Godland, de Hlynur Palmason

La sombra de Ingmar Bergman, y por ende la de Carl Theodor Dreyer, es alargada. El tercer largometraje del joven director islandés Hlynur Palmason (Hornafjörður, 1984) tras Winter Brother y Un blanco, blanco día, coproducción entre Islandia, Dinamarca y Francia, inspirado en siete fotografías que un sacerdote danés tomó a finales del siglo XIX, es de esas películas que el espectador debe degustar lentamente, atento a los detalles.

El joven pastor danés Lucas (Elliot Croset Hove), recibe la orden de su superior de establecer una iglesia en Islandia. Para poner a prueba su fe, elige el camino más largo y peligroso para llegar a su destino, atravesar la isla cruzando sus inexpugnables desfiladeros, ríos impetuosos y glaciares guiado por Ragnar (Ingvar Eggert Sigurosson, actor fetiche del director), un lugareño que se niega a hablarle en danés y con el que mantiene una tensa relación. Cuando construye su iglesia, al lado de una pequeña comunidad, y se hospeda en casa de Carl (Jacob Lohman) y sus hijas Anna (Victoria Carmen Sonne) e Ida (Ida Mekkin Hlynsdótter), su fe flaquea, sufre ataques de ira constantes y cae en la tentación de la carne. Todos sus esquemas se tambalean en ese territorio inhóspito, salvaje y extremadamente duro que es Islandia.

Hay dos partes bien diferenciadas en la película. La primera es el viaje que empieza por una travesía en barco y el desembarco en una playa con el pastor cargado de todos sus pesados artilugios fotográficos con los que quiere retratar a los habitantes de Islandia. En otro contexto geográfico y temporal, ese Gólgota dramático que se impone el pastor Lucas recuerda al del personaje de Robert de Niro en La misión escalando los riscos de Iguazú llevando a rastras su espada y armadura para mortificarse. Cuando Lucas llega a su destino le pregunta su anfitrión Carl que lo acoge moribundo en su casa: “Podías haber venido en barco.” Una obviedad.

La segunda parte es más estática, la construcción de la iglesia en ese páramo cercano del mar y las tensiones del poco empático protagonista con los lugareños, especialmente con Ragnar, al que odia a pesar de que le salvó la vida, y con Carl, que desconfía del pastor y quiere poner a resguardo de él a sus dos hijas. Lucas se desfonda, se deja llevar por sus ataques de ira y empieza a odiar todo lo que le rodea, incluido el idioma islandés, porque no lo entiende, e Islandia, porque no se integra en su sociedad.

Godland parece una película sobre la fe religiosa, porque la religión está muy presente en todo momento (en una de las secuencias, refugiado de la inclemencia de una ventisca en su tienda de campaña, el pastor implora a Dios que le libre de esa pesadilla en la que se ha convertido su viaje porque está al límite de sus fuerzas), pero también es una especie de western con un forastero que siempre lo va a ser, lo sabe y se irrita por ello, o un tratado sobre la incomunicación porque Lucas, sin su traductor, se siente perdido en un entorno cuyo idioma a menudo no entiende. Lucas, desbordado por ese llanto de un niño y el ladrido del perro de Carl que parecen boicotear el primer sermón en su iglesia recién construida, tira la toalla, tropieza con los escalones al salir y cae al suelo, se embarra ridículamente su cara.

Y luego está otro personaje, bien visible y omnipresente, determinante, el que hace referencia al titulo de la película, Godland, tierra de Dios, la belleza telúrica y rocosa de Islandia que imprime carácter a todo el film y a sus personajes, su espectacular fuerza viva, los volcanes que explotan y los torrentes de lava, el río que arrastra a su traductor (Hilmar Gudjonsson), los glaciares, bellamente fotografiados, el caballo muerto en la tundra que se va descomponiendo como premonición de la descomposición moral del propio pastor Lucas.

Hay una larga y bella secuencia en la que la cámara sobrevuela con una lentitud pasmosa el paisaje de la tundra, a ras de suelo, con la banda sonora del canto de los pájaros, para fijar el plano sobre el rostro del protagonista agotado que cierra la primera parte de la película que es puro arte visual.

Godland, filmada en formato cuadrado, 4:3, como en las películas del cine primitivo, lo que confiera al film un aire claustrofóbico, centra la mirada del espectador en un reducido espacio, es un ejercicio de austeridad y laconismo cinematográfico que gira sobre la pérdida de la fe de un hombre sobrepasado por un entorno hostil. El film de Hlynur Palmason es una sinfonía bárbara sobre la relación del hombre con la naturaleza escrita con imágenes sobrecogedoras por su áspera belleza y subrayada por impactantes efectos de sonido. Más de dos horas de puro cine sensorial.

 

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