La soledad de Hans Teodore Mankel, de José Luis Muñoz

VÍCTOR CLAUDÍN

Cumplo con una deuda. Porque casi todo lo que he leído últimamente, me ha entretenido, me ha gustado, me ha interesado, de todos he aprendido. Pero esta novela de José Luis Muñoz es mi preferida, seguramente porque además de lector, seguía siendo escritor mientras la disfrutaba.

Uno de los maestros contemporáneos de la novela negra española, además haber practicado otros géneros, como el erótico o el histórico, José Luis Muñoz, nos regala una nueva y espléndida obra literaria: “La soledad de Hans Teodore Mankel”.

Un tipo mediocre, Hans Teodore Mankel, un tipo vulgar, con una vida mediocre, trabaja en una editorial mediocre, Prater, leyendo textos, generalmente mediocres, y además procura ser un escritor (al menos mediocre) al que finalmente le han publicado una novela, “Contra el viento”, que ha cosechado una crítica furiosamente negativa, es decir, que se supone que es peor que mediocre. Y en esas estamos cuando su jefe, Gustav Webber, no tiene más remedio que cerrar la editorial. “(tal vez) regrese al campo, a la tierra de donde no debí salir, que recompensa el esfuerzo de tus manos, porque si siembras en el tiempo adecuado, si riegas sobre lo sembrado, sale la planta, indefectiblemente el esfuerzo conlleva la recompensa, pero en este mundo incierto, en el de los libros, eso no es así, eso es una especie de sumidero, de agujero negro a donde van a parar dinero e ilusiones”. Entonces, cuando Mankel está recogiendo, encuentra un original despistado, “La puerta del horror”, de un tal Sigfrid Luger, al que en su momento no prestó atención. En ese instante su vida, forzada por las circunstancias, da un giro radical y deja de alimentarse diariamente de salchichas Münchner Weißwurst y chucrut. Todo esto pasa en Munich, cuando el muro de Berlín está a punto de caer, a un paso la reunificación de las Alemanias.

Hablando de la nueva novela que quiere hacer, Mankel piensa en algún momento en incluir una historia de amor, aunque él sólo había amado a su madre, en silencio. O escribir sobre la soledad, y mientras nada le sale, da vueltas a los personajes que le rodean. Una historia de amor que bien podría ser como la “destructora pasión que sentía el maduro Johan Müller hacia la bellísima Aina Bodren”, de “La puerta del horror”.

Esta novela de José Luis Muñoz no es negra, aunque tal vez haya un par de muertos, o sí lo es, o en realidad no sé, ni me importa si es negra o no, porque, claro, no por ello o por lo otro es más o menos, mejor o peor literatura. Esta novela es, sencillamente, espléndida, muy valiosa.

Por una parte, está llena de historias, de personajes de los que te enamoras, con los que sufres, vives sus dudas y anhelos, sus miedos y hasta sus traiciones. Por otra parte, “La soledad de Hans Teodore Mankel” está repleta de reflexiones, de disecciones del mundo del libro y del frenesí de la creación literaria. También sobre las luces y sombras de la literatura y sus imposturas. Sobre la lectura de libros, sobre la edición de ejemplares. Sí, hay metaliteratura, literatura que habla de literatura. Pero reflexiones y disecciones perfectamente ensambladas en el relato.

“Un libro es como un hijo, o más que un hijo, porque es un parto largo y laborioso del cerebro que puede durar años, hasta toda una vida, y del que no hay un solo momento en que se esté satisfecho, y menos cuando el libro ya está impreso y nada se puede alterar de él”.

En la novela de José Luis hay otra novela, los personajes de su novela se entrelazan con las vidas de los personajes de la otra novela, de la que está ya escrita o de la que está por escribirse. Y con la realidad. Sus personajes de ficción se cruzan o confunden con los de la novela dentro de la realidad que es la novela. Hablo de un juego embriagador, el que ruge mientras dura la pasión de la escritura.

