Spanish Beauty, de Esther García Llovet
Benidorm es sinónimo de horterada mayúscula, turismo de masas y atentado a la ecología y al buen gusto. De Benidorm, y su fauna, hacía un retrato tan magnífico como cruel Bigas Luna en sus Huevos de oro con un Javier Bardem con slip de leopardo y barretina cantando a Julio Iglesias frente a sus rascacielos. Benidorm es el escenario de esta novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963) que vive en Madrid desde 1970, donde estudió Psicología Clínica y dirección de cine, y ha publicado con anterioridad Coda, Submáquina, Las crudas, y Mamut, la Trilogía instantánea de Madrid (Cómo dejar de escribir, Sánchez y Gordo de feria), además de relatos en diversas antologías y revistas.
Puede que lo mejor de la novela sean los retratos urbanos que ofrece la autora de la ciudad, con descripciones lapidarias de esa urbe mediterránea y especulativa de la que hace un retrato somero y cruel: Benidorm. Cultura barata. Cultura de playa. Gente que habla tres idiomas sin tener el bachillerato, paquis, belgas, gin tonics aguados, gays, libros de Tom Clancy de segunda mano, hinchados por la humedad, crujientes de arena, arena en la almohada, arena en la paella, en el tanga, en la ducha, desayunos de salchicha y bacon a cualquier hora del día, paisajes tailandeses a cualquier hora del día, chicharras de noche. O de su vida nocturna regada de whisky DYC y ginebra Beefeater: Benidorm, la ciudad que nunca duerme, la ciudad con todos los usos horarios a la vez, la ciudad de los bares abiertos hasta pasado mañana. O de su iluminación: Los rascacielos están empezando a iluminarse como los ecualizadores de una mesa de mezclas.
El argumento gira en torno a Michela, /La sombra de Michela caía justo en medio del escaparate de la agencia de viajes, entre los reflejos de los cientos de rascacielos a su espalda y de los semáforos y de las palmeras kilométricas, elásticas, calcinadas por el sol. Era agosto, el verano. Era verano todos los días del año./ hija de Laureana y Kyle, el padre con pasado y presente oscuro, una policía municipal corrupta y especie de sheriff que gobierna una urbe caótica poblada por mafiosos ingleses, rusos millonarios, fauna discotequera bajo el sol de la arena de playa y las luces de neón, a la búsqueda de un mechero que perteneció a los legendarios Krai Twins de Londres de los sesenta que necesita a toda costa recuperar aunque eso le suponga enfrentarse a Kaminski.
No es la trama dispersa y caótica lo más valorable de esta breve novela de 132 páginas, sino el constante ejercicio de estilo de la escritora que juega con las palabras consiguiendo sorprendentes imágenes literarias: El mar de día y el mar de noche. El cielo color Fanta de día y la Vía Láctea, Venus, las constelaciones como bucles de autopistas y mapas de carreteras perdidas contra el negro más profundo, de madrugada. Se sirve de un estilo lacónico y cortante, de frase corta y lapidaria, para describir a sus personajes: Terry B. era un tipo pequeño y fibroso, de bajo mantenimiento, de esos que comen una vez al día y duermen una noche por semana.
Mas que ante una novela, el lector se encuentra con un despliegue de artificios literarios siempre sorprendentes y muy bien empleados: Le gustaron el cielo color merluza hervida, la amabilidad algo rural de los parroquianos, esa solvencia sin aspavientos del país que parece hecho para gente de cincuenta años para arriba, las acumulaciones. Es en esa prosa brillante en donde los objetos, los edificios, los colores de neón tienen más importancia que los personajes que no acaban de verse, no se sustancian porque no le interesan a la autora, y así abundan las secuencias protagonizadas por objetos, en este caso un teléfono móvil que se despeña y la autora sigue cámara en mano, lo que remite a los autores franceses del nouevau roman, especialmente a Alain Robbe-Grillet: En plena caída el móvil golpea contra una roca que enciende la linterna y después continúa su vuelo en picado, dibujando mil cabriolas en el aire, en zigzag, tropezando con las rocas como un asteroide loco, la bala de Kennedy, hasta que alcanza un saliente y sale disparado trazando una interminable parábola perfecta que acaba en el mar.
¿Se puede escribir una novela sin personajes y sin trama? Esa es la pregunta que uno se hace al terminar un libro que es puro artificio literario de principio a fin: El cielo allí muy arriba, con las nubes dispuestas raras como faltas de ortografía.