«Hasta el fin del mundo», de Viggo Mortensen
JOSÉ LUIS MUÑOZ
El western está reverdeciendo en su país de origen como su género cinematográfico por excelencia, que además lo define, y sigue muy presente en una sociedad que desciende de esos pioneros que se abrieron camino con sus carretas a sangre y fuego por el territorio hostil que invadían hace poco más de doscientos años. Ahí está la exitosa serie Yellowstone o esa magna película por entregas que está gestando ese enamorado del western que es Kevin Costner, Horizon. An American saga, que se ha presentado, no sin demasiada fortuna, también hay que decirlo, en el último festival de Cannes.
Viggo Mortensen, el actor norteamericano afincado en España por razones sentimentales, se pone por segunda vez detrás de la cámara, también delante, escribe el guion y hasta compone la banda sonora, lo que le acredita como todo un hombre orquesta cinematográfico, en Hasta el fin del mundo, un western que, sin renunciar al clasicismo del género, ahonda en la olvidada visión femenina del mismo, lo que es una novedad.
Un tipo solitario de origen danés llamado Holger Olsen (Viggo Mortensen) conoce en San Francisco a una mujer canadiense de fuerte personalidad y vida independiente llamada Vivienne Le Coudy (Vicky Knieps), que acaba de romper con su ridículo pretendiente (Collin Morgan), marchante de arte. Vivienne, tras el flechazo, un amor a primera vista, se traslada a la modesta cabaña que Olsen tiene a las afueras del pueblo de Elk Flats, que transforma en un hogar, pero ha de arrostrar un periodo de dura soledad cuando su pareja decide enrolarse en el ejército y participar en la guerra civil.
Quizás, la mayor virtud de este western rodado en México y Canadá, una versión de La Odisea con un Ulises que desaparece para irse a la guerra y una Penélope que lo espera organizando su vida sin él, y que tiene puntuales ramalazos de violencia —el tiroteo en el pueblo por parte del villano Weston Jeffries (Solly McLeod), matón a las órdenes del alcalde corrupto Rudolph Schiller (Danny Huston); una violación brutal; la salvaje paliza que se lleva un pianista porque al matón no le gusta lo que toca y el ahorcamiento de un inocente—, resida en la revisión femenina del género, y así Vivienne, esa mujer fuerte, decidida, que toma sus propias decisiones y se emancipa económicamente trabajando en el masculino saloon sin amilanarse ante su machista clientela, se convierte en la autentica protagonista del film, sobre la que gira la historia. En ese sentido resultan paradigmáticas su indignación cuando Holger Olsen decide abandonarla para ir a la guerra—Qué se te ha perdido en ella, le viene a decir— como su pregunta, cuando regresa un año más tarde, de Qué tal te fue en tu guerra, en tono irónico.
No es una película perfecta Hasta el fin del mundo, porque hay errores de guion y montaje (escasa clarificación de los flash backs, hasta el punto de que el espectador pueda creer que Viggo Mortensen interpreta a dos personajes distintos cuando es el mismo), no se sabe bien qué hace ese danés emigrante aceptando del alcalde la placa de sheriff cuando no actúa como tal en el violento incidente que se produce en Elk Flats ni posteriormente, chirrían las escenas oníricas en las que aparece un personaje medieval y los flash backs del personaje Vivienne niña, cuyo padre trampero aparece ahorcado, por ejemplo, pero introduce en ese territorio dominado por la testosterona, que es el western, delicadeza, gracias a la prodigiosa interpretación de la Josefina del Napoleón de Ridley Scott, y buenas dosis de ternura en la relación de la enamorada pareja protagonista. Así es que nos hallamos ante un western minimalista en el que prevalecen los diálogos —¿Qué haces viviendo como un perro? pregunta Vivienne al rudo Olsen cuando va a su casa, y este le responde: Pero soy un perro feliz—, las miradas de ternura y los sentimientos sobre los tiroteos, y que desemboca, en su secuencia final, como ese extraño western que inició Stanley Kubrick y finalmente hizo suyo Marlos Brando, Río sin retorno, en el mar como fin del mundo, una ampliación del horizonte vital de ese padre que cabalga con un hijo impuesto buscando iniciar una nueva vida.