Eo, de Jerzy Skolimowski
Sorprendente regreso a las pantallas del director polaco Jerzy Skolimowski con una película tan rompedora como provocadora de escaso metraje, solo 82 minutos, y breve título, Eo, pero con una considerable carga lírica en cada uno de sus planos y que no es exactamente, aunque pueda parecerlo por su temática, un remake de Al azar de Baltasar, película de 1966 del cineasta Robert Bresson inspirada en El idiota de Fiódor Dostoyevski. El asno, protagonista de los dos filmes, es infinitamente más inteligente y sensible que buena parte de los humanos que se cruzan en su camino.
Perteneciente a la época dorada del cinema polaco, a la generación de Krzystof Kieslowski, Andrzej Zulawski, Agniezska Holland y Roman Polanski, y, como este último, judío errante —el cineasta ha rodado buena parte de su obra fuera de Polonia, en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, tocando casi todos los géneros y con discreto éxito—, llevaba el director de 11 minutos, su última película estrenada, siete años retirado del cine para irrumpir con Eo, una extraña fábula animal, en el panorama internacional representando a su país en la carrera de los Oscar tras haber obtenido en el festival de Cannes el muy merecido Premio del Jurado.
Si Albert Lamorisse, allá por el año 1956, conseguía que el espectador empatizara con un simple globo rojo en el mediometraje del mismo nombres, Jerzy Skolimowski hace lo mismo con el asno protagonista de su película. Eo es un poema de extraordinaria fuerza visual y sonido inigualable cuyos responsables son el director de fotografía Michal Dymak y el músico Pawel Mykietyn, respectivamente. El realizador polaco se sirve de texturas fotográficas increíbles, planos cenitales deslumbrantes y cromatismos reveladores —esas imágenes de bosques que viran al rojo intenso— para contarnos la historia de un tierno asno, Eo, liberado del zoológico en donde siempre había actuado, por militantes protectores de los animales que lo abandonan luego a su suerte. Y el espectador se pregunta: ¿no era más feliz el asno en el circo con su cuidadora que en esa libertad que tantos problemas le trae?
Eo, con la envoltura de un cuento simbólico, rezuma ternura por sus poros —el idilio de la inocente adiestradora del circo Kassandra (Sandra Drzymalska) con el animal liberado, esa conversación que entabla la chica al anochecer cuando lo ve encerrado en un redil— pero es también una feroz crítica social a través de ese original punto de vista del animal. A través de Eo, de su mirada, muchas veces alucinada, el director polaco radiografía una sociedad absurda —ese partido de fútbol cuya derrota achaca el equipo perdedor a la presencia del burro—, violenta —esos hinchas del equipo perdedor que irrumpen en el festejo de los ganadores armados con bates de béisbol con los que también golpean al asno testigo— y ridícula —la inauguración por políticos, a bombo y platillo, banda incluida y corte de cinta, de un enorme corral para acoger a los animales liberados del parque zoológico—.
Jerzy Skolimowski humaniza a Eo. El asno se aterroriza cuando se pierde en un bosque amenazador rodeado de lobos hambrientos, se juega literalmente el pellejo al cruzar carreteras o pasea desorientado por las calles de las ciudades antes de que los bomberos le echen el lazo.
Hipnótico trabajo el del director de Las aventuras de Gerard, El grito y El año de las lluvias torrenciales, a veces sorpresivo y sangriento —el degollamiento del camionero que bromea con una emigrante subsahariana—, otras rozando el surrealismo y el absurdo, forzando una historia dentro de otra —el episodio italiano que protagonizan la condesa (Isabelle Huppert) y su hijo Vito (Lorenzo Zurzolo)—. A sus 84 años de edad, el cineasta está más vivo que nunca y construye un espectáculo de imagen y sonido sencillamente subyugante que navega entre la ternura y la crueldad y conduce al espectador a un final desolador filmando esa recua de vacas que caminan encajonadas al matadero y que uno, seguramente por deformación, ve como una alegoría clara de las peores imágenes del Holocausto que se produjeron, precisamente, en Polonia.