Katyn (Andrzej Wajda. 2007) Cuando la pantalla es testimonio del horror

                                        

 

 

 

El eterno dilema sobre la prevalencia del factor cinematográfico  en el mensaje, sobre  la obligación del arte de remover conciencias, de transmitir inquietudes sociales o históricas, pensamientos y pulsar una narrativa que vaya más allá del mero entretenimiento para cimentar una tesis, siempre está en la palestra. Quizás la respuesta está en obras como la de esta reseña, que aúnan la función del dedo acusador hacia la sociedad, la defensa de determinados valores junto a un envoltorio netamente creativo. La tesis y la creación de autor misturadas para obtener una obra que inquieta, remueve conciencias y al tiempo es un monumento cinematográfico. A día de hoy, ni los más radicales exégetas se atreven a negar la autoría soviética de este holocausto. Tan sólo algunos  irreductibles e irredentos ágrafos que siguen discutiendo sobre el sexo de los ángeles y sobre si la mujer es un ser humano en sentido estricto. 22.000 personas (militares, artistas, intelectuales) fueron masacradas por el NKVD entre marzo y mayo de 1940, con un tiro en la nuca. Los totalitarismos no distinguen entre sexos, actividades, creencias o vivencias. Su única función es la destrucción y el dolor. En este caso, incluso el cinismo de los actuantes trató de desviar la autoría de la masacre hacia otros. Se utilizaron pistolas Walther, que los germanos habían entregado en grandes cantidades a sus aliados soviéticos en 1939.

El padre de Wajda (Capitán Jacub Wajda) fue asesinado en Katyn, pese a los cual la construcción del relato no conduce al odio, sino a la justicia. Hacia la búsqueda de la verdad. La mujer tiene un certero protagonismo. Todas aquellas que de un modo u otro (madres, hermanas, esposas) perdieron a personas amadas en el matadero soviético son guiadas con maestría por el director que exprime todas las posibilidades dramáticas de un grupo de actrices en estado de gracia. Todo el metraje está lleno de gestos, de instantes intensos, de actitudes humanas a modo de diario que sirve de ruta al espectador. La fotografía (no podía ser de otra manera) es soberbia y nace del profundo conocimiento de la luz que posee Pawel Edelman (El Pianista. The Pianist. Roman Polanski.  (2001), Hijos de un mismo dios.  Edges of the Lord. Yurek Bogayevicz.   (2001), Hamlet. Michael Almereyda.  (2000). La narración es sobria, llena de emoción, como solicita una temática tan árida y removedora de conciencias, sin buscar el alarde, el panfleto ni la propaganda vacua. Katyn es la historia de una gran mentira. Una mentira con la cual los polacos vivieron de 1941  1989 cuando Lech Walesa recibió de manos de Boris Yeltsin, los archivos secretos que probaban la autoría de la matanza.

Hay un uso del primer plano en rostros masculinos con rigidez, en rostros femeninos, iluminados por cálidos interiores. Los ejecutores, presentan la espalda o el costado.as v Una de las escenas más metafóricas se encuentra en el inicio del film, donde las víctimas que siempre están en medio del horror, intentan ir hacia un lado u otro del puente. En cualquiera de ellos les espera el dolor de alguno de los totalitarismos. Sobre el film gravita una sensación de imposibilidad, una amarga nota de melancolía. Es cierto que se ha corrido el velo, que se ha desvelado la cruel realidad. Pero ya de nada le sirve a los que lo perdieron todo. No se puede recuperar el pasado ¿Reparación? Esa es tan sólo una palabra para calmar el dolor de los que se quedaron, para enmascarar la realidad. Pero de nada les sirve a los que perdieron todo. El valor de una vida humana en cualquier totalitarismo es equivalente a cero. Y Wajda lo despliega con sabiduría cinematográfica, con las pinceladas de quien tiene a sus espaldas miles de horas tras la cámara. Una cámara que ya abordó temáticas sociales o históricas similares o referentes en Cenizas y diamantes (1958), El Hombre de mármol (1976) o El hombre de hierro (1980). El horror cotidiano se conocer que lo que te cuentan las autoridades de tu país es una impostura, la el terrible momento de la masacre, la agonía de la ocupación, la vida; ocupada por otros; sin posibilidades de futuro. Wajda narra con mesura, con seriedad forma. Lo sombrío gravita alrededor de la fosa, lo poético surge en momentos metafóricos como cuando Anna encuentra en el cementerio una figura de Jesús, transformado mediante una manta en víctima de guerra. Las historias de las mujeres están entrelazadas con hilos emocionantes que apuntan directamente al corazón hasta ese soberbio (y desolador) clímax final que primicia en la desoladora escena en que los ciudadanos tienen que elegir en el puente entre las dos cepas tóxicas que señoreaban Europa. Un pandemónium casi extraído del Teatro del Absurdo.

El apartado de actores nos muestra a una soberbia Maja Ostaszewska en el papel de Anna, sobresaliendo por encima de las otras (excelentes) interpretaciones. Katyn (Katýn. Andrzej Wajda. 2007) hace hincapié en la confusión y el dolor de los personajes, en cómo se aferran a la dignidad, en una huída deliberada del

sentimentalismo y el final redentor. El director ejerce de demiurgo ecuánime y desapasionado en cierto modo.

El totalitarismo busca la supresión de la historia de la sociedad ocupada, la supresión del conocimiento, la eliminación del sistema de valores, la eliminación de la dignidad que los protagonistas mantienen hasta el final. El cronista supremo de la historia trágica de Polonia, un país herido donde se intercambiaron las tiranías, describe con precisión forense el insensible oficio de las dictaras que conoce de cerca en un ejercicio anímicamente agotador. El trato atroz que soportan las protagonistas, eleva aún más su heroísmo y las dota de dignidad en la búsqueda de una información que se les deniega u oculta. 

Escenas como la del niño que se compadece de un perro callejero, están llenas de humanidad y esperanza frente a la barbarie. Una barbarie que siguió asolando la vida de los ciudadanos en la posguerra, cuando los opresores hacían cualquier cosa para evitar que la verdad saliera a la luz. Desde impedir cualquier comentario de los familiares de los masacrados, hasta detener y hacer desaparecer a quien ponía en la lápida la fecha de 1940. Katyn es un puzzle coral, una historia de búsqueda y redención. La historia de una terrible mentira. Algunos personajes se quedan suspendidos en el tiempo, eligen vivir con el engaño, otra se arriesga a ser castigada por indicar en la lápida la fecha exacta del asesinato de su hermano. El epílogo descoloca al espectador por su crudeza, por el coste humano del terror, por la barbarie industrial de las ideologías extremas. Si hubiera que ponerle un pero a la película es la ausencia absoluta de población judía. En aquellos momentos, el 10 por ciento de la población de Polonia era judía y 450 de los oficiales polacos asesinados en Katyn, también lo eran, como Baruch Steinberg, rabino principal del ejército polaco.  La banda sonora remarca la tristeza de los acontecimientos desde la profusión de cuerdas en los títulos. La melodía adopta un concepto casi fúnebre y angustioso o tiene instantes de metales (con tintes sacros). Para los germanos hay un fraseado repetitivo o un villancico a capella remite a la esperanza. Soberbia partitura de Krzysztof Penderecki.

 

One Response to Katyn (Andrzej Wajda. 2007) Cuando la pantalla es testimonio del horror

  1. Pingback: Katyn (Andrzej Wajda. 2007) Cuando la pantalla es testimonio del horror — Entretantomagazine – La Kaverna 107.9

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.