El retorno, de José Vaccaro Ruiz
Las paredes llenas de chorretones de sangre, que también teñía de rojo el suelo y la revuelta cama, sobre ella el cuerpo de Germán inerte y despatarrado con heridas por todas partes, la cabeza, el pecho, las piernas, los brazos, el pijama hecho jirones apenas le cubría. Con esta precisión quirúrgica narra José Vaccaro Ruiz uno de los numerosos asesinatos que jalonan su última novela El retorno.
La solvencia literaria y el oficio de José Vaccaro Ruiz, un escritor tardío pero con una importante obra narrativa a sus espaldas que se inscribe toda ella dentro del género negro, queda suficientemente acreditada con novelas como Ángeles negros, Catalonia Paradís, Conjura Gaudí y No dar papaya, entre otras. El lector que se adentre en sus novelas encontrará siempre un estímulo literario y un mensaje social muchas veces en forma de feroz crítica contra la corrupción en todas sus acepciones. Su profesión de arquitecto, además de abogado, le permite construir sus novelas de una forma impecable y con una precisión encomiable de modo que todas las piezas encajen.
Puede que El retorno sea su mejor novela hasta el momento. En cierto modo entronca con su anterior, El negro, el nano y la muerte, por desarrollarse, en uno de sus tramos, en las zonas más oscuras del período franquista —Confusos recuerdos de riñas, palizas, judías verdes con patatas tres días a la semana; obligada confesión los jueves, misa y comunión los domingos. De rodillas, cara a la pared, burlas, miedo… —. El retorno es la historia de cómo una venganza llega adónde no alcanza la justicia y como esta, como decía Teresa de Jesús, se lleva a cabo con renglones torcidos, de forma poco ortodoxa, pero sin dejar un solo cabo suelto, de forma que todos los personajes que han cometido falta recibirán su castigo, incluso a manos del proverbial Covid 19 muy presente en la narración como ángel exterminador más. Todo acto tiene sus consecuencias y su retorno.
Una antigua violación grupal —La llevaron a la cabaña de los temporeros y abusaron de ella hasta cansarse, luego la dejaron allí, tirada. —, a manos de tres amigotes que se denominan a sí mismos la Santísima Trinidad y actúan con total impunidad en la España profunda y en pleno franquismo, será vengada muchos años más tarde por el fruto de esa infamia —Lamentaba no haber explicado a su víctima el por qué la mataba, de qué era culpable, el vínculo que los unía. Pero no había tiempo, no añadía nada y ponía en peligro su verdadero motivo, saldar la cuenta pendiente—.
La narración de José Vaccaro Ruiz bascula constantemente del pretérito al presente sin que se pierda el hilo narrativo. El autor de La granja sitúa la acción en un pueblo aragonés de la España profunda llamado Arbotes, durante el franquismo —Eso le dará una idea del reinado de terror que imperaba en pueblos como Arbotes durante y después de acabar la guerra. De ahí que nadie quiera, queramos, hablar de aquello. Unos por miedo, otros por vergüenza. Y en mi caso por prudencia—, en donde comienza todo el drama, para trasladarse luego a hospicios regidos por monjas siniestras, como las de Villa Francisquita, que comercian con bebés arrebatados a sus madres naturales para venderlos a familias pudientes —…mantenían a las preñadas hasta que parían y luego se quedaban con el rorro para venderlo al mejor postor— y muchos años después a lúgubres residencias de ancianos y salas de hospitales con médicos que incumplen el juramento hipocrático. En esos tres escenarios discurre El retorno, una novela coral en la que un justiciero implacable actúa, por orden y último deseo de la agraviada, y cumple a rajatabla su petición de hacer justicia.
José Vaccaro Ruiz describe con precisión a sus personajes, incluido ese guardia civil, presionado por su mujer para que la insemine y sea padre de una vez por todas, que llega tarde siempre a los escenarios del crimen y actúa con torpeza; la siniestra monja que vende niños —Es por ello que sor Anunciación, a pesar de que desear la propia muerte es un pecado, confía que Dios se la lleve pronto de este mundo donde ya no se encuentra a gusto— o la prostituta que trabaja en las residencias, una especie de Dolores amante de hacer favores entre la tercera edad—Su aspecto era de furcia. La falda por encima de unas rodillas prominentes, escote generoso mostrando una piel arrugada y los brazos al aire, su cara con un dedo de pintura. Un verdadero collage—; no rehuye la sordidez ni la violencia —Levantó la tapa del pozo, la vaharada de podredumbre que le llegó estuvo a punto de hacerle vomitar. Necesitó unos segundos para recuperarse y ser capaz de tirar el cuerpo dentro. Una algarabía de berridos y chapoteo saludó al recién llegado, un bocado exquisito para sus famélicos estómagos—y hace gala del sarcasmo y del humor negro en situaciones límite que ya son marca de la casa.
El retorno está bien escrita, bien estructurada, aborda temas tan candentes como las violaciones en grupo, que no nacen con la famosa manada de Pamplona (sólo que antes la mujer debía aguantarse y no podía denunciar bajo el riesgo de ser considerada una cualquiera, por lo que era doblemente víctima), o la venta de niños por parte de religiosas corruptas (el autor actúa como flagelo de la Iglesia), tiene unos diálogos ágiles, personaje bien dibujados, contiene algunos párrafos gore, porque José Vaccaro Ruiz, por fortuna, huye como de la peste de lo políticamente correcto —Aligeró y avanzó un paso, dos, hasta alcanzarle, si el otro advirtió su cercanía, no reaccionó. Lo agarró y echó para atrás su cabeza, mientras la afilada navaja penetraba en su cuello y le seccionaba la yugular— y se lee a velocidad de crucero. Una muy buena novela que no defrauda a los amantes del género y se pone a sí mismo el listón muy alto.
Estoy aquí para aplicar justicia. No la perfecta de Dios, sino la de los hombres, la del planeta Tierra.