The Quiet Girl, de Colm Bairéad
El cine irlandés está de enhorabuena. Después del deslumbramiento de Almas en pena en Inisherin, llega The Quiet Girl, una película intimista y tierna de la mano de Colm Bairéad (Dublín, 1981), un escritor y documentalista que se estrena en el largometraje con esta joya fílmica. Si en algo coincide con Martín McDonagh es en su realización minimalista, la atención por los detalles y la apelación a los sentimientos y a las emociones por encima de la línea argumental que es muy simple. El silencio también sirve para expresar amor, declaraba en una entrevista Colm Bairéad que adapta la novela corta de Claire Keegan Tres luces. Y los silencios son muy importantes en ambas películas, aunque las temáticas sean tan dispares.
Cáit (Catherine Clinch), una niña reservada y poco comunicativa que suele perderse en el campo, es enviada un verano a casa de unos parientes lejanos cuando su madre queda, una vez más, embarazada. El cariño que no encuentra en Máthair Cháit (Kate Nic Chonaonaigh), porque no da abasto en la crianza de sus numerosos hijos, ni en Athair (Michel Patric), un padre completamente desnaturalizado y ajeno a su prole, lo encuentra en esa pareja que la acoge formada por la elegante Eibhlin Cinnsealach (Carrie Crowley) y su silencioso marido, el ganadero Séan (Andrew Bennet), que se convierten de facto en sus padres durante ese mes y suplen con la presencia de la niña la ausencia del hijo que perdieron.
Anulada como persona en su familia de sangre, y en el colegio, la adolescente y retraída Cáit deja de ser invisible gracias al cariño que le profesa esa pareja de desconocidos que durante ese mes le dan todo lo que ella no tiene: un amor desinteresado que es de ida y vuelta.
Con una fotografía exquisita, que recoge el ambiente de esa Irlanda rural y pobre de 1980 en la que transcurre la historia, un ritmo pausado, una maestría en la planificación y unas interpretaciones de verdadero lujo, especialmente la de la niña de 13 años Catherine Clinch, The Quiet Girl remarca los silencios expresivos (los del aparentemente adusto Séan que realmente quiere con locura a Cáit y se desespera cuando esta desaparece en el campo, por ejemplo) que no necesitan de las palabras para expresar sentimientos muy profundos. The Quiet Girl destila ternura en cada una de sus escenas (Cáit bañada y perfumada por Eibhlin, y mimada por ambos, un lujo que nunca tuvo en su pobre familia en donde es una más de la numerosa prole). La película está rodada con una sensibilidad extrema y se cierra con ese salto que da Cáit, tras una breve carrera, para trenzar sus brazos alrededor del cuello de Séan.
Cine del bueno dirigido a los sentimientos pero sin deslizamientos hacia la cursilería. No por casualidad The Quiet Girl fue seleccionada para el Oscar al mejor film extranjero y se ha convertido en la película irlandesa más taquillera de todos los tiempos tras triunfar en los festivales de Berlín y Valladolid. Una joya.