Licorice Pizza, de Paul Thomas Anderson

El director de Magnolia cambia radicalmente de estilo y género al servir al espectador esta comedia sentimental con protagonistas muy jóvenes y ambientada en los años setenta del pasado siglo. La ligereza de su estilo no debe confundirse con que baje su listón artístico, aunque ya sabemos que los dramas impactan más que las comedias en los espectadores. Tras la asfixiante El hilo invisible, con la que se despidió de los platós cinematográficos ese actor extraordinario que es Daniel Day-Lewis, llega esta comedia sobre teenagers estadounidenses protagonizada por el actor juvenil algo patoso llamado GaryValentine (Cooper Hoffman, el hijo del Philip Seymour Hoffman) y una muchacha judía Alana Kane (Alana Haim), mayor que él, esquiva y reticente a mantener una relación con ese tipo desastrado que la persigue desde el primer momento. Paul Thomas Anderson (Studio City, 1970) recrea la fórmula clásica de la comedia sentimental norteamericana (chico persigue a chica que no le hace caso pero termina haciéndoselo por pura persistencia) y convierte en gags cómicos cada una de las muchas actividades emprendedoras (vendedor de camas de agua entre otras) que lleva ese muchacho, con resultados casi siempre ruinosos, y en los que consigue involucrar a su enamorada, que aún no sabe que lo es.

Comedia suave, divertida, con momentos hilarantes como esa interpretación que hace Sean Penn de un dipsómano William Holden o Bradley Cooper como Jon Peters, el histriónico marido de Barbara Streissand, y otros llenos de ternura,   Licorice Pizza no tiene la persistencia en retina de The master, una de sus obras maestras, o Pozos de ambición, ni creo que el director californiano persiga esas metas. Lo mejor que se puede decir del film es que sus jóvenes protagonistas están en estado de gracia, los dos; que la dirección artística es de primera; la fotografía, del propio PTA, es impecable; la banda sonora retrotrae a esos tiempos pretéritos que se recrean y las más de dos horas de metraje pasan como un suspiro. El director de Puro vicio, puede que su film más desequilibrado, clona, homenajeando, la forma de hacer cine de esa gloriosa generación de la televisión de cineastas norteamericanos de los que salieron tipos como Robert Altman, Mike Nichols, Paul Mazursky o Robert Mulligan, lo mejorcito del Séptimo Arte.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.