El peor vecino del mundo, de Marc Forster
Imposible no pensar en Gran Torino de Clint Eastwood, e interpretada por él mismo, o en Mejor… imposible de James L. Brooks con Jack Nicholson mientras se está viendo este film melodramático, con sonrisas y lágrimas, de Marc Forster (Illertissen, 1969). Su protagonista Otto Anderson (Tom Hanks) es tan desagradable y cascarrabias como Walt Kowalski, el veterano de la guerra de Corea algo racista del film de Eastwood, y tan maniático y obsesivo como el escritor Melvin Udall del film de Brooks, pero si se rasca descubrimos que en realidad es un tipo entrañable y humano que no ha tenido mucha suerte en la vida.
A Otto Anderson se le viene el mundo abajo cuando, después de perder a su esposa Sonya (Rachel Séller) en un accidente de tráfico y al hijo que esperaba de ella, se jubila de su empresa muchos años después (ya da muestras de su mal carácter cuando deja plantados a sus compañeros que le han preparado una fiesta de despedida). El viudo, que invierte su vida en hacer rondas rutinarias por el barrio para que se cumplan todas las normas de civismo, entre otras que nadie que no sea vecino aparque en su calle, y llevar flores a la tumba de su esposa, no encuentra ya ningún sentido a su vida hasta que llega a la comunidad una joven pareja mexicana formada por la extrovertida Marisol (Mariana Treviño) —un personaje histriónico bastante cargante, dicho sea de paso— y Tommy (Manuel García Rulfo), conductor torpe donde los haya, cargada de niños, que trastoca su rutinaria vida y hace que esta cobre algún sentido.
Basada en el libro de Fredrick Backman, el bloguero sueco que publicó Un hombre llamado Ove (la traducción literal del título original de la película es Un hombre llamado Otto), y remake de la película del mismo título del nórdico Hannes Holm que en 2015 fue candidata al Oscar a la mejor película extranjera, El peor vecino del mundo es convencional, tiene algún gag humorístico —los sucesivos intentos frustrados de suicidio del protagonista; la clase de conducción de Otto a Marisol; la competitividad de este con su vecino Reuben (Lavel Schley / Peter Lawson Jones) para ver quien tiene el coche más potente—, a mayor gloria de Tom Hanks, un actor capaz de salvar cualquier película y que está teniendo una extraordinaria madurez. Las escenas más almibaradas, los abundantes flashbacks que le vienen al protagonista cuando no puede conciliar el sueño agobiado por sus recuerdos de cuando era un hombre feliz, están protagonizados por el propio hijo del actor, Truman Hanks, con lo que todo queda en casa. Como trasfondo, una crítica a la modernidad, que se está cargando las relaciones humanas (pero ya no hay vuelta atrás), nostalgia por el pasado feliz e idealizado y una censura a la economía especulativa (un fondo buitre planea sobre ese pequeño reducto de casitas familiares y empieza a presionar a los vecinos para que se vayan).
Cuesta relacionar a este Marc Forster, el director de origen alemán que ha cimentado toda su carrera cinematográfica en Estados Unidos y tiene en su haber algunos taquillazos como Cometas en el cielo, Quantum of Solace, uno de los últimos 007 protagonizado por Michael Craig, Descubriendo Nunca Jamás o Guerra mundial Z, con aquella estremecedora película contra la pena de muerte llamada Monster Ball que le valió el Oscar a Halle Berry. ¿Qué queda de aquel talento?