Mediterráneo, de Marcel Barrena

Qué lejos está Mediterráneo, ese extraordinario álbum de Joan Manuel Serrat, de esa fosa insondable en que se ha convertido el pequeño mar de civilizaciones en donde pierden sus vidas los que huyen de las guerras y las hambrunas. Qué lejos de ser heroicos están los comportamientos en los frentes de batallas, los de esos soldados que, impulsados por el miedo, se convierten en tenaces carniceros y por cada una de sus víctimas reciben una medalla, y qué olvidados esos héroes sin reconocimientos, los que salvan vidas a riesgo de las suyas y no reciben ninguna medalla por ello.

 

De cómo el fundador de Open Arms Oscar Camps (un Eduard Fernández clónico al que solo le falta altura física para ser confundido con él) deja su empresa de salvamento en Badalona para ir a socorrer a los que cruzan el Mediterráneo en sus pateras, va esta película necesaria que a un paso ha estado de representarnos en los Oscar de Hollywood en dura competición con El buen patrón de Fernando León de Aranoa y Madres paralelas de Pedro Almodóvar. La foto del pequeño Aylan revolucionó su conciencia y le animó a una empresa de locos en la que invirtió su capital económico y humano. Con Gerard (Dani Rovira), uno de sus mejores socorristas, va a salvar vidas a la isla griega de Lesbos sin contar con ninguna infraestructura y con la animadversión de los lugareños, que no ven con buenos ojos su labor altruista que propicia una invasión de refugiados, y de las autoridades griegas que los consideran intrusos que vienen a cuestionar su actuación. A su aventura se une, a regañadientes del padre, su hija Esther (Anna Castillo, que también lo es de Eduard Fernández, con lo que la complicidad en los papeles es total) y su socio Nico (Sergio López), el elemento realista que lucha para que se sigan pagando las nóminas mientras se salvan vidas.

Mediterráneo no es un film de aventuras marítimas, aunque haya escenas de rescate dramáticas muy bien rodadas, sino de conciencias que despiertan a una realidad insoportable y deciden hacer algo con lo que han aprendido en la vida: socorrer a la gente que se ahoga. La película de Marcel Barrena, rodada en escenarios naturales y en exteriores casi en su totalidad, tiene la virtud de no convertirse en una hagiografía de su personaje central (que, sin duda, lo merece), y aboga más por ahondar en las motivaciones que cada uno de los personajes tiene por apuntarse a una empresa que lo tiene todo en contra.

Eduard Fernández borda ese Oscar Camps, adusto y poco dado a la sonrisa y está muy bien acompañado por su hija Anna Castillo (repiten tras La hija del ladrón) y un Dani Rovira que se aleja de los habituales papeles cómicos. Marcel Barrena, sin dejar que la cámara enfoque el escenario dramático del mar, se centra en los personajes que luchan para que el Mediterráneo no sea recordado como la más grande fosa común del mundo. Oscar Camps, visceral y huraño, obsesionado en lo que hace y nada dado a dar su brazo a torcer, choca muchas veces con los suyos, además de con las autoridades griegas a las que se enfrenta con tenacidad. El fundador de Open Arms es un visionario.

Mediterráneo encierra en sus imágenes la tragedia de los que dejan sus países por la guerra y la hambruna y se echan al mar en busca de un mundo mejor, pero no abusa del tremendismo ni tampoco es una película de tesis que ahonde en las causas de las múltiples crisis migratorias que se dan cita en la otra orilla del Mediterráneo: los socorristas no son analistas políticos.

La película huye de la lágrima fácil, salvo en esa subtrama forzada de la madre siria que se reencuentra con su hija tras darla por perdida que ignoramos si tiene visos de realidad. A destacar esa escena impresionante en la que los socorristas, a caballo de sus motos de agua, tratan de salvar a una ingente cantidad de personas que han caído al mar tras zozobrar su patera, y su desesperación por priorizar sus rescates y ese Óscar Camps que todavía nada desesperadamente aunque ya nadie siga flotando.

El film de Marcel Barrena, austero, bien narrado y sin altibajos, es una llamada de atención para que no olvidemos este drama que, de tan cotidiano, ha dejado de ser portada de telediarios. Open Arms sigue en pie, levantándose de todas las zancadillas que les imponen los gobiernos de las dos orillas, y ha rescatado de la muerte a 60.000 personas cumpliendo escrupulosamente con las leyes del mar, esas por las que aboga una y otra vez Óscar Camps cuando se enfrenta a las autoridades. ¿Para cuando el Premio Nobel de la Paz?

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