Los demonios de Whitby, de Víctor Claudín

El escritor madrileño exiliado en la Sierra, periodista de raza con una extensa trayectoria tanto en prensa escrita como en televisión y autor de un sinfín de novelas, algunas muy negras como Vis a vis o Perro de luna, y ensayos de todo tipo, se nos echa al monte con Los demonios de Whitby y nos regala un libro exquisito que es en realidad tres. Si hablamos del mestizaje literario, esta rara avis publicada por el Grupo Tierra Trivium es un claro paradigma de ello. Víctor Claudín mete en la coctelera la metaliteratura (Gregorio, ese escritor que husmea en Whitby, tierra maldita y embrujada de la costa británica en donde desembarcó Drácula — El diario de a bordo habla de un diablo que ha acabado con la tripulación. Su carga son varias decenas de cajones con tierra o arcilla. Tres días después, Drácula ataca por primera vez a Lucy Westenra en el cementerio de la Abadía de Whitby sobre el acantilado. — para encontrar inspiración al libro que está escribiendo); novela de aventuras (las andanzas del valiente capitán Cook explorando nuevos mundos y contadas por uno de los marinos que se embarcan con él — Un oscuro teniente de navío llamado James Cook, un tipo de cuerpo enorme, con una rabia hacia los aristócratas nacida, probablemente, de su origen humilde.) y novela gótica (Cook convertido en cacique de una tribu de zombis que siembran el terror). El cóctel resultante es de lo más apetecible.

Los demonios de Whitby, libro que se lee a velocidad de crucero por su amenidad y lo bien escrito que está, es un homenaje a esos autores que, en nuestra juventud, nos iniciaron en la literatura, esos iconos literarios que han dejado impronta en nuestra escritura. En las páginas de la última novela de Víctor Claudín hay rastros de Bram Stoker, Jack London, Robert Louis Stevenson, Julio Verne, Emilio Salgari, Lovecraft… un pandemonio que atrapa al lector desde la primera página. Víctor Claudín nos conduce en su montaña rusa de los Mares del Sur al gótico —Una hermosa mujer envuelta en una gasa transparente dejaba ver la delicada forma de su cuerpo profanado. Se relamía lascivamente los labios, con uñas larguísimas siguiendo la forma de aguijones mortales. — sin que nos demos cuenta. Practica con un endiablado sentido del ritmo una narrativa fragmentada que nos hace reconstruir el puzzle sin dificultad y se nota, y ahí está una de las principales virtudes del libro, que se lo ha pasado en grande escribiéndolo, que ha sido un parto placentero: Precisaba un comienzo sublime que ofreciera, ya desde la primera palabra, la trascendencia de lo que pretendía plasmar. Tarea conseguida.

No falta el horror en la novela—Gregorio imaginó pasar una noche allí, a la luz de unas velas, celebrando un ritual de magia negra. Para enloquecer, ver cómo se mueven las paredes, cómo se agrandan o estrechan los huecos, cómo los arcos se aplastan, cómo zumban los rezos y los gritos de los ancestros, retumbando de esquina en esquina, cómo se escurren chorros de sangre entre los pilares.—ni lo sangriento: Se abalanzaron sobre ellos como alimañas. Las devoraron en unos intensos minutos, todos querían un pedazo de carne, algunos preferían la sangre, otros, alguna parte más delicada: los globos oculares, los hígados, los pezones… alguien salvó uno de los corazones para entregárselo a Cook en prenda de gratitud.

La parte de los viajes del capitán James Cook está narrada como si Víctor Claudín fuera un avezado marinero rumbo a lo desconocido — El 26 de agosto de 1768 nos hicimos a la mar aprovechando una brisa excelente para la navegación: se desplegaron las velas, se aseguraron las abrazaderas y las bolinas, se confirmó la puesta a punto de la gavia, el trinquete, el juanete y la vela de estay. El capitán parecía un dios por el que todos apostábamos y del que nos fiábamos. Tempestades, borracheras, frío. Francamente duro. La mar, el océano, las aguas. —, nos mete el frío de las expediciones cuando van por el Ártico—Sí, a los marineros les colgaban carámbanos de la nariz y las pestañas, y el aparejo estaba tan cubierto de hielo que las manos apenas alcanzaban a agarrar los cabos. -; los escarceos amorosos con una nativas de ensueño — Nos veíamos provocados por la libertad sexual de aquella gente. Yo mismo llevaba en secreto la cuenta de las mujeres que me trajinaba en aquellas maravillosas noches tropicales en las que ellas mismas se ofrecían. — No le falta a Cook, que mantiene la disciplina de su tripulación con mano de hierro y severos castigos como pasar por la quilla a los rebeldes, cierto sentido del humor — Cook reaccionó con suma calma, recordó a los salvajes que comer contramaestres rompía toda regla protocolaria y que no era algo que le hiciera feliz. — Reproduce el autor las luchas con los salvajes antropófagos que encontraban en esas islas ignotas, adentrándonos en la aventura — El capitán levantó la escopeta, le disparó perdigones, que rebotaron en su escudo. El guerrero, envalentonado, descubriendo el miedo en sus ojos, le atacó con mayor decisión. Cook disparó y mató a alguno de la multitud.

