Plaza Alta, de Plácido Ramírez Carrillo
Toma el nombre esta antología de uno de los espacios más emblemáticos de la ciudad de Badajoz. Un espacio visitado y revisitado por el poeta, noctámbulo, bohemio y hacedor de hechos culturales en los aledaños, como los actos que se realizan en el cercano Museo Luis de Morales por la Asociación de Amigos del Museo.
Recoge este libro de hermosa portada, realizada por Gomero Gil, donde las Casas Mudéjares, iconos pacenses por excelencia nos aventuran cual va a ser el contenido de esta antología de 100 artículos, publicados en el Diario Hoy.
El poeta no desaparece frente al articulista, de irónica pluma, solo se camufla y adapta sus contornos al reducido espacio físico del párrafo periodístico. El articulista de opinión no eclipsa en ningún instante al poeta que “cumple instantes” o nos narra sobre la “orfandad de las emociones”.
Destila Ramírez Carrillo un estilo donde consigue hibridad la denuncia social con el hálito de “ese silencio largo”, la risa y el descojone a costa de los mamelucos que gestionan nuestras vidas y haciendas, sin olvidar las “mujeres que adelantan primaveras en su reloj de invierno”.
Conseguir combinar la concreción con la solicitada extensión de la metáfora y el hálito poético no es tarea fácil. En especial cuando se imbrica lo lírico dentro de una estructura literaria que, en su brevedad, oficia de martillo de herejes y azote de zascandiles patrios.
Por estas páginas desfila una pléyade de personajes fallidos que tenemos la desgracia de contemplar hasta la saciedad a diario en noticias y televisiones. En estos tiempos en los que un sector se decide por la genuflexión (incluido el periodismo patrio) y desarrollar una prensa de reclinatorio y monaguillo adusto, Plácido Ramírez opta en sus breves semblanzas por el camino difícil. Per aspera ad astra, decían los latinos (Por el sendero áspero hacia las estrellas). Por el camino de no hacer amigos y desvelar las sevicias, mugres y nulidades con que nos vemos obligados a convivir. Y lo hace desde la atalaya de un humor envidiable. Un humor inteligente y lúcido, algo que se está dejando de lado, especialmente en la bazofia de lagunas publicaciones “humorísticas” que sirven a la voz de su amo. El poeta-articulista domina la cadencia en el texto. Tienen estas breves pinceladas lumínicas una armonía interna de tintes musicales que terminan siempre en esa coda de “Llena otra vez, Josué”; que se ha convertido en la marca de la casa. Conocía, el autor, la problemática que se iba a derivar al desvelar verdades no deseadas en un terruño donde la ocultación de la realidad es un deporte patrio por excelencia, donde el pesebreo institucional es la profesión más prometedora y donde el palmero y el mariachi son recompensados en modo inversamente proporcional a su inteligencia. No le importó. Por ello, estos artículos son un regocijo para el espíritu y un baño de realidad para quienes se rodean de aduladores y monaguillos que ofician sus carencias y cortedades intelectuales y cívicas. Por las páginas de Plaza Alta desfila todo el esperpento patrio, toda la Santa Compaña de cofrades de la inanidad, de vividores hispanos pata negra. Ramírez Carrillo les regala una de cal y otra de cal. Las consecuencias, obviamente, las ha sufrido en sus carnes. A ningún espantapájaros le gusta que revelen la paja que rellena sus disfraces.
Pero no sólo la nefasta fauna institucional tiene su sitio en estas páginas. Siempre hay un lugar para recordar alguna tradición rural, una fiesta local como los Carnavales, un acto cultural (de tantos en los que participa) o un saludo a los amigos ¿Por qué no? De bien nacidos es ser agradecido.
El artículo de opinión solicita brevedad en su estructura y concentrar la enjundia en escasas líneas. Se trata de un ejercicio de condensación literaria nada sencillo. Sobre todo cuando la variedad y cantidad de los temas invitan al literato a la expansión y la desmesura sobre la cuartilla. A través del espejo de Plaza Alta, el lector podrá recorrer casi un diario de la actividad cultural pacense, un dietario de las mamandurrias políticas y sus aledaños. Un ejercicio lírico que recorre instantes de la cotidianeidad urbana, que navega por calles, arcadas y recovecos mostrando personajes y curiosidades. De repente, un quiebro, una dedicatoria irónica y diestra al zascandil de turno, al cenutrio mediático, al títere con sueldo público o al chisgarabís que se contempla en el espejo como un moderno Narciso. Y lo hace con ese lenguaje sencillo, cotidiano, a pie de ciudadano que ha desarrollado en sus obras anteriores. Ese halo poético, de querencia urbana, con matices y pinceladas del verbo particular en localidades extremeñas, palabras al uso en ámbitos rurales que se perderían de no ser recogidas en estos textos. De ese modo, el poeta-articulista, huyendo del viciado sacaplanas, del lisonjero lambiscón, del acrídio que salta de poltrona en poltrona sin abandonar nunca las prebendas, construye un imaginario donde todos estos personajes cobran efímera vida. Un paisaje donde se convierten en blanco certero de la crítica inteligente y lírica que nace de su pluma. La capacidad de condensación literaria permite al autor dar breves pinceladas de los temas más diversos dentro del espacio opresivo y efímero del artículo de opinión. La riqueza léxica abarca vocablos de escaso uso como “apestajicosa, barajusteando, ciringuncia, culebreando, chufleteo, cusculejos, gigonas y abaldragarlos, estrapalucios. Pero no huye el autor del neologismo, desgranando palabras de nuevo cuño como “cardosiano” o recuperando expresiones como “chufletas” de escaso uso.
Plácido Ramírez nos regala un volumen donde continúa enhebrando palabras y atardeceres “acanelados”. Una lectura imprescindible para seguir el día a día cultural de la Región, donde desfilan botarates, señoras de otoño tardío, adalides vocacionales de lo cultural, calles y callejones, exploradores perdidos buscando su Livinsgtone, gacetilleros de la realidad, chiquilicuatros con sueldo a nuestra costa, misturados con el “apuntámelo pá cuando cobre” o las colas del hambre que “crecen y doblan las esquinas en carrefilera”. En inaudita capacidad de simbiosis, todos los elementos de la arquitectura literaria carrilliana se entrelazan, formando un todo de certera cohesión dentro de su diversidad. La riqueza léxica sublima de negatividad de los hechos denunciados, la lírica disfraza la toxicidad de los personajes nefastos y “reideros” que conforman nuestra realidad social. De los adictos a la negatividad.
Mientras tanto, el escritor nos despide desde abril (con su caligrafía rota).