Contra el cielo, de Salvador Robles Miras

En la línea de Patria de Fernando Aramburu y no rehuyendo, sino todo lo contrario, el maniqueísmo, la novela Contra el cielo (Torre de Lis, 2020), del periodista y escritor murciano nacido en Águilas y radicado en Bilbao Salvador Robles Miras, se puede leer tanto como narración literaria o libro de ética, porque es una novela reflexiva que apela constantemente a la moral y construye a través de sus 370 páginas un discurso coherente como si se tratara de una tesis filosófica.

Rubén Levi, un judío viudo que regenta la librería Libre Albedrío de Villa del Norte (Bilbao), se desmorona física y moralmente hablando cuando sospecha que su hija Ainara puede ir en ese coche cargado de explosivos de la Organización (ETA) que ha volado contra el cielo. ¿Un día como otro cualquiera, o el día del fin del mundo de los Levi? A la angustia de padre por haber perdido a una hija en tan dramáticas circunstancias se une su denodado esfuerzo por no vincular, pese a todos los indicios en contra, a su hija con una banda que impone a sangre y fuego su ideología política: He visto a Ainara, flanqueada por los rostros patibularios de dos terroristas. Una ciudad cuyas calles lucen sin rubor las fotos de unos asesinos, es una ciudad degradada en la que impera la ley de los sin ley, o sea, la barbarie.

Escogían a sus objetivos, casi siempre entre los militares y la policía, y hacían un trabajo limpio, si se puede calificar de limpio el arrebatar la vida a un semejante; pero es que de un tiempo a esta parte les importa un bledo quién sea la víctima…

El autor de Troya en las urnas, premio de novela Wilkie Collins, disecciona esa sociedad fragmentada por el denominado conflicto, que divide la propia familia del protagonista (sus suegros son nacionalistas acérrimos: En un trozo de tierra que unos llaman región, otros comunidad, estos país y aquellos nación, resulta prácticamente imposible mantener la política alejada de las relaciones familiares), y quiere convertir en mártir de la causa a su hija Ainara. Salvador Robles Miras incide en la locura de una sociedad que aplaude, o mira hacia otro lado, cuando se producen los asesinatos políticos, lo que durante tantos años sucedió en Euskadi.

Había visto demasiados carteles cubriendo parcial o totalmente las cristaleras de comercios y las fachadas de los edificios, carteles en los que se hacía apología del terrorismo, sin que nadie moviera un dedo para retirarlos. Nadie, ni siquiera él.

Rubén Levi, frente a los que callan, son sordos o ciegos, alza su voz contra la barbarie terrorista, harto de esa violencia que buena parte de la población justifica.

Alzó la vista al cielo, imperceptible a causa del humo y el polvo suspendido en el aire, y, en medio del espanto, en una atmósfera emponzoñada por el hedor a nitroglicerina y a carne chamuscada, Rubén Levi se comprometió a no volver a mostrarse indiferente ante la injusticia, ni por prudencia ni por cobardía, ya no, aunque en el envite perdiera a varios de sus mejores clientes y a algún amigo. Su compromiso empezaba en aquellos instantes.

Salvador Robles Miras se sirve muchas veces del soliloquio en esta narración ética: Quizá Ainara viajaba por su propia voluntad en el coche. ¿Y por qué iba a viajar Ainara en un coche cargado de explosivos en compañía de dos matones? Porque los conocía. ¿Los conocía? Sí, los conocía aunque ignoraba que eran terroristas. ¿Y de qué iba a conocer Ainara a esos criminales? Contra el cielo es una novela en la que abundan tanto los diálogos que podría representarse perfectamente sobre un escenario, y el autor no rehuye esa atmósfera teatral que impregna toda la obra, porque en esos diálogos, de índole moral casi todos, se sustancia precisamente el hartazgo del protagonista con una sociedad que es cómplice activo o pasivo de lo que sucede.

Hay reflexiones en Contra el cielo sobre la condición humana (La existencia del hombre es la que evidencia la inexistencia de Dios, resonó una voz de ultratumba en sus adentros), el infierno en la tierra (El infierno suyo no se hallaba en las entrañas de la tierra, sino arriba, sobrevolando su cabeza, contra el cielo), la corrupción moral (En Villa del Norte, el denominado conflicto político lo corrompe todo, hasta los sentimientos), la irracionalidad del nacionalismo (El nacionalismo, para ellos, es un sentimiento, y los sentimientos no se confrontan con el sentido común) y la degradación periodística (El periodismo, en los tiempos ultraliberales en los que vivimos, hace ya tiempo que inmoló la verdad en el altar del negocio).

Contra el cielo es también una radiografía del dolor humano: Rubén adquirió conciencia de la catástrofe que había arrasado su mundo, una catástrofe que le había precipitado al abismo; había caído tan bajo como su cuerpo extenuado. Ya no podía ni bajarse el pantalón. Las fuerzas le habían abandonado por completo dejando a su organismo a merced de la beneficencia.

La novela de Salvador Robles Miras no es equidistante, su autor se posiciona claramente en uno de esos bandos enfrentados sin ahondar en las razones de esa barbarie que sacudió durante décadas el País Vasco y tuvo su origen en la represión brutal del régimen franquista con un reguero de encarcelados, torturados y asesinados que no justifican la vesania de unos activistas políticos convertidos en asesinos mafiosos que aterrorizaron a la sociedad vasca y a la española durante décadas. Contra el cielo, cuyo ritmo es moroso y tiene una narrativa circular que vuelve una y otra vez sobre el mismo tema hasta diseccionarlo, debe leerse despacio, párrafo a párrafo, porque su autor, bajo la apariencia de una novela negra sobre el terrorismo nacionalista y el reguero de dolor que deja a su paso, golpea las conciencias con ese sinfín de reflexiones que se hace su protagonista librero. Una obra muy notable se esté o no de acuerdo absolutamente con su fondo, un rechazo frontal a la violencia como itinerario para conseguir objetivos políticos.

 

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