Asesinato en el bosque de La Habana
La literatura negra cubana tiene grandes narradores entre sus filas como Leonardo Padura, Lorenzo Lunar, Amir Valle, Rebeca Murga, el ya fallecido Justo Vasco, el también fallecido y nacido en Uruguay Daniel Chavarría y, hasta si me apuran, Pedro Juan Gutiérrez y su realismo sucio, por citar a algunos. En ese nivel literario de excelencia uno se congratula como lector de género negro tropezar con joyas inesperadas como esta novela de Rigoberto Menéndez Paredes (La Habana, 1963), doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de la capital cubana que es un erudito en la investigación histórica y antropológica de la huella árabe en Cuba y en América Latina. Asesinato en el bosque de La Habana (Ediciones Atlantis, Sed de Mal, 2023) no es su primer libro publicado, ahí están los ensayos Los árabes en Cuba, que recibió el premio cultura cubana, y Árabes de cuentos y novelas, pero sí su primera novela, y además negra, y además buena, o muy buena, me atrevería a decir, porque Rigoberto Menéndez Paredes no solo construye de forma impecable una trama criminal en una Cuba del pretérito con personajes creíbles, sino que a través de ella, sin que estorbe en su línea narrativa, hace una serie de consideraciones sustantivas sobre la estrecha relación entre ficción y realidad, constantes guiños a los grandes maestros del género negrocriminal.
En una Habana multicultural de 1947, poblada por inmigrantes de todos los lugares del mundo, aparece un cadáver sin cabeza junto a un fragmento de papel con letras en árabe, lo que hace sospechar al detective privado Marcelo Gorayeb, convocado por su antiguo colega policial Ortiz —Ortiz se mecía en la butaca, como era su costumbre; el cigarrillo le colgaba de la boca mientras revisaba un expediente con lentitud. —la vinculación del crimen con la comunidad libanesa de La Habana, turcos o moros, como familiarmente se les conocía, del mismo modo que los españoles eran gallegos —Pero después, en los ambientes pueblerinos, el mote de turco fue sustituido lentamente por el de moros, que tenía un sentido más fraterno que insultante. —, porque Goyareb, como el autor, siempre ha estado relacionado con esa comunidad árabe de la isla: Yo, por ejemplo, soy un cubano adicto a la comida libanesa y al anisado libanés.
Empecemos diciendo que el investigador es un devoto lector de novelas policiales —Sintió ganas de leer otra novela policial y esta vez escogió “El misterio del sombrero de copas”, de su imprescindible Ellery Queen. —porque su lectura, además de entretenerle, le ayuda a resolver los asuntos criminales en los que se involucra —La vida es una torpe copia de las novelas policíacas. —y es una afición que le define: Mi primer vicio son las mujeres y el segundo las novelas policiales. Un detective desengañado que dejó la policía este Goyareb: Muchos años después de trabajar como investigador criminalista, cansado de servir a los gobiernos de turno y de comprobar que muchos de los crímenes tenían relación con la alma oscura de los poderosos, renunció a su puesto profesional y se convirtió en un detective independiente.
Hay en la novela del cubano erotismo caribeño, porque la isla y su clima tropical lo promueven, en esos encuentros de alto voltaje entre el detective y esa prostituta grande, voluble y sensual que se convierte en su amante fija y confidente y atiende al nombre de Pantorrillas Dulces: Ella puso un disco de acetato en el tocadiscos y al rato sonó un mambo de Pérez Prado. Comenzó a bailar con la malicia de una pecadora y Goyareb la embadurnó el cuello con una saliva caliente y la empujó contra la cama, desnudándola con torpeza. Ella lo volteó como un títere y el detective quedó en una posición indefensa. Le excitaron sus ojos pedigüeños y su mirada de perversa hipnotizadora. Pantorrillas Dulces le soltó la hebilla del cinto y se descuartizó a sí misma sobre el músculo incorruptible. Y no faltan los apuntes gastronómicos que apuntalan a los personajes: Gorayeb y Zayden hicieron un rito de largo silencio para devorar la ensalada de búlgar con granada, calabaza y fetas. El detective acompañó el manjar con digestivo sorbos de arak.
Transitan por la novela una fauna humana compuesta de personajes bien trazados, con tendencia al sentimentalismo nostálgico del que no está exento, ni mucho menos, Goyareb que siente la querencia por su antiguo barrio, su patria, el territorio de sus recuerdos —Recuperó la calzada de sus nostalgias. Era el corazón del barrio de los turcos, la patria chica del detective. Las pequeñas patrias son la geografía más querible de un hombre. Son una suma de cosas entrañables, pensó Goyareb: un barrio, la familia y un puñado de amigos. —, personajes retratados tan impecablemente desde el punto de vista literario, como implacablemente en su crueldad descriptiva —El hombre regresó acompañado de un espécimen digno de odiar: una cara violeta ocupada por infinitas arrugas y una indecente barba de cuatro días. Los dientes manchados de nicotina parecían fósiles prehistóricos dentro de la boca. Estaba embutido en un negligente overol de carnicero y su cabeza semejaba un áspero mazacote blanco. —, dibujados magistralmente a través de unos diálogos vivaces que permiten verlos, pero también hay retratos urbanos, porque La Habana se convierte, gracias al buen hacer literario de su autor, en un personaje fundamental de la trama, en algo vivo: Una arquitectura esponjosa, lleno de galerías y recovas, de pasillos y túneles, propia de una ciudad viva, ramificada y arterial, ciudad que se apropia del alma de sus hijos como un gran parásito de piedra. Gorayeb la toca y ansia como se toca un cuerpo de mujer. La ciudad que conoce palmo a palmo a través de las rutas de los crímenes y las alevosías. Una ciudad azul, bañada por golpes de mar como altos chorros de semen.
Hace Goyareb, ese detective culto, leído y mujeriego, continúas apelaciones a la literatura, con lo que la novela del cubano puede leerse también desde un punto de vista metaliterario —¿Cómo resolvían los héroes de las novelas los casos de los cadáveres sin cabeza? La vida era la copia negligente de una novela policial. —y homenajea a los grandes maestros norteamericanos de los que el autor es deudor —Se sentía como un detective de las novelas de Dashiel Hammet, de esos que les gusta saber por qué matan a los hombres.—, porque lo que parece, en un principio, un crimen pasional se torna mucho más complejo a medida que avanza la trama.
Y hay, cómo no, desencanto por la isla más isla del mundo, un país tan hermoso y vitalista como esquilmado por la corrupción endémica y la picaresca: Este país siempre ha sido una letrina política, afirma Goyareb, un tipo desencantado, escéptico pero profundamente ético en su forma de actuar. La historia de la humanidad se cuenta por sus crímenes, dice Rigoberto Menéndez Paredes por boca de su alter ego detectivesco en esta novela negra que rinde culto a los clásicos del género y es un auténtico goce literario de principio a fin. No se la pierdan. Intuyo que habrá más.