“Faro”, de Ángeles Hernández
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Singular el apego que siente parte del cine español por el cine de terror, y muchas veces, y ahí están películas de Alejandro Amenabar, J.A. Bayona y Jaume Balagueró, con éxito, y no es cosa de ahora porque hicieron mucho por el género tipos como Jesús Franco, Jorge Grau o Chicho Ibáñez Serrador en el pasado siglo.
Faro es el segundo largometraje de Ángeles Hernández. Padre (Hugo Silva) e hija (Zoé Arnau) buscan refugio en un faro de la costa menorquina para huir de la pérdida de un ser querido y pasar en soledad el duelo. Pronto se verá que no es la decisión más acertada porque en el faro hay extrañas presencias que se le manifiestan, sobre todo a la adolescente Lidia, y luego, quien parece un amigo, se tuerce. El fantasma de ese ser querido intervendrá de forma decisiva.
Sorprende que el brillante diseño de producción (fotografía, música, aceptables efectos especiales), que se añaden a la espectacularidad de los escenarios naturales elegidos (el faro en cuestión es muy cinematográfico), no se corresponda con un guion sólido que lenta pero inexorablemente se va cuarteando como le ocurre a la siniestra construcción marina (sus paredes, mohosas, están rellenadas de algas marinas que las empapan). Mezcla la directora, sin éxito, varios subgéneros del cine de terror: el de las casas encantadas, con puertas que se cierran, luces que tiemblan, que tienen vida propia; el de fantasmas que se aparecen, aunque sea con muy buenas intenciones; y el de aparentes cuerdos que enloquecen y se vuelven peligrosos como en las novelas de Stephen King (en un momento tememos que Hugo Silva pueda transformarse en Jack Nicholson de El resplandor). Por todo ese batiburrillo argumental, la película que empieza con una muerte poco creíble (¿pueden las medusas matarte?) que ya se cuestione el espectador (un ataque de tiburón es poco factible en el Mediterráneo), medusas que aparecen por todas partes y se transforma en obsesión de la joven protagonista, se desmadra en el tramo final con ese personaje simpático (Sergio Castellanos) que se vuelve siniestro cuando estrangula a su gato y se le gira la cabeza.
El film, de factura técnica impecable, con buenas recreaciones oníricas en escenarios espectaculares (el laberinto, la cantera, los planos submarinos), fotografía demasiado luminosa, en mi opinión, para sus fines lúgubres, naufraga por ese guion sin pies ni cabeza que va empeorando conforme avanza la película.