Argentina, 1985, de Santiago Mitre
El genocidio perpetrado por las juntas militares argentinas que se hicieron con el poder mediante un golpe de estado estaba ya bien documentado en películas como La arquitectura del crimen, Hay unos tipos abajo, La noche de los lápices, Infancia clandestina, Kamchatka, La historial oficial o Garage Olimpo, entre otras. Para completar esa radiografía de unos crímenes de estado execrables en los que estuvieron implicados militares y civiles dispuestos a arrasar con los movimientos guerrilleros de izquierdas y la intelectualidad progresista del país en lo que fue una reedición de la pesadilla orwelliana, faltaba la película que Santiago Mitre (Buenos Aires, 1980). El director de Pequeña flor, La cordillera y Paulina, entre otras, detalla en Argentina, 1985, el complejo proceso civil que juzgó y condenó a los dirigentes de las tres juntas militares y los llevó a prisión.
Se le puede reprochar a Santiago Mitre pasar de puntillas por las sesiones del proceso para centrarse en los preparativos y en la acumulación de pruebas por parte de un grupo de jóvenes abogados idealistas que en un tiempo récord recogen la serie de testimonios necesarios para sustanciar la acusación. Le falta al espectador de Argentina, 1985 las cínicas justificaciones de los criminales juzgados, de cuyas conductas no se arrepentían por considerar que estaban por encima del bien y del mal, escuchar las alegaciones de Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Masera o Leopoldo Galtieri, personajes que apenas tienen relevancia cinematográfica en una película más centrada en el trabajo contrarreloj de los voluntariosos letrados. El resultado no puede ser otro que un film emotivo para quienes ya conozcan ese lamentable episodio de la reciente historia argentina adornado con algunos pasajes de thriller (las amenazas directas que recibe el fiscal Strassera y su familia por parte del entorno cívico militar que se quiere juzgar).
Lo mejor del largometraje de Santiago Mitre, premiado por el público en el reciente festival de San Sebastián y seguro candidato al Oscar por su país, que tiene ritmo, entretiene e ilustra al mismo tiempo, está en la interpretación de Ricardo Darín, a quien el director ya había dirigido en La cordillera; su papel como fiscal Julio Strassera es un caramelo para el actor argentino que se siente muy identificado con el personaje y consigue interpretarlo con una solvencia impecable, algo que también ocurre con Peter Lanzan como Luis Moreno Ocampo, su fiscal adjunto. Santiago Mitre se encarga a lo largo de las algo más de dos horas de metraje de meternos en el entorno del personaje central, sus relaciones familiares y afectivas, convertirlo en alguien cercano con el que fácilmente se empatiza.
Argentina, 1985 termina con ese alegato leído por un emotivo Ricardo Darín y remachado por ese Nunca más. Por una vez David torció el brazo a Goliat y eso hace que la película, al margen de sus valores cinematográficos, sea absolutamente necesaria en estos tiempos oscuros que nos tocan vivir.