como imagen de su tolerancia, y ahí están películas como la vibrante Tatami o la siniestra e inquietante Holy Spider.
La actriz iraní Zar Amir Ebrahimi se está convirtiendo en un referente femenino de la oposición al régimen de los ayatolás que tiraniza su país con una serie de películas políticamente comprometidas que interpreta y a veces dirige como la recién estrenada Tatami. En la película australiana Shayda, dirigida por la también iraní Noora Niasari, una exiliada en Australia que también firma el guion, y producida por Kate Blanchet, interpreta a la madre coraje que da título al filme, una mujer que lucha contra viento y marea por la custodia de su hija Mona (Selina) para que no caiga en las garras de su padre Hossein (Osamah Sami), su marido maltratador y machista del que se ha divorciado, que amenaza con llevarse su hija a Irán.
Noora Niasari denuncia la situación por la que pasan diversas mujeres en parecida situación a Shayda, y el apoyo que reciben en esas casas de acogida en donde se sienten protegidas hasta que sus cónyuges maltratadores dan con ellas y muestran su cara más violenta.
Basada en hecho reales, la realización algo plana, el personaje algo caricaturesco del marido maltratador y la ausencia de tensión dramática, lastran este filme de denuncia australiano que no consigue emocionar en ningún momento pese al trabajo impecable de Zar Amir Ebrahimi.