Dicho por el narrador: “La literatura que se colaba en la vida, y la vida que lo hacía en la literatura hasta que los límites entre una y otra se hacían tan difusos que el protagonista no sabía bien lo que estaba escribiendo o lo que estaba viviendo”. Efectivamente, José Luis nos cuenta cómo la literatura se nutre de la vida, de las experiencias que se van sucediendo.

Mankel se pregunta cuánto había del autor en el protagonista de “La puerta del horror”, ese profesor retirado de literatura de Salzburgo que hace balance de su vida agonizando ante los Alpes nevados y rodeado de hombres y mujeres terminales que le van a preceder en el viaje o a los que se va a anticipar, una propuesta similar a la de Thomas Mann en “La montaña mágica”, autor al que José Luis, o Mankel, o Luger o Dios Bendito hace un entrañable homenaje.

Hay una imagen que se reitera por haber marcado la vida de Mankel: Las cabezas cercenadas de sus padres por el camión guillotina. Puede ser en la ficción donde Mankel se encuentre con el pasado. O en la descripción cotidiana de la realidad, el personaje puede imaginarse algo que tal vez haya ocurrido antes. Que lo pensado que le sucedía a otro, en realidad le pasaba a él. Un recorrido permanente entre realidad y ficción, entre realidad e imaginación, entre ficción novelada y ficción real.

Todo tiznado de trampas, de recovecos que te devuelven a rincones imposibles. Si bien, aquí no se juega con los tiempos, aunque también.

En “La soledad de Hans Teodore Mankel” no se trata de saber quién es el asesino, porque tal vez no esté claro si lo hay. Si no del disfrute de ese viaje extraordinario de un personaje, Mankel, por el que se cuelan todos los demás que habitan las páginas.

Pero ante todo esto que cuento nadie se asuste. No es una novela filosófica, o un ensayo sobre el amor y el destino, por ejemplo. Ni siquiera sobre la literatura. Eso sólo es lo que rezuma según desentrañamos la epopeya del personaje. Además de un recorrido por un juego de espejos en los que no siempre la realidad es la que es, subrayo que es una novela de historias y, sobre todo, de personajes.

“Un escritor, cuando se pone delante de su máquina de escribir, no sabe si está haciendo arte o no, no sabe si lo que escribe va a trascender a sí mismo y va a interesar a otros; un escritor lo que hace, cuando escribe, es crear un mundo aparte, navegar dentro de un universo que se fabrica a su medida para sentirse cómodo y, aunque no quiera, no sea consciente de ello, pone en sus páginas mucho de sí mismo. Yo he puesto pasión, he derrochado pasión y sensualidad en las dramáticas páginas de mi novela que se puede leer como una historia sentimental arrebatadora o como un reflexivo y amargo testimonio acerca de lo efímero de la vida y el terror que nos produce llegar a ese final para el que nadie está preparado.” Ya averiguaréis quien lo dice.

El autor (quien sea) también dice que “Me gusta no reconocerme cuando escribo hasta el punto de releerme y creer que es otro el que lo ha hecho por mí”. Pero yo sé que es José Luis Muñoz el autor porque siempre me ha sorprendido, no haciendo una única obra al cabo de algunas novelas, como otros autores, sino eligiendo asuntos dispares, tramas diferentes, paisajes bien alejados unos de otros, incluso géneros distintos. Y eso es así desde que leí por primera vez, hace muchos años, “Barcelona negra”, que ganó un premio, corría el año 87, desde entonces ha acumulado casi sesenta novelas.

Me he encontrado en esta aventura a un José Luis nuevo, o renovado, o a un eterno José Luis escritor. Claro que en “La soledad de Hans Teodore Mankel”, os advierto, hay tantas nieblas, tantos engaños, tantos disfraces, tantos interrogantes, a veces no resueltos, tantos dobleces, hasta tantas mentiras, que al final cualquier lector tiene complicado descifrar si esta novela la ha escrito José Luis Muñoz, Mankel, Luger o si en realidad, es la que un día escribí yo (ya me hubiera gustado). Leerla, es una obra para disfrutar, la firma José Luis Muñoz, y esa es suficiente garantía.

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