Hospicio, de Martín Garrido
Es posible que un lector cinéfilo de Hospicio, la intensa, interesante y original novela que Martín Garrido (Barcelona, 1982) ha publicado en la joven editorial Vencejo, la asocie como acto reflejo con La parada de los monstruos, un terrorífico film de Tod Browning rodado en 1932 y que conmocionó a los espectadores, entre otras cosas, porque los actores de la misma eran monstruos de feria verdaderos, de cuando la sociedad los mostraba en circos y otros espectáculos. El escritor barcelonés afincado en Mallorca es también director de cine y lo monstruoso y abyecto está muy presente en su filmografía compuesta por H6: Diario de un asesino, El monstruo y Nos veremos en el infierno.
Hospicio, novela que viene a continuación de El tren de juguete, Los inútiles perfectos y Farlopa, tiene un punto de literatura monstruosa, está poblada por seres deformes, física y mentalmente —Manolito vio como se acercaba a él una pareja que parecía sacada de una fábula terrorífica, él tenía cara de sátiro y se movía como si tuviese patas de cabra en vez de piernas normales, ella era enana y amorfa, estaba contrahecha. — que conviven en un hospicio regentado por la matrona Sebastiana en donde reina la ley del más fuerte. En ese establecimiento, ubicado en un pequeño pueblo de Mallorca, entre la pobreza extrema, el alcoholismo y el abuso — Sebastiana había escapado precipitadamente, asustada y avergonzada a partes iguales por el impúdico gesto del padre Calafell.— se mueven esos seres fantasmales que parecen haber surgido del inframundo. El fallecimiento de uno de ellos, Massianeta, una inválida que tiene en sus manos un cupón premiado de la ONCE, les da la esperanza a sus compañeros de enriquecerse con esa pequeña fortuna.
Martín Garrido describe escenarios sombríos —La deteriorada barra tenía trazas de barricada, una no podía apoyar los brazos en ella sin quedarse pegado a la superficie como un mosquito en una trampa adhesiva.—, hace aflorar una violencia descriptiva suficientemente explícita —Una parte de su nariz se había despegado del hueso y colgaba sobre los labios dejando a la vista un agujero negro rodeado de carne sanguinolenta— , es prolijo y eficaz en las descripciones físicas de sus personajes —Se trataba de una señora de ochenta y un años con rostro alargado y cadavérico, la tez rosada, áspera como la lija, el tronco deprimido, unas pequeñas manos de largos dedos y piernas muy cortas, contradicciones con las que la naturaleza homenajeaba la fealdad y la endogamia que practicaban los ancestros de las poblaciones aisladas. Martín Garrido no rehuye un naturalismo extremo para describir personajes y situaciones, utiliza un lenguaje elaborado rico en imágenes sugerentes —A veces experimentaba la sensación de no poseer engranajes, aparato digestivo, sistema nervioso o espina dorsal, ni tan solo cartílagos, era un pedazo de carne bañada en vino y sufrimiento. —y hunde al lector en una vorágine de violencia y abyección.
De entre esa galería de personajes deformes, hijos de las pinturas negras de Goya, destaca Teco por su carácter brutal —Teco se repetía a sí mismo que no era un asesino, si se había visto obligado a matar era por las circunstancias, nunca por placer. Según su punto de vista, él, igual que los animales, mataba por necesidad, no para satisfacer deseos ocultos.—, un violador sin escrúpulos morales que vive en un entorno de bestezuelas: Teco se metía muchas veces en la cama de Malen para desfogarse con su cuerpo deforme y adiposo, llegando a eyacular dentro de lo que llamaba un bacalao muerto y seco. Por su naturaleza monstruosa Hospicio, además de la película anteriormente citada, remite a una extraordinaria novela que pude leer y descubrir hace algunos años, El criadero del argentino Gustavo E. Abrevaya, y, por ende, a la imaginación delirante y surrealista del cine de David Lynch.
No tiene piedad Martín Garrido de sus personajes toscos y primarios, hay en ellos mucho Luis Buñuel, del de Viridiana en esa apoteósica y blasfema Santa Cena, y parecen sacados del film Feos, brutos y malos de Ettore Scola protagonizado por Ugo Tognazzi, en sus descripciones: Si tenía alguna preocupación o plan en marcha, Malen le causaba repulsión. Ella era otra de sus muñecas rotas, una muñeca con una vagina pequeña, peluda y maloliente, un bosquecillo negro de pelo hirsuto que trepaba hasta el ombligo emanando ese olor de pescadilla pasada. Engendros de una naturaleza desquiciada: La naturaleza debía estar loca y enferma para producir personajes como Malen o ese Teco.
Como un Lucien Freud, o un Egon Schiele (Martín Garrido es licenciado en Bellas Artes y ha realizado incontables exposiciones individuales a lo largo y ancho de la geografía española), hay en Hospicio un canto al feísmo como categoría artística y, valga la paradoja, extraordinariamente bien escrito: Teco contemplaba el rostro descolorido y humeante, las larvas que se retorcían en las comisuras despellejadas de su boca, los huesos color ceniza que se transparentaban bajo la carne podrida. Era un banco de sainete sin corona que flotaba envuelto en un aura rojiza que olía a azufre y carne chamuscada. El autor, con las palabras precisas, crea imágenes de extraordinaria fuerza: El furor subía por su garganta como una espuma corrosiva, dolía igual que si hubiese estado engullendo cristales rotos.
Hospicio es una novela que engancha, más que por la trama, por la creación de ese ambiente malsano, minuciosamente descrito, y la creación de esa serie de personajes siniestros e inquietantes hijos de una pesadilla lynchiana.