Muñoz ya lo hizo: «Lluvia de níquel»
CARLOS SALEM
Resulta cuanto menos poco serio, pero imprescindible en este caso, acudir a una serie de televisión para introducir la presentación de una novela que forma parte la historia del género en nuestra lengua. Más absurdo aún si nos referimos a una serie animada de humor y caracterizada por su total ausencia de auto-censura.
Pero tratándose de José Luis Muñoz y especialmente de esta novela, es inevitable acudir a un capítulo de la serie South Park, en el que recuerdo vagamente que los niños de aquel pueblo silvestre de Colorado querían hacer algo original, inédito y sorprendente. Y por cada idea demencial que se les ocurría, por delirante que pareciera, aparecía el listillo que decía: «los Simpson ya lo hicieron».
Pero tratándose de José Luis Muñoz y especialmente de esta novela, es inevitable acudir a un capítulo de la serie South Park, en el que recuerdo vagamente que los niños de aquel pueblo silvestre de Colorado querían hacer algo original, in- édito y sorprendente. Y por cada idea demencial que se les ocurría, por delirante que pareciera, aparecía el listillo que decía: «los Simpson ya lo hicieron».
Lo de fuera
Hace ya unos años que se convirtió en tendencia literaria (iba a escribir «se puso de moda», pero sonaría despectivo y aquí somos muy respetuosos), ambientar las novelas escritas por autores españoles en países anglosajones que conocían quizás de algún documental o de una fugaz visita o un viaje de estudios. El caso es que parecía que los destinos locales estaban agotados y las tortuosas calles de Barcelona o las peligrosas vías oscuras de Madrid no alcanzaban para darle el glamour necesario a una novela. Dentro de esa tendencia hubo excelente novelas y de las otras (si me preguntan, más de las otras que de las excelentes). Lo malo —o lo bueno— es que José Luis Muñoz ya lo había hecho.
Veinte años no es nada
Se cumplen veinte años de la publicación de Lluvia de níquel, una novela que ya inaugurando el siglo XXI ambientaba toda su acción en Estados Unidos, concretamente en una ciudad de Estados Unidos, con un personaje que no tenía nada de español. El riesgo narrativo de competir con películas y novelas facturadas de aquel lado del Atlántico y amparadas por nuestra certeza cinematográfica, televisiva -e incluso lectora- de que un Mike podía actuar diferente de un Miguel. Muñoz arriesgó y ganó, quizás porque el conocimiento del territorio de pecado convertido en escenario de este lento drama de caída no le era para nada ajeno. (Pendiente queda algún encuentro privado y con vinos en su casa de Bossòst para que me cuente todas sus aventuras en Las Vegas, esas que no reflejará nunca en ningún libro. Pero eso queda para los privilegiados amigos y colegas que aprendemos a envidiar con cariño).