«Totem», de Lila Avilés
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Desconcertante y fascinante retrato familiar el que nos ofrece la directora, y también actriz, Lila Avilés (Ciudad de México, 1982) durante los noventa minutos de proyección de esta película, a través de la mirada de una niña de 7 años, Sol, (Naíma Sentíes) —la directora coloca la cámara a su altura—, que asiste a la fiesta de cumpleaños de su padre Tonatiuh (Mateo García Alizondo) —Sol en la lengua mexica—, la última que va a celebrar porque es un enfermo terminal, y rodeada de familiares: Lucía (Iazua Larios, la protagonista femenina de Apocalypto), su madre, tan ausente como ese padre enfermo que a toda costa quiere ver la niña pero no le dejan para que no molestarlo, el abuelo Roberto (Alberto Amador, con cáncer de laringe que se comunica a través de un laringófono), Nuri (Montserrat Marañón) y Alejandra (Marisol Gasé), sus tías, que preparan el festejo.
Rodada en tiempo real y con una cámara invisible, que se cuela por todos los rincones de la casa del abuelo paterno, con los muchos personajes que van entrando y saliendo de la pantalla cuadrada que es la mirada de la niña, la directora mexicana construye una película palpitante de verismo en donde se cruzan constantemente conversaciones banales con otras más trascendentales (la niña se entera de la gravedad del estado de salud de su padre por lo que oye a su alrededor). La directora de La camarista nos mete, con su protagonista infantil, en ese festejo de cariz mortuorio en donde se celebra la vida a un paso de la muerte, algo que forma parte del ADN del pueblo mexicano. Mientras preparan esa comida de celebración, mientras adornan ese inmenso jardín, en donde tendrá lugar el ágape con luces multicolores y fuegos artificiales, estallan fricciones entre hermanos y parientes, se decide que se va a dejar morir a Tonatihuh porque ya no hay plata para su tratamiento.
Lila Avilés va de lo particular a lo general en Tótem, película seleccionada por México para competir en la carrera de los Oscar, que bien podría ser un documental (fue documentalista antes de ser directora de ficción) por su naturalista manera de filmar. La realizadora mexicana organiza ese presunto caos de imágenes y voces entrecruzadas en larguísimos planos secuencia que no parecen tener fin, hasta dar coherencia a esa polifonía audiovisual. Por un momento puede el espectador tener la sensación de estar viendo una película dirigida por su colega Carlos Reygadas que hubiera prescindido de sus inquietantes elementos fantásticos que caracterizan su cine centrado en el ámbito familiar. Flota en el ambiente de Tótem lo surreal, por esa mirada asombrada de la niña que no acaba de conectar con el mundo adulto y tiene su propio universo (alguien la ha comparado con El espíritu de la colmena de Víctor Erice) y lo terrorífico cuando, en medio del jolgorio impostado de la fiesta aparece el padre caminando torpemente hacia su mesa entre una salva de aplausos de amigos y familiares y fuerza una sonrisa amarga porque sabe que es su último cumpleaños.
Apología de la familia agridulce con sus luces y sombras el film de Lila Avilés, que también tiene puntos en común con Roma de Alfonso Cuarón, en donde vida y muerte se codean y una cama vacía pone el punto final de este relato minimalista y envolvente.