La experiencia de los audiolibros

Los audiolibros son cada vez más populares. Muchas personas se están enganchando a esta otra manera de disfrutar de la literatura. Ahora bien, ¿es idéntica esta experiencia a la de leer un libro? ¿Qué similitudes y diferencias existen?

Quienes hemos probado ambas opciones encontramos paralelismos y divergencias importantes. Así, puede gustarnos más o menos según nuestras preferencias y vivencias personales. Leer y escuchar un libro no es lo mismo, pero ambos métodos nos permiten empaparnos de las historias, las ideas y los sentimientos humanos redactados.

Explorando la experiencia de los audiolibros

La lectura y la audición de un libro activan las mismas redes neuronales. Ahora bien, ello no implica que la experiencia sea gemela, ni mucho menos. El cerebro recibe y elabora la información de un modo diferente.

Sin embargo, en ambos casos, la descodificación del lenguaje se produce en nuestra mente: percibimos las palabras, interpretamos su significado y, después, contextualizamos ese contenido.

Una diferencia importante deriva del acto mismo de este consumo literario. La lectura es siempre individual, un acto aislado e íntimo que se realiza en soledad. Por el contrario, la audición de libros es, al menos, un acto entre dos personas: un emisor y un oyente. A veces, cuando se graban a varias voces, su carácter social se multiplica, algo que también ocurre en la emisión pública: cuando más de un oyente comparten el acceso en grupo al audiolibro.

La importancia de la voz

Evidentemente, el habla depende de la voz. La comunicación oral está siempre influida por factores como la dicción, la vocalización, el ritmo, la musicalidad y los silencios. Queramos o no, el intérprete de un audiolibro influye y matiza el contenido. Puede hacerlo de forma voluntaria o inconsciente, pero su incidencia es inevitable.

Sin duda, la calidad actual en la producción de audiolibros  ha comprendido esta realidad y, a la manera del teatro, los locutores o actores que los interpretan enriquecen la experiencia de la percepción. No solo eso, la apuesta adicional es que se incluyen voces adicionales, música, efectos de sonido, pausas, inflexiones y otros recursos para conectar mejor con la sensibilidad de los oyentes y favorecer el interés, la conexión y la comprensión de la historia.

La interpretación está, por tanto, mucho más condicionada por elementos externos que cuando estamos leyendo. En este segundo caso, el texto escrito por su autor y la personalidad de cada lector se relacionan de modo directo, sin ningún intermediario ni influencia. Cuando oímos un libro, los hablantes y los recursos sonoros elegidos potencian —en su defecto, interfieren— la comunicación final.

Con todo, la realidad demuestra que no son actos tan alejados. En puridad, en su misma esencia, la literatura consiste en compartir una voz personal a través de una serie de palabras elegidas y ordenadas de una manera concreta. Es la voz del autor la que se vuelca en estos contenidos. No resulta tan alejado de la coherencia transmitirla en un audiolibro de forma verbal y auditiva.

Una ventaja y un inconveniente finales

Los estudios realizados, por último, confirman dos atributos adicionales de la experiencia con los audiolibros. La negativa es que el nivel de atención voluntaria es más débil y voluble; el oyente tiende a despistarse antes y puede hacerlo en partes importantes. Como consecuencia de ello, posiblemente, los oyentes tienen más dificultades para retener los contenidos mediante el audiolibro.

El elemento positivo, muy importante en el éxito que están experimentando los libros oídos, es la multitarea. El consumo de estos contenidos es compatible con otras actividades humanas, no exige exclusividad, como la lectura. Conducir, viajar en transporte público, hacer deporte o llevar a cabo las tareas domésticas son algunos momentos habituales, muy populares, para escuchar audiolibros.

 

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