LA VERDADERA LENGUA DE LOS PÁJAROS. DE LA LUNA LIBROS

 

                                              

 

Nos sorprende “de la luna libros” con un libro-paisaje, una suerte de cuaderno de campo poético (Marino González Montero), donde junto a las espléndidas fotografías (José María Benítez Cidoncha) encontramos retazos naturalistas en bilingüe concepto, porque parte de los textos se presentan también en inglés de la mano de Ben Clark. Sorprende (digo) la calidad editorial del producto, la soberbia presentación visual y el difícil equilibro entre los retazos poéticos, la plasticidad señera de las imágenes y su acompañamiento con datos de corte naturalista-ecológico. El aspecto poético corre de la mano de Marino González Montero que no traiciona sus referencias helénicas (Las garzas de ojos glaucos) o nos vuelve a colocar en el punto de mira de Tiresias o nos retorna a lo primigenio de su pluma (digno vástago de Afrodita), a las originarias fuentes de las que beben los literatos (y asomas tras Eneas, majestuoso y solemne) En este poema titulado “Calamón”, Marino González introduce hasta siete referencias clásicas, inspiradas en una impresionante fotografía. Un primerísimo plano, una paleta en azul y rojo, un intenso carmesí desde los ojos del ave que adivina; sin duda; la belleza del verbo que reflejará ese instante supremo que recoge el objetivo límpido, la apertura exacta, la luz precisa, la velocidad certera. Porque si algo tiene la fotografía de aves (y naturaleza en general) es su tremenda dificultad. Acechar en los hides a la espera del instante anhelado, buscar la combinación adecuada de velocidad de obturación (que condiciona en estos casos) con la apertura diafragmática. Y un elevado porcentaje de “suerte”, que nace de las horas dedicadas a estos menesteres.

Este hermosos bestiario de plumíferos nos desvela 50 especies a las que, de otro modo, no tendríamos acceso. Y lo hace en su intimidad más cercana, en sus instantes más reveladores. Esos primerísimos planos parecen extraer alguna suerte de psicología aviaria, sin olvidar la exquisita composición. Ese flou que envuelve la espectral fotografía del mirlo (una de mis favoritas), el efecto poético de la neblina en la fotografía de inicio o esos contraluces negrísimos sobre la paleta de un anaranjado atardecer. Aquí se destila una paciencia colosal y un amor inmenso al trabajo que se está realizando. El camino (como diría Tiresias) para encontrar la verdadera lengua de los pájaros. Las acotaciones; con la narrativa de circunstancias en que se tomaron las fotografías; añaden un ritmo interno al conjunto, con descripciones que nos hacen entender la dificultad de este trabajo, como esa persecución de la instantánea (al final alcanzada) del esquivo Torcecuello.

Hay instantes mágicos del lenguaje, cuando Marino González se aleja de Tiresias, para aproximarse a la orfebrería del verbo. Como esas patas de los Moritos “buril sobre el cieno húmedo” o la Oropéndola cuyo mundo se “ha quedado ciego de caricias”. Es el poeta abierto en canal, sangrante, palpitante. Tampoco abandona su habitual filosofía de la predestinación, que tanta querencia tiene en su obra teatral. Aquí, envuelve con el hálito vital de una hermosa grulla “los días que burdamente creímos tan nuestros”. Es difícil expresar más con menos. Ese palpitar de hombre frente al abismo, esa certeza de paso y breve estancia que se sublima en los ojos de las aves, cuyo concepto del tiempo y la existencia están por encima de todo eso.

Nos hallamos ante un libro ciertamente hermoso, nacido de la pasión y del trabajo. No por ello hay que obviar la imprescindible realidad económica, sin cuyo apoyo es difícil sacar adelante un proyecto de este nivel y que; en este libro; nace de la Ayuda a la Edición de la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes.

Se echan de menos los datos técnicos, acompañando a las imágenes, que tanto habrían disfrutado los aficionado (por poner un reparo). “Cada atardecer es una plegaria” dibuja el poeta sobre la gallarda fotografía de una garza que parece observarnos, altiva y misteriosa; como intrusos en su mundo. Como ignorantes (o míseros aprendices) de la verdadera lengua del universo. La lengua de los pájaros.

 

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