Mirarse en el espejo y reconocerse
Casi al mismo tiempo que Emma Thompson reconocía en una rueda de prensa en la Berlinale, con motivo de la presentación de su última película Good Luck to You, Leo Grande, lo incómoda que se había sentido al mirarse desnuda en un espejo en una de sus escenas del film, la incombustible Madonna rompía su prolongado silencio publicando unas fotografías, algunas de ellas con poca ropa, luciendo su nuevo aspecto después de haber pasado por el quirófano. Irreconocible Madonna hasta tal punto que después de haber visto las fotos y comprobado que han desaparecido todos los rasgos característicos de su rostro, uno se pregunta si esa chica veinteañera (la cantante tiene 63 años) es realmente ella o bien se trata de una broma, de una forma de reírse de sus devotos fichando a una escultural, joven y bellísima modelo en su lugar.
No es que Emma Thompson no esté bien a su edad, aproximadamente la que tiene Madonna. Para mí, la actriz británica, por la que siento una secreta devoción desde que la vi por primera vez en Los amigos de Peter, es una de las mujeres más atractivas del Séptimo Arte y su cuerpo, dicho sea de paso, no está nada mal (lo lució hace muchos años, negándose a ser doblada, dando vida a la pintora surrealista Leonora Carrington en un film muy notable, como casi todos los suyos). Confiesa Emma Thompson en esa rueda de prensa sentirse cansada de esa esclavitud que exige, más a quienes forman parte del mundo del espectáculo y se sitúan a diario delante de los focos, estar en plena forma, pasarse horas en los gimnasios, privarse de placeres gastronómicos y posar para las fotos reprimiendo la respiración y escondiendo el estómago. A las mujeres nos han lavado el cerebro toda la vida para que odiemos nuestros cuerpos, ha dicho la actriz británica.
Durante muchos años las mujeres, y ahora también los hombres, han sido víctimas de estereotipos masculinos. Los cánones de belleza han evolucionado desde el clasicismo de Roma y Grecia, en donde primaba la armonía, hasta nuestros días. Difícilmente pueden catalogarse como bellos, desde nuestra óptica contemporánea, las Venus que pintara Rubens, pletóricas de carnes, pero seguro que eran deseables en sus tiempos. Acabada la Segunda Guerra Mundial, se pusieron de moda en Italia las maggioratas cuyo estandarte más visible fue Sophia Loren, pero también Gina Lollobrigida, Claudia Cardinale y Silvana Mangano (antes de caer en las garras de Luchino Visconti que la estilizó y transformó), mujeres de curvas exuberantes, casi nutricias, con las que el italiano medio alimentaba sus sueños húmedos. Mary Quant y la minifalda puso en las pasarelas modelos delgadísimas, casi anoréxicas, como Jean Shrimpton, Twiggy o Jane Birkin. El canon de belleza europeo no sirve para Brasil o buena parte de Latinoamérica obsesionado por el tamaño y la curvatura de las nalgas femeninas. En Estados Unidos siempre primó la exuberancia mamaria de sus iconos sexuales femeninos a pesar de que uno de sus mitos, Marilyn Monroe, realmente carecía de ellos aunque los aparentaba, pero sí su sosías Jane Mansfield. El desaparecido Hugh Hefner, el magnate de la también desparecida revista Playboy, fomentó desde sus desplegables ese prototipo físico y revitalizó la industria de la silicona.
Hay mujeres, y también hombres, enganchados a los cambios estéticos sin saber que son manipulados por la industria de la cirugía plástica, los productos dietéticos y los gimnasios que encuentran en los insatisfechos con su físico una panacea económica. La sexualización del marketing lleva consigo que para vender cualquier producto se utilicen cuerpos jóvenes debidamente torneados en gimnasios y con unas medidas imposibles de alcanzar.
Hay quien se convierte en adicta a los cambios estéticos y no le importa pasar una docena de veces por el quirófano para quitarse costillas, ensanchar labios, implantarse pechos y nalgas de silicona, como la cantante Cher. Madonna parece haber caído en esa trampa a juzgar por su aspecto último, en el caso de que sea ella realmente la que aparece en su página oficial y no nos esté tomando el pelo. Nada que decir sobre esas personas que no quieren envejecer, batallan contra la arruga y los kilos de más y echan de menos su juventud en su intento fallido de engañar a la biología. Si así son felices y se lo pueden costear, perfecto. Yo prefiero seres más humanos, satisfechos con su físico, canas y arrugas, como Emma Thompson, que se cansa de ser esclava de los modelos estéticos imperantes, Meryl Streep, que envejece divinamente y encuentra papeles en el cine acordes con su edad, o Vanesa Redgrave que es sencillamente una bellísima anciana. Mirarse en el espejo y reconocerse.