Te acuerdas del mar, de Óscar Godoy Barbosa
Posted on 2 enero, 2024 By José Luis Muñoz Agenda, Creación, Dársena, Letras, Reseñas, Rincón del lector
JOSÉ LUIS MUÑOZ
No es nuevo en el oficio de la escritura el colombiano Óscar Godoy Barbosa (Ibagué, 1961) comunicador social, periodista, profesor universitario de Creación Literaria en la Universidad Central de Bogotá y escritor que colaboró en diversos medios de comunicación de la capital colombiana. Ha publicado numerosos cuentos, muchos de ellos premiados, y las novelas Duelo de miradas, El arreglo, Once días de noviembre y la ganadora del Premio Ñ ciudad de Buenos Aires Te acuerdas del mar. Gran conocedor de la, hasta hace muy poco, terrible realidad social colombiana, centra esta novela conciliadora y, pese a todo lo espantoso que en ella se cuenta, optimista, en dos visiones contrapuestas cuando en la misma habitación de un hospital —El trazo de su fachada tal vez fue motivo de orgullo sobre los avances de la civilización en la ciudad, las últimas tendencias del arquitectura europea de edificios públicos, de las que no dejarían de ufanarse sus fundadores. —coinciden un antiguo guerrillero, Corso, y Don Luis, un viejo paramilitar de pasado tenebroso.
Corso, el exguerrillero ilustrado —No imagino en qué momento alcanzó Corso a leer tantas novelas, si lo suyo eran la conspiración y el escape. — lleva años mirando a sus espaldas por si lo secuestran los de enfrente y ajustan sus cuentas pendientes: Ya enrumbado por las calles con la vida en vilo, a la espera del momento en que sentirá la presión de un revólver en la base del cráneo, el filo de un puñal en su cuello, o tal vez el estampido duro, metálico, repentino, al tiempo con la voz entre burlona y cortante para dictar sentencia: llegó tu hora, Perro, costó dar contigo pero aquí nos tienes. El veterano militante izquierdista cree que llegó su fin cuando cae en manos de unos delincuentes comunes —Hablan de su pena de muerte como si él no estuviera allí; como si la sentencia no fuera para él. Y como si decidieran entre ir al estadio o ver el partido por televisión. — que le dan una paliza brutal —Sin vacilar, propinó un puntapié en los testículos del hombre. Luego toma impulso para patear el pecho, las piernas, los brazos, la cabeza, la cara, una … y otra … y otra… y otra vez. Lanza rugidos cortos con cada esfuerzo de patear, y su respiración se agita. A sus pies ya no oyen risas. Ni siquiera se escucha la respiración ahogada en sangre. Y en su convalecencia en el hospital hace repaso de su pasado en la clandestinidad que forma parte de su vida: Alcancé a escuchar que no era seguro, que algo grande estaba ocurriendo, que nos cazaban por todas partes, que había que esconderse, salir de la ciudad militarizada, irse al monte.
Una estancia en ese hospital público, compartiendo habitación con el enigmático Don Luis, un enfermo moribundo, que le da para repasar su existencia y afrontar su propio fin: Semanas de compañeros de cuartos silenciosos, de olvidarme del mundo de afuera, de prepararme para el siguiente paso, para esa presencia cada vez más cercana del otro lado, el no lugar donde ya estaban tantos hombres que ocuparon la cama dos días antes de su llegada. El edificio del Hospital debió tener mejores épocas.
A través de los recuerdos de Corso, Óscar Godoy Barbosa repasa los momentos más dramáticos de la reciente historia colombiana: Cayeron, el verbo más espantoso que podía pronunciarse, cayeron fulano y mengana, la apelación va en grande, la ciudad militarizada, el general Gamero nos montó cacería… Una sociedad militarizada y dominada por una violencia enquistada durante muchos años de luchas entre los gubernamentales y los insurgentes: Las carreteras lucían sembradas de hombres de uniforme que requisaban carros, pedían papeles y preguntaban el motivo del viaje una y otra vez. Y en donde ser detenido por la policía o lo militares suponía un descenso al peor de los infiernos: Tarde o temprano dirás todo en la tortura, nos decían, y es bueno que no sepas el nombre real de nadie. Y nos hablaban de los métodos brutales, la picana, la violación, la cuerda, el cepo, el arranca uñas, el látigo, la gota de agua, el balde, y de los que no dejaban huellas físicas pero te quebraban…
Durante esos días compartidos con Don Luis, el enigmático moribundo de la cama de al lado, Corso toma conciencia de que se encuentra junto al odiado enemigo, quien les daba caza, los despiadados paramilitares que arrasaban las aldeas —Porque se trataba de no dejar votos presentes ni futuros para los del trapo rojo. —, llevaban a cabo una limpieza étnica —¡Viva Cristo Rey!, y con ese grito rompíamos las puertas y sacábamos familias completas a la calle lista en mano para saber a quién dejar tranquilo, llevábamos a la gente al parque principal, o a los descampados, o a las puras calles mal iluminadas, para iniciar el ritual de la muerte. —y se convertían en despiadados ángeles vengadores: Y borrachos no mostrábamos compasión, reíamos a carcajadas al rajar gargantas para sacar por ese tajo la lengua de las víctimas, al cortar cabezas para el corte de mica o abrir barrigas para sacar bebés y arrojarlos al barro delante de sus mamás agonizantes… Nos entrenaron para no distinguir entre mujeres por embarazadas que estuvieran, ni entre viejos y niños de pecho, ni entre muchachas y muchachos de todas las edades, confiesa el oscuro inquilino de la otra cama de la habitación hospitalaria.
Con maestría literaria, Óscar Godoy Barbosa traza el historial psicológico de esos dos personajes que son enemigos irreconciliables y son cuerpos dolientes que se sitúan entre la vida y la muerte y hacen expiación de sus pecados en esa habitación de hospital que comparten. Porque no creo que resista hasta la próxima semana, por más que los médicos se empeñen en mantenerme hidratado y alimentado por tubos, dice Don Luis. Y una ilusión los hermana, humaniza a ambos personajes tan alejados ideológicamente entre sí, enemigos irreconciliables: el mar. Desde ese momento el corazón me empezó a latir más rápido. ¿De verdad iríamos al mar? ¿Podría conocerlo al fin? Dice el escritor y periodista argentino Jorge Fernández Díaz de la novela premiada: Una poderosa parábola sobre la violencia política y sobre una amistad impensada.
Jorge Volpi, uno de los miembros del jurado que premió esta novela espléndida dijo de ella: Un fresco amplio y minucioso, escrito con una prosa tersa vibrante, sobre la realidad colombiana de hoy. La novelista y ensayista argentina Liliana Heker afirmó: A través de distintas voces, de historias que se cruzan, de personajes tal vez irreconciliables pero fugazmente hermanados, el autor va urdiendo un alegato perturbador y luminoso.
El mar como metáfora de reconciliación: Los arrecifes, en el profundo azul, la manta raya que se desliza sobre el fondo. Una excursión que nunca pudimos hacer. Una sonrisa. La primera en este largo día. Una novela de reconciliación después de esa orgía de violencia que durante décadas arrasó Colombia y dejó cerca de 300.000 víctimas mortales, mayoritariamente civiles, que afortunadamente es historia. Cuánta bondad y solidaridad afloran en quien al mismo tiempo pudo causar tanto daño. (El Espectador).
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