Cook tuvo una muerte terrible, como es bien sabido — Las puñaladas se multiplicaron por el ánimo feroz de unos enemigos que se arrebataban unos a otros las dagas para participar en la salvaje carnicería. Cuando el Resolution y el Discovery dispusieron de un campo de tiro claro y bombardearon la playa con repetidas salvas, la multitud desapareció con vértigo y, con ella, el cuerpo mutilado de Cook y los de los cuatro infantes asesinados junto a él. — pero Víctor Claudín tiene la brillante osadía de resucitarlo como líder de zombis.

 

Y no puede faltar el romanticismo que, de siempre, ha ido de la mano de lo gótico y que aquí se concreta en el personaje de Emmeline, la hija del capitán Cook, un bello fantasma que acecha al escritor y lo quiere llevar a su mundo con sus dotes seductoras — Hasta que apareció Emmeline. Un sueño. Él sabía que lo había rozado con sus labios, y que los labios serán reales, de una suavidad y una ternura definitivas. — Y el dilema entre sueño y realidad, cuando el sueño es tan placentero que uno no quiere salir de él — Soñar despierto. Esa era la cuestión. Estaba soñando despierto. Todo lo que creía haber vivido se reducía a un sueño, o una pesadilla, o un poco de sueño y otro poco de pesadilla. No tenía nada más que abrir bien los ojos, lavarse la cara y despertarse, romper el hechizo.—. Y los zombis y sus rituales — Decenas de no-muertos se habían reunido en el Teatro. Zombis vampiros inmortales, fantasmas, momias reanimadas, reencarnados con futuro, resucitado sin pasado, demonios, sonámbulos permanentes, tripulantes del Holandés Errante y espectros del Batavia, supervivientes imperfectos, chamanes cargados con la maldición… todos apelotonados hinchando el espacio hasta dejarlo a punto de estallar, convertidos en siervos de Cook.

Uno no sabe por qué decantarse de este libro que es un tríptico bien imbricado, si por la parte de los aventis, como decía nuestro querido Juan Marsé, esas andanzas del desafortunado James Cook que acaba en el estómago de antropófagos hawaianos, o por la de esa banda de fantasmas en la que no falta el elemento romántico, esa Emmeline, hija de Cook, con la que sueña el escritor, de la que se enamora perdidamente — Whitby es nuestro reino. Se hace inmortal quién ama a Emmeline. Es nuestro cebo, querido amigo. Os engaña. Te ha robado el alma. Te lo ha vuelto a hacer, resumió el capitán Cook. —, o con el proceso creativo de Gregorio, trasunto de Víctor ClaudínTras varios ensayos publicados, tenía la oportunidad de hacer lo que había soñado para reconstruirse: escribir una pieza, fabricar un clavo ardiendo, descubrir un magma sin reglas. — desarrollando su tarea creativa en Whitby y que no disimula quién es, un periodista de la vieja escuela cabreado por la escasa profesionalidad de la que hacen gala algunos que profanan tan digna profesión—Se indignaba por la falta generalizada de profesionalidad de los periodistas, definidos por la desvergüenza de sus continuos errores, que no merecían reproche alguno, ni autocrítica, además de por su zafiedad y práctica al servicio del poder. —Yo, personalmente, por debilidad con el personaje, me quedo con Cook, pero he disfrutado, y mucho, en todo ese relato multigenérico que Víctor Claudín nos sirve envuelto en buena literatura.

Ya hacia el final, el autor nos aclara: Los libros que cuentan el pasado, frecuentemente se hallan llenos de falsedades, de ausencias que cambian el sentido de lo sucedido, que destacan solo algunos detalles, considerando irrelevante otros puntos y no por falta de profesionalidad, que también en ocasiones, sino sobre todo en razón al punto de vista de quién aborda el relato. Por si se enfada con él el capitán Cook, esté dónde esté (en su museo que hay en Whitby y en el que se ha documentado este escritor de la Sierra), Víctor Claudín acaba el relato haciendo una alabanza al desafortunado capitán Cook que en vez de tener una plácida jubilación al calor de la lumbre terminó en lejanos intestinos con más pena que gloria. No se pierdan esta joya.

 

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