El Hombre y el monstruo. Robert Mamoulian. 1931. La oscuridad del Otro.

 

La literatura, el cine, el teatro, incluso la pintura, se han aproximado a la subyugante otredad que emana de la figura del doble. Un verdadero filón para la creatividad, la fantasía y el análisis de la mente. Detrás de la apariencia, del producto visual solvente, del ejercicio literario mítico, se encuentra agazapado un profundo análisis de los recovecos de la mente humana. Tras el disfraz de ejercicio artístico, la psicología y la psiquiatría se aproximan a uno de los grandes misterios: el doble. El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Robert Mamoulian. 1931) es la respuesta de la Metro frente a las legendarias producciones de la Universal. Un respuesta señera, quizás la mejor adaptación de la obra genésica de Robert Louis Stevenson (aunque los exégetas de El extraño caso del doctor Jekyll. (Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Víctor Fleming. 1941)no están del todo de acuerdo. Mamoulian consigue una conjunción revolucionaria de elementos audiovisuales, una estética imaginativa e ilimitada, junto a una vocación experimental en la forma que lo elevan por encima de la media de las versiones (algunas bastante mediocres) del mito stevensiano.

Partiendo de la experimentación  sobre la doble naturaleza del ser humano, con el objeto de erradicar los comportamientos negativos (aislándolos y erradicándolos), el Dr. Jekyll elaborará una fórmula que diseccionará a su propio yo, escindiendo su duplicidad moral y espiritual, incluso hasta el cambio físico. El resultado obtenido con la ingestión del mejunje de Jekyll no es el esperado. La división anímica del yo deja escapar la oscuridad que anida en el hombre, la soterrada maldad, la rotura de las convenciones sociales sin importar las consecuencias sobre los otros. Porque el ser que surge desde el abismo, solicitando sus derechos mundanos, es la libertad en estado puro. Esto es sin ataduras, sin convenios, sin reflexión ni conciencia. Sin empatía. La vida, de aparente monotonía, del respetado Doctor, se transforma; durante la noche; en una desaforada búsqueda del hedonismo. Un ejercicio de libertad alternativa donde no se rinden cuentas a nada ni a nadie.  Sin importar las consecuencias.

La ventaja de su rodaje antes de la llegada del Código Hays, le permite hacer un retrato certero de la penumbra moral, de la violencia  o del erotismo salvaje y desatado. Mamoulian juega con la cámara subjetiva desde la secuencia donde no vemos el rostro de Jekyll hasta que se para en el espejo del vestíbulo. Para ello hemos seguido desde el ojo de la cámara, sus dedos sobre el órgano. La cámara subjetiva le sigue hasta llegar a la clase donde los alumnos le esperan.

Tratándose de un producto MGM el tratamiento de la puesta en escena es minucioso y lujoso. La recreación de los distintos ambientes es una verdadera dicotomía entre la reconstrucción de la vida de la clase alta con los locales de baja sociedad o la sordidez del laboratorio del investigados. Fedrich March, un actor siempre correcto, extrae de la parábola un variado juego de matices, especialmente en los momentos en que se convierte en el libertino Mr. Hyde, donde el lenguaje corporal y el uso de la voz son especialmente notables. Miriam Hopkins juega con las posibilidades de era Precode, lo cual permite gran libertad narrativa y una actitud provocadora e intensa en el personaje. Mamoulian desarrolla una variado juego de encuadres, con escaleras, espejos, etc, destilando un rico lenguaje audiovisual renovador para la época.

El juego actoral es extraordinario y la anécdota no se limita a presentarnos una historia de terror al uso. La dualidad de todo ser humano es la baza que esta en juego. Jekyll nos envía el mensaje para no ignorar esa zona de sombras en la que todos también habitamos. Ignorarla es encerrarla y no analizarla, lo cual lleva a la represión. Sobre el film planea una filosofía nietzscheana donde lo apolíneo y los instintos más primitivos habitan dentro de la misma cáscara. Jekyll se encuentra encorsetado por las normas sociales, por el orden y la racionalidad, por el equilibrio. Mr. Hyde es la cara oculta de la moneda. Una bestia sin empatía, embriagada por su instinto, sin los filtros sociales, sin freno. El sendero directo hacia lo dionisíaco. El argumento es un absoluto revulsivo para los bienpensantes y las buenas costumbres, porque Hyde representa las cosas tal y como son (sin el disfraz de la civilización), dice la verdad desnuda y sin ambages. A Ivy (Miriam Hopkins) lo que más le asusta del alter ego es que lee los pensamientos. Los pequeños detalles son tan importantes como el mensaje primordial. No en vano los rasgos del engendro que surge del interior de Jekyll cuando consume la poción y se libera de convencionalismos es el reflejo de nuestros ancestros. El doble es un personaje simiesco, con rasgos atávicos. Evolucionistas. El mensaje darwiniano sobrevuela los actos instintivos de Mr. Hyde. Un ser civilizado liberado de toda atadura social e histórica. El director juega con encadenados diagonales, mostrando dos actos al mismo tiempo, juega con metáforas visuales como la inmensa biblioteca (inabarcable) que nos comunica la imposibilidad de adquirir todos los conocimientos. El erotismo es elegante al tiempo que instintivo. Como muestra baste la secuencia donde una Miriam Hopkins de altísimo voltaje deja balancear su pierna desnuda (como el resto de cuerpo) sobre la cama. Travellings rapidísimos, superposiciones, cortinillas. El despliegue visual es apabullante y está perfectamente imbricado en el pathos, para concluir en esa escena (fotograma a fotograma) en la que el cadáver de Hyde retorna a su originario Jekyll ante la mirada asombrada de los policías. Primera adaptación sonora del clásico de Stevenson fue proyectada en el Festival de Venecia de 1932. Pese a sus reminescencias de “silentmovie”, lo avanzado de la planificación y la utilización de la cámara como recurso narrativo la han convertido en una referencia impecable sobre el mito del Doble. Sobre la oscuridad que habita en nuestra luz.  Las influencias de este film podrán rastrearse después en otras obras del autor como Ámame esta noche (Love Me Tonight). 1932)  o La reina Cristina de Suecia (Queen Christina. 1933). Robert Mamoulian consigue misturar un  cuento visual de terror victoriano con el análisis certero y la disección de la dualidad humana, siempre con un espejo-metáfora como protagonista.  Y lo narra con una modernidad envidiable, con una extraordinaria puesta en escena, con un envidiable ritmo. Con sabiduría fílmica integra las teorías freudianas dentro de un aparataje que bebe directamente de la imaginería del Drácula (Drácula.1931)  de Tod Browning. Miriam Hopkins esta soberbia en su personaje de cantante cockney exhibicionista y Fedrich March borda un ancestro unicejo con  uno de los mejores maquillajes de la época.

La puesta en escena londinense es de las más atractivas que se han filmado. Justificar los actos de Hyde como un apéndice escindido de Jekyll no es algo que se pueda creer. El desenfreno que se desata en el doble procede, sin ninguna duda, del interior aparentemente pulcro del doctor.

“Te lastimé porque te amo. Te deseo. Lo que quiero, lo consigo” (Hyde)